El Forjista

Biografía de Domingo Faustino Sarmiento

Sarmiento, el prócer de la oligarquía

Capítulo 13 – La invención del monstruo

 

Sobre Facundo Quiroga construyó un cuento de terror con un personaje dispuesto a cualquier arbitrariedad y salvajismo, sin embargo como él mismo reconoció nada de eso se basaba en una fuente fidedigna porque se trató de un inmenso y descarado invento. El cariño y respeto que sus coprovincianos tienen por Facundo, que aún se mantiene inalterable, es la mejor desmentida a tamaña estafa literaria.

Repasemos sólo algunas de las supuestas aberraciones cometidas por Quiroga según el relato del “prócer”, comienza en la infancia del riojano a quién presenta, a diferencia de su propia niñez ejemplar, como un niño terrible que era un dolor de cabeza para sus padres al punto que un día llegó a pegarle a un maestro y a los 15 años mató a su primera víctima, más adulto mató a un juez y lo hacía arbitrariamente con oficiales porque les ganaban a las cartas o porque le hacían una broma que no le causaban gracia.

Como su padre le había negado dinero decidió encender fuego al techo donde dormían sus padres, como su progenitor pidió a la policía que lo aprendiera Facundo le dio una bofetada, regresando recién al año del hecho para pedir perdón.

Entre tantas falsedades hay un acontecimiento que fue cierto y es la reacción de Facundo cuando los unitarios asesinaron a Villafañe luego que éste se rindió y apresaron a su madre, el riojano dispuso el fusilamiento de 26 oficiales unitarios, aquí podríamos decir Quiroga se dejó arrastrar por los métodos que utilizaban habitualmente los correligionarios de Sarmiento.

Otra mentira fue tratar de mostrarlo a Quiroga como desertor de las luchas de la independencia y además colocarlos a él y a Rosas como contrarios a la gesta libertadora: “Después, Quiroga, como Rosas, como todas las víboras que han medrado a la sombra de los laureles de la patria, se ha hecho notar por su odio a los militares de la Independencia, en los que uno y otro han hecho una horrible matanza”.

Esta distorsión deliberada lo llevó a presentar como una deserción lo que en realidad fue un enfrentamiento contra las fuerzas realistas donde Facundo mató a varios enemigos.    

En la única cita de un pretendido testigo, del cual no da más información que fue compañero de la infancia de Facundo, rescataba que el riojano no era ladrón antes de ser un hombre público sin embargo “tenía mucha aversión a los hombres decentes”, le gustaba pelear aunque no tomaba licor, tenía por costumbre provocar miedo y terror, tratando como esclavos a aquellos con quienes tenía relación y nunca había confesado rezado u oído misa.
Siguiendo con la descripción enunciaba que cuando se enfurecía, cosa que al parecer pasaba seguido, solía matar a la víctima llegando en un caso a hacerlo aplicándole patadas al pobre desgraciado. En otro caso llegó a arrancarle la oreja a una amante porque le pidió dinero o le abrió la cabeza de una hachazo a un hijo suyo porque era la única forma que se le ocurrió para hacerlo callar.

Lo que evidencia su intencionalidad política era que extendía las ficticias atrocidades de Facundo al resto de los caudillos provinciales, de esa manera por obra y gracia de su pluma todos los representantes del Interior quedaban convertidos en auténticos monstruos capaces de los actos más deleznables: “Hasta aquí Facundo nada ha hecho de nuevo, sin embargo; esto era lo mismo que habían hecho el doctor Francia, Ibarra, López, Bustos; lo que habían intentado Güemes y Araoz en el Norte: destruir todo derecho para hacer valer el suyo propio”. Cómo vemos hasta un protagonista de nuestra independencia como el general Güemes caía bajo la pluma implacable del “prócer”.

Por eso uno de los mayores pecados de Facundo era su incorporación a la montonera de “Ramírez, vástago de la de Artigas, y cuya celebridad en crímenes y en odio a las ciudades a que hace la guerra, ha llegado hasta los Llanos y tiene lleno de espanto a los gobiernos. Facundo parte a asociarse a aquellos filibusteros de la Pampa…”.

Sin embargo debió reconocer que el comportamiento de Facundo tanto en San Juan como en Tucumán no tuvo nada que ver con esa imagen que quiso difundir: “Facundo entró triunfante en Tucumán, y regresó a La Rioja pasados unos pocos días, sin cometer actos notables de violencia y sin imponer contribuciones, porque la regularidad constitucional de Rivadavia había formado una conciencia pública, que no era posible arrostrar de un golpe”.

Sobre la permanencia de Facundo en San Juan se preocupó por señalar un hecho de transcendencia según su propia superficialidad cual era la ropa que vestía el riojano: “Todo el tiempo que permaneció allí habitó bajo un toldo en el centro de un potrero de alfalfa y ostentó, porque era ostentación meditada, el chiripá. Reto e insulto que hacía a una ciudad donde la mayor parte de los ciudadanos cabalgaban en sillas inglesas y donde los trajes y gustos bárbaros de la campaña eran detestados, por cuanto es una provincia exclusivamente agricultora”.

Obviamente la escala de valores de Sarmiento y Facundo no eran la misma, para el sanjuanino existían seres de primera y otros que no merecían la menor atención de las clases acomodadas ni debían  tener derecho a votar, el riojano en cambio no realizaba ninguna discriminación.

Al contar uno de los ingresos de Facundo en San Juan lo cuestionó porque: “Una negra que lo había servido en su infancia, se presenta a ver a su Facundo: él la sienta a su lado, conversa afectuosamente con ella, mientras que los sacerdotes y los notables de la ciudad, están de pie, sin que nadie les dirija la palabra, sin que el jefe se digne despedirlos”.

Y también debió señalar ciertos aspectos sobre las tres incursiones en San Juan que: “En estas tres expediciones en que Facundo ensaya sus fuerzas, se nota todavía poca efusión de sangre, pocas violaciones a la moral. Es verdad que se apodera en Tucumán de ganados, cueros, suelas e impone gruesas contribuciones en especies metálicas; pero aún no hay azotes a los ciudadanos, no  hay ultrajes a la señoras; son los males de la conquista, pero aún sin sus horrores; el sistema pastoril no se desenvuelve sin freno y con toda la ingenuidad que muestra más tarde”.

A pesar de mostrarlo como alguien evidentemente cruel, dice que no lo era porque prefería difundir su idea, que era por sobre todas las cosas, un bárbaro irrecuperable. “Y sin embargo de todo esto, Facundo no es cruel, no es sanguinario: es bárbaro, nomás, que no sabe contener sus pasiones, y que, una vez irritadas, no conocen freno ni medida; es el terrorista que a la entrada de una ciudad fusila a uno y azota a otro; pero con economía, muchas veces con discernimiento. El fusilado es un ciego, un paralítico o un sacristán; cuando más, el infeliz azotado es un ciudadano ilustre, un joven de las primeras familias. Sus brutalidades con las señoras vienen de que no tiene conciencia de las delicadas atenciones que la debilidad merece; las humillaciones afrentosas impuestas a los ciudadanos provienen de que es campesino grosero y gusta por ello de maltratar y herir en el amor propio y el decoro a aquellos que sabe que lo desprecian”.

Y mientras mostraba al riojano como un ser que buscaba quedarse con las propiedades y el ganado de los vencidos, y al que llega a acusar de vender la ropa de las mujeres y niños para su beneficio personal debió reconocer que: “¡Y no se crea que la ciudad ha sido abandonada al pillaje, o que el soldado haya participado de aquél botín inmenso! No; Quiroga repetía después en Buenos Aires, en los círculos de sus compañeros: ‘Yo jamás he consentido que el soldado robe, porque me ha parecido inmoral’”.

Pero Quiroga ya estaba muerto, el enemigo en 1845 era Rosas: “Quiroga, el campeón de la causa que han jurado los pueblos, como se estila decir por ella, era bárbaro, avaro y lúbrico, y se entregaba a sus pasiones sin embozo; su sucesor no saquea los pueblos, es verdad, no ultraja el pudor de las mujeres, no tiene más que una pasión, una necesidad, la sed de sangre humana, y la del despotismo”.

Llama la poderosamente la atención que diga de Rosas que estaba guiado por la consigna “el que no está conmigo, es mi enemigo”, lema que perfectamente puede aplicarse al mismísimo Sarmiento.

Ni él mismo puede negar el origen legítimo de su gobierno y el apoyo popular recibido por el caudillo de Buenos Aires: “Rosas, gobernador, propone a las mesas electorales esta cuestión: ¿Convienen en que don Juan Manuel de Rosas sea gobernador por cinco años con la suma del poder público? Y debo decirlo en obsequio de la verdad histórica: nunca hubo gobierno más popular, más deseado, ni más bien sostenido por la opinión. Los unitarios que en nada habían tomado parte, lo recibían, al menos, con indiferencia; los federales, lomos negros, con desdén, pero sin  oposición; los ciudadanos pacíficos lo esperaban como una bendición y un término a las crueles oscilaciones de los largos años; la campaña, en fin, como el símbolo de su poder y la humillación de los cajetillas de la ciudad. Bajo tan felices disposiciones principiáronse las elecciones o ratificaciones en todas las parroquias y la votación fue unánime, excepto tres votos que se opusieron a la delegación de la suma del poder público”.

Sin embargo como Rosas era estanciero había algo que admiraba de él, su respeto por la propiedad privada: “…hasta su respeto de entonces por la propiedad, es efecto de que el gaucho gobernador es propietario! Facundo respetaba menos la propiedad que la vida. Rosas ha perseguido a los ladrones de ganado con igual obstinación que a los unitarios. Implacable se ha mostrado su gobierno contra los cuereadores de la campaña, y centenares han sido degollados. Esto es laudable, sin duda, yo sólo explico el origen de la antipatía”.

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