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El Forjista

Biografía del Chacho Peñaloza

Capítulo 5 - La crueldad unitaria

 

 

En abril de 1863 Sarmiento es designado director de Guerra para combatir a Peñaloza le escribe a Gelly y Obes diciéndole: “…pues si logramos encerrarlo en los Llanos, el tratamiento es fácil, y está indicado, Sandes es el practicante armado del bisturí”.

En tanto Mitre al designarlo a Sarmiento para dirigir la Guerra contra el Chacho, le escribió: “… declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de considerarlos como partidarios políticos, ni elevar sus depredaciones al rango de reacción lo que hay que hacer es muy sencillo…” Así que también tenía razón Arredondo al señalar que Sandes y Paunero mandaron a fusilar y degollar por orden de Mitre.

Cuando Arredondo estuvo en Buenos Aires y se reunió con Mitre le dijo que “Sandes es un malvado” la respuesta del presidente fue: “Yo sé que Sandes es un mal; pero es un mal necesario”.

Está plagada la historia de muestras de la crueldad aplicada por Mitre y Sarmiento para exterminar a los federales, el sanjuanino lo había dicho de manera directa: “era menester extinguir al gaucho, porque el gaucho no tiene de humano más que la sangre”, y cuando tomaron prisioneros en Caucete, San Juan, fueron encerrados en un corral azotados y apaleados, después fotografiados y luego muertos a lanzazos.

También Sarmiento al referirse a la saña con que Sandes trataba a sus enemigos dijo: “Si mata gente cállense la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué obtenga con tratarlos mejor”.

El 27 de abril Rivas vence a Peñaloza en Las mulitas donde mueren 27 federales y en los primeros días del mes siguiente lo vuelve a derrotar en Los Gigantes y Las Salinas, José Hernández dijo que los soldados federales ejecutados en esos combates después de rendirse fueron 35.

Paunero envía una comisión a Peñaloza a proponerle una Comisión Pacificadora, para lo cual el Chacho debía deponer las armas y dejar la provincia de La Rioja, a cambio de los cual los montoneros serían amnistiados.

El 19 de mayo Paunero le escribe a Mitre: “… debemos dar fin a la guerra de cualquier manera, bien sea por medio de algún arreglo con el Chacho, u ocupando militarmente los Llanos a la manera de la guerra de la Vendée, que es lo que quise hacer desde el mes de enero y no ha sido comprendido ni secundado”.

La guerra de la Vendée transcurrida en Francia entre 1793 y 1796 terminó en una masacre contra los rebeldes.

Pero mientras Paunero proponía un trato, Rivas seguía hostigando a Peñaloza, no obstante, éste obtiene un triunfo en Valle Fértil que le permite quedarse con caballos que Sarmiento le había enviado a Sandes.

A uno de los oficiales apresados en este combate, lo envía con una carta donde explica sus deseos que continuar con la negociación para lograr la pacificación.

El 31 de mayo Paunero le escribe a Mitre informándose de la carta que Peñaloza le envió a Rivas y le dice: “Es tanto más singular esta conducta noble de parte de Peñaloza, cuando Sandes y Rivas le han hecho la guerra a muerte; así es que Sandes ha quedado completamente desarmado, y le ha contestado que en adelante no fusilará ni un solo hombre”.

Mientras Peñaloza le envía una carta a Paunero donde le dice que acepta las condiciones del Arreglo de la Comisión de Pacificación que se conoció como el tratado de La Banderita, el 10 de junio se reúnen Rivas y el Chacho.

Ese día por la noche hay fiesta para celebrar la paz alcanzada, los oficiales unitarios elogiaron la actitud del Chacho y por un momento dejó de ser el delincuente como lo calificaban los hombres de la oligarquía porteña.

Por medio del tratado de La Banderita el gobierno nacional le reconocía al Chacho y sus hombres los derechos de beligerantes, garantizándoles las vidas y sus propiedades, por su lado el riojano aceptaba el desarme y la entrega del armamento, sin embargo el gobernador riojano aceptó que siguieran en posesión de las mismas.

Firmó un tratado con el doctor Eusebio Bedoya en La Banderita, después del cual Peñaloza le dijo a Sandes, Arredondo y Rivas: “Es natural que habiendo terminado la lucha, por el convenio que acaba de firmarse, nos devolvamos recíprocamente los prisioneros tomados en los diferentes encuentros que hemos tenido; por mi parte, yo voy a llenar inmediatamente este deber”.

Así cuenta la situación vivida en ese momento José Hernández: “Los mencionados jefes de Mitre, enmudecieron ante estas palabras y sólo se dirigieron entre sí una mirada de asombro o de vergüenza. El general Peñaloza que, o no se apercibió de los que ese silencio significaba, o que, por el contrario, ya contaba de antemano con la muda respuesta que se le daba, no se dio por entendido de lo que sucedía, y llamando inmediatamente a uno de sus ayudantes, le ordenó que llevase al lugar de la conferencia a los prisioneros porteños para ser devueltos a sus jefes”.

Llegados los prisioneros, Peñaloza dijo: “Aquí tienen ustedes los prisioneros que yo les he tomado, ellos dirán si los he tratado bien, ya vez que ni siquiera le falta un botón del uniforme”. Los prisioneros vivaron a Peñaloza como respuesta a sus palabras.

Hernández continúa su relato: “El general Peñaloza, viendo el silencio de los jefes de Mitre, insistió en la devolución de los prisioneros que le habían tomado a él. ‘Y bien, dijo, ¿dónde están los míos? ¿Por qué no me responden? ¡Qué! ¿Será cierto lo que se ha dicho? ¿Será verdad que todos han sido fusilados? ¿Cómo es, entonces, que yo soy el bandido, el salteador, y ustedes los hombres de orden y de principios?’ El general Peñaloza continuó en este sentido dirigiendo una enérgica y sencilla reprobación a los jefes de Mitre, a tal extremo, que el doctor Bedoya se llevó el pañuelo a los ojos, y lloraba a sollozos, quizá conmovido por la patética escena que presenciaba, tal vez avergonzado de encontrase allí, representando a los hombres que habían inmolado tantas víctimas, o acusado quizá por su conciencia de haber manchado su carácter de Sacerdote, aceptando el mandato de un partido de asesinos”.

“Entretanto, los jefes de Mitre, se mantenían en silencio, humillados ante las reconvenciones de aquel héroe cuya altura de carácter, cuya nobleza de sentimientos, tanto contrastaba con la humildad de su condición…El general Peñaloza devolvía todos los prisioneros que había tomado, no faltaba uno solo, y no había uno solo entre ellos que pudiera alzar su voz para quejarse de violencias o malos tratamientos”.

Por cuestiones como ésta y por el crimen contra Peñaloza es que José Hernández califica con razón al unitarismo como el “partido de asesinos”.

Desde mediados de 1862 hasta marzo del año siguiente permaneció en su residencia en Guaja dedicado a las tareas de pastor, tradición familiar que se remontaba a su abuelo, a veces llegaban a su casa sus amigos los coroneles Baltar y Felipe Varela.

Pero en La Rioja había un grupito de señores liberales de familias adineradas que según Paunero no llegaban a 50, que querían terminar con la influencia de Peñaloza, para eso hacían llegar información falsa al gobierno nacional, señalando que el líder riojano no cumplía con el tratado y pedían la intervención militar de la provincia.

En septiembre de 1862 Peñaloza debe dirigirse a Paunero para denunciar: “… ni el gobierno de San Juan ni el de San Luis han respetado ni el convenio ni las papeletas; en este caso, mi amigo, estamos todos expuestos al capricho y a la venganza de los que se llaman nuestros amigos”.

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