El Forjista
Capítulo 36 – Sin descanso
Luego de dejar la presidencia lejos estuvo de lograr tranquilidad, las acusaciones por actos de su gobierno se sucedieron incluso provenientes de algunos que llegaron a ser amigos suyo en el pasado. El militar mitrista Arredondo denunció las órdenes que había recibido del ex presidente, así dijo: “Asesinatos, y por mayor, son los que usted me aconsejaba en una carta que hoy existe en poder de mi amigo el doctor Manuel Bilbao”, transcribe parte de esa carta que decía: “Se dice que una diligencia ha sido asaltada. A grandes males, grandes remedios. Córteles la cabeza y déjelas de muestra en el camino”. Este escrito mostraba un Sarmiento auténtico pidiendo constantemente apelar a las medidas más extremas.
El sanjuanino le contestó haciéndose el distraído pues le preguntaba cuales eran los asesinatos que denunciaba Arredondo y contraatacaba acusándolo por la muerte de El Chacho sin decir una palabra que ese asesinato mereció un festejo de su parte, decía en esa respuesta: “El mayor Irrazábal estaba a órdenes de usted cuando usó del mismos procedimiento con el Chacho y usted no le siguió la causa ni dio signo de desaprobarlo siquiera”.
Por cierto que ambos eran responsable de ese atroz crimen como de muchos otros que ocurrieron a lo largo y lo ancho del país en la que fue definida como “guerra de policía”, pero esta momentánea discrepancia entre ambos bandos de la oligarquía nos mostraba el deleznable espectáculo de acusaciones mutuas, donde ambos decían la verdad, ellos fueron cómplices de oscuros momentos de la historia nacional para imponer el dominio de una clase social.
Su creciente sordera le dificultaba el trabajo, rechazó una candidatura a senador por San Juan y la embajada en el Brasil, pero ante la insistencia de sus coprovincianos, optó por aceptar la senaduría.
En el Senado se le recordaba constantemente su apoyo al asesinato de El Chacho y Santa Coloma, y también sus palabras de adhesión a esas muertes, su respuesta fue acusar a sus cómplices: Mitre, Elizalde, Rawson, Paunero, Costa, Arredondo e Irrazábal. Reiteró que la muerte de El Chacho fue consecuencia de la “guerra de policía” establecida por Mitre y se lavó las manos diciendo que en realidad él se había limitado a reproducir el parte del asesinato. Pero nuevamente volvió a mostrar la hilacha al decir que la forma de asesinarlo, cortarle la cabeza y exponerla en una pica “era un poco chocante, si se quiere, no es, sin embargo una cosa horrible”.
En otra alocución dejó salir todo su odio hacia los caudillos federales al decir sobre El Chacho era una “pobre bestia dañina” al que sólo le interesaba robar. También excusaba las atrocidades de Sandes justificando sus actos porque le degollaron a un ayudante, a lo cual respondió degollando a once prisioneros, acción que a Sarmiento le pareció que había actuado “perfectamente bien” y agregaba que él defendió a ese jefe de “su desgracia de crueldad”.
Los diarios también lo maltrataban, La Prensa expresaba el 1/8/1875: “el recuerdo de los hechos de sus últimos tiempos, de esa sombría serie de matanzas ordenadas por él, que han hundido para siempre su nombre en un charco de humeante sangre humana, nos llena de repugnancia y de horror”.
Nicasio Oroño fue un adversario del sanjuanino, ambas personalidades se encontraron en el Senado, en una oportunidad procedió a leer una carta de Sarmiento que había enviado al gobernador de Corrientes dos años antes, ahí escribió: “Los rebeldes, amotinados, merodeadores y demás, que se tomen con las armas en la mano, están al merced del gobierno y pueden ser pasados por las armas, deportados o lo que se quiera con ellos y según la conveniencia y necesidad del caso, pues no gozan de garantía alguna. Los jefes, los generales de su propia creación, los extranjeros que han tomado servicio, todos están sujetos a este tratamiento y deben ser ejecutados, sin otra forma que comprobar que estuvieron armados y no se arrepintieron y en cualquier número que sea”.
Ese mismo año se inauguró el Parque Tres de Febrero, Sarmiento lo consideraba una de sus grandes realizaciones, él mismo participó en el diseño de los planos y dedicó muchas horas a plantar árboles, la instalación de jardines y la construcción de viviendas para los animales.
Escribió una biografía sobre Vélez Sarfield donde le dedicó a Rosas unos conceptos muy diferentes a las descalificaciones que habitualmente había utilizado para referirse al caudillo: “Rosas era un republicano que ponía en juego todos los artificios del sistema popular representativo. Era la expresión de la voluntad del pueblo” “No todo era terror, no todo era superchería. Grandes y poderosos ejércitos lo sirvieron años y años impagos. Grandes y notables capitalistas lo apoyaron y sostuvieron. Abogados de nota tuvo en los profesores patentados del Derecho. Entusiasmo, verdadero entusiasmo, era el de los millares que lo proclamaban Héroe del Desierto y el Grande Americano. La suma el poder público le fue otorgada por aclamación, senatus consultus y plesbicito, sometiendo al pueblo la cuestión”.
En ese libro también quiso realizar el reconocimiento que muchos de los progresos de su gobierno surgieron del impulso de Vélez Sarfield. Puentes, caminos, ferrocarriles, correos y telégrafos fueron producto de la iniciativa de quién fuera su ministro.