El Forjista
Al asumir el nuevo gobierno luego del golpe palaciego contra Lonardi, el gral. Aramburu se encontró con una huelga general, con que los dirigentes sindicales venían amenazando desde tiempo antes, por la incapacidad lonardista de poner fin al saqueo de las entidades gremiales y la evidente pérdida de conquistas sociales históricas.
En algunos lugares, la huelga había comenzado el día 13 de noviembre de 1955 y las manifestaciones obreras habían producido enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, en Rosario se produjeron víctimas fatales entre los huelguistas. El 15 de noviembre el propio gobierno admitió un 75% de ausentismo en el Gran Buenos Aires, llegando al 95 % en las principales industrias, tan sólo en el primer día hubo unas mil detenciones. El día 16, Aramburu intervino la C.G.T. y los sindicatos, mientras se sucedían los encarcelamientos, ese día el paro fue levantado.
Pero el Poder Ejecutivo no se limitó a castigar a la cúpula sindical, continuó con los estratos más bajos de la organización de los trabajadores, mostrando su parcialidad hacia los empresarios. Declaró disueltas las Comisiones Internas llevando a la práctica una de las reivindicaciones empresarias, medida que ahondó la represalia y el despido indiscriminado de gran cantidad de trabajadores sindicalizados, que durante el gobierno peronista habían hecho valer sus derechos sociales, que era lo que en definitiva se quería liquidar.
El revanchismo patronal y gubernamental empujó aún más a los sectores humildes a reorganizarse en las fábricas y barrios, muchas casas se convirtieron en Unidades Básicas, donde se discutían las formas más apropiadas para poner freno a la avalancha que se desató sobre ellos.
Pero este continuo ataque no hacía sino reafirmar sus convicciones, un estado de ebullición invadía sus vidas, desde el poder no se les dejaba otro camino que la resistencia: “En CATITA, gran planta metalúrgica de la provincia de Buenos Aires, se efectuó en diciembre de 1955 una huelga exitosa contra el despido de varios delegados. En el Frigorífico Lisandro de la Torre de la Capital Federal, se realizaron en abril de 1956 una movilización y una huelga en contra del arresto de tres delegados por el interventor militar. Dirigía la huelga un comité de base y al cabo de 6 días los delegados fueron puestos en libertad.” (6)
En todo el país surgían militantes que tomaban sobre sí la responsabilidad de dar una lucha desigual. Aparecieron nuevos dirigentes que dividían su tiempo entre las actividades ilegales de la resistencia, el también ilegal trabajo político como lo era repartir volantes críticos al gobierno y laudatorios para el régimen derrocado, y ejercían desde la semiclandestinidad el accionar sindical.
Los testimonios que llegan hasta nuestros días iluminan sobre las razones de la combatividad del peronismo de la resistencia. Especialmente interesantes son los recuerdos de un protagonista principal, nos referimos a Vicente Armando Cabo: “Nuestra lucha en aquellos tiempos fue sumamente dura, la mayoría de los dirigentes había quedado sin trabajo y las patronales no querían emplearlos. Por otra parte, la falta de fondos hacía aún más complicada nuestra situación. La correspondencia la enviábamos a través de los choferes de ómnibus amigos o de algunos ferroviarios, porque no había medios suficientes para viajar. Teníamos muy pocos locales y desde la cárcel se escribían los volantes y folletos. Verdaderamente la lucha en esas condiciones tenía las características de epopeya. Para vencer todas esas dificultades había una voluntad de hierro y la gente, especialmente la de fábrica, respondió muy bien. En esa época de lucha se formaron dirigentes de la talla y la trayectoria de Avelino Fernández”. (7)
Aquellos peronistas que pudieron gambetear el arresto, se lanzaron a encarar acciones de hostigamiento, cuando uno caía otro lo reemplazaba, ante esta clase de personas, al gobierno de Aramburu le resultó muy difícil estabilizarse y aún menos legitimarse, el empuje inicial comenzó a mostrar fisuras, cuando el apoyo a su gestión se hizo cada vez más reducido. Tan sólo las fuerzas armadas, purgadas de sectores nacionalistas y peronistas, aliadas al radicalismo, el socialismo y los conservadores quedaron como raleados sostenedores del régimen. Las bases del peronismo inventaron los mecanismos de lucha para debilitar al poder, todo servía a este fin, desde el tradicional pero prohibido, reparto de volantes hasta la colocación de una bomba.
Surgió “el caño”, explosivo casero, que implicaba un peligro mayor para quién manipulaba el aparato que para la supuesta víctima del atentado, estas fueron muy pocas pues los militantes de la resistencia se esforzaban para limitar la explosión a provocar exclusivamente daños materiales. Cabe destacar que en ningún momento los militantes organizaron atentados que tuvieran por objetivo el asesinato.
Cada acto violento era por sobre todas las cosas un gesto, un símbolo, se trataba de un grito que surgía desde el seno del pueblo. Era un mensaje hacia los que se adueñaron del poder por la violencia, y que les advertía “hagan lo que hagan, no nos podrán destruir, seguimos resistiendo, y tarde o temprano, Perón volverá”.
El 22 de febrero de 1956 por la madrugada un suceso conmociona al gobierno y los medios de comunicación, la Resistencia produjo un acontecimiento que alcanzó la primera página de los diarios, a partir de allí sin solución de continuidad se sucedieron actos de violencia que jaquearon al gobierno. La prensa oficialista, es decir toda, reflejó aunque parcial y tendenciosamente estos innumerables atentados y las permanentes denuncias del Poder Ejecutivo sobre supuestos o reales complots atribuidos al peronismo.
Aquella madrugada estalló el polvorín de la Fábrica Militar de Materiales de Comunicaciones, ubicada en el Gran Buenos Aires cerca de la estación ferroviaria de Migueletes, posteriormente se desató un tiroteo entre la policía y los presuntos ejecutores del atentado. Sin dar demasiadas precisiones el gobierno anunció la detención de dos personas sospechosas. Esta acción no produjo víctimas.
La prensa en cadena oficial, hizo conocer su indignación, el diario Clarín se ubicaba en primera línea entre los que pedían más mano dura contra el peronismo, un artículo que se refería al atentado expresaba: “Las versiones que acerca de inminentes actos de sabotaje venían circulando en losúltimos días no sólo verbalmente, sino también en misivas que contenían una incitación a cometerlos, firmados apócrifa o realmente por el mandatario depuesto, han tenido trágica confirmación en los primeros minutos de hoy... Abrigaba el propósito siniestro y lo realizaron acatando órdenes, directas o indirectas, de quién durante diez años de tiranía simuló ser Protector de las clases modestas... Nosotros que nos enrolamos patrióticamente en las filas de la Revolución Libertadora, nos sentimos orgullosos de lo que se ha calificado de tolerancia del gobierno con los perturbadores, transformados ahora en criminales.... Basta ya de complacencias, basta ya de tolerancias con quienes, guiados por instintos primarios apelan a este crimen de lesa humanidad para quitar a sus hermanos la paz, la justicia y la libertad... Basta pues, que el Gobierno proceda desde hoy con el máximo rigor”. (8) ¡Toda una lección de periodismo “independiente”!.
Como si fuera poco, estos valientes oficialistas pedían un garrote más grande, acordando con la frase del socialista Américo Ghioldi, cuando proclamó: “Se acabó la leche de la clemencia”, para justificar los asesinatos de militares y civiles que se rebelaron contra el gobierno el 9 de junio de 1956. Estos activos azuzadores de los militares para que incrementaran la represión, aún más, contra la resistencia popular, ocultaban a sabiendas la persecución a la que se condenaba a la porción mayoritaria del pueblo argentino. La acusación de criminales, cuando el atentado no produjo víctimas, constituía un mero recurso dialéctico tendiente a justificar el pedido para que corriera sangre. Este ambiente que irá creando la prensa adicta tendrá como resultado, el particular ensañamiento del gobierno contra la rebelión del gral. Valle.
Otra frase de antología fue la expresada por el coronel Víctor Arribau, Ministro Interino del Ejército, quién el mismo día anunció: “si se hubiese encontrado al saboteador se le hubiese fusilado en el acto”. Está visto que los “libertadores” estaban dispuestos a superar con creces todas las barbaridades jurídicas de las cuales ellos mismos acusaban a Perón, no obstante una cuestión quedó históricamente clara, Perón no fusiló a nadie, Aramburu y Rojas no podían alegar lo mismo. La justicia, la libertad y la paz se convirtieron en artículos de lujo que sólo podían usufructuar quienes rondaban el poder político.
Tomando como excusa el atentado a la fábrica militar, acto que golpeó duramente al gobierno, este respondió incrementando las persecuciones, tras cada reunión clandestina o reparto de volantes, el Poder Ejecutivo denunciaba un complot que los medios de difusión se encargaban de transmitir y aumentar profusamente. Entre los sucesos posteriores al atentado se destacaban la prisión preventiva para cuatro personas acusadas de colocar material explosivo en las vías del ramal Retiro-Tigre, no obstante los detenidos negaban las acusaciones. En Rosario fueron investigados actos de sabotaje, pues en una fábrica fueron encontrados operarios perforando envases de café en un establecimiento dedicado a producirlo.
En Río Segundo, Córdoba, se anunció la detención de un grupo implicado en varios atentados efectuados entre el 12 de enero y el 27 de febrero, la mayoría eran obreros y empleados. Entre los hechos de los que se los acusaba estaba la colocación de un artefacto explosivo en el estudio jurídico del dirigente conservador e integrante de la Junta Consultiva, organismo encargado de asesorar al gobierno, José Aguirre Cámara; también estaban implicados, según las fuentes oficiales, en otros atentados en casas de dirigentes políticos y militares.
En Mendoza se detuvo aproximadamente a 75 personas por la distribución de “volantes
subversivos” que incitaban a la rebelión, entre los arrestados figuraban importantes figuras políticas y gremiales del peronismo local.
Casi cotidianamente las fuerzas de seguridad informaban sobre la detención de grupos organizados para oponerse a los planes de la “Libertadora”, se descubrieron en Villaguay, Capital Federal, Tucumán, Catamarca, La Plata. En prácticamente todo el país aparecieron comandos, a los cuales la represión no parecía hacer mella.
El decreto 4161 prohibía a los peronistas hacer cualquier cosa que los identificara como tales, constituyó una de las normas más discriminatorias y persecutorias que se conozca en nuestra historia. Basándose en él, la Revolución Libertadora puso entre rejas a una gran cantidad de opositores a quienes acusaba de saboteadores, subversivos y terroristas. Por ejemplo, en la ciudad de La Plata, la policía arrestó a una cantidad indeterminada de personas acusándolas de reunirse e infringir el decreto 4161, para justificarse se dijo que estaban organizando grupos de choque para alterar el orden público e incitar a la huelga general.
En otro caso se dictó prisión preventiva y 500 pesos de multa a cada uno por violar el decreto 4161, a trabajadores de la empresa de transporte El Cóndor, por haber ofrecido a sus compañeros de trabajo unos bonos contribución “para campaña proselitista clandestina del ex-partido del régimen abatido”. A otra persona se le decretó prisión y 300 pesos de multa por cantar la Marcha Peronista en la calle.
Un personaje de gran influencia en el gobierno de Aramburu, fue el marino Francisco Manrique, que por aquellos días declaraba a la prensa: “El gobierno sigue atentamente el problema del sabotaje, que es obra de grupos de fanáticos, y está presto para adoptar las medidas que sean necesarias para reprimirlo. Si los saboteadores no entienden por las buenas, lamentablemente tendrán que entender por las malas”. (9)
Otro extraño y patológico caso en medio de esta orgía de revanchismo, fue el de Próspero Germán Fernández, más conocido como el capitán Ghandi, protegido del Subjefe de Policía.
José María Rosa, uno de los historiadores revisionistas más notorios, fue detenido por aquellos años, entre otras cosas, por dar resguardo en su casa a John William Cooke. El denominado capitán Ghandi fue el encargado de interrogarlo, en ese momento se produjo el siguiente diálogo:
Ghandi: Es que Ud. enseña cosas que pervierten a la juventud y nos gustaría comprobarlo.
Rosa: ¿Pervierto a la juventud?
Ghandi: Los trata de hacer rosistas cuando Rosas fue un tirano, como el prófugo que mató mucha gente.
Este era el nivel de acusaciones que manejaban los hombres de la “libertadora”. Cuando un juez indagó sobre las causales de la detención de José María Rosa, el Jefe de la Policía le respondió que estaba preso por actividades subversivas, que consistían en ejercer la defensa de Juan Manuel de Rosas. Por supuesto que cuando Rosa recuperó la libertad había sido despedido de todas las cátedras.
La saña represora no se limitaba, a esa altura, solamente a los peronistas. Otros que habían participado en el golpe de estado y que adhirieron a Lonardi, también fueron castigados. Tal el caso del Secretario de Prensa de Lonardi, Goyeneche, al cuál se lo colocó en una celda junto a militantes peronistas con el objetivo de humillarlo, pues había sido uno de los principales inventores de las atroces acusaciones contra Perón, entre sus actividades en el gobierno estaba la de organizar la exposición de pertenencias del ex-presidente y su esposa. (10)
Como puede apreciarse todo opositor era catalogado de subversivo, no sólo los que colocaban“caños” eran el objetivo de la represión estatal, pensar de una manera diferente a los dueños de la“libertad” también los hacía merecedores de la visita policial.
Al ser liberado José María Rosa le escribió una carta al gral. Perón en donde le decía: “acabo de estar en la penitenciaría, con sus ministros, senadores y diputados. La mayoría daba vergüenza. Muy pocos estaban en una actitud digna. Firmaban petitorios a Aramburu y Rojas pidiéndoles les perdonaran por el extravío al que usted los llevó. Pero su partido señor, es la Argentina misma. Tengo la seguridad de que la Revolución Libertadora le hará bien. Tal vez su defecto fue formarse desde arriba, llenarse de arribistas. Ahora, desde abajo, vendrán nuevos hombres, una juventud obrera que está firmemente con usted y ocupará la dirección de los sindicatos cuando llegue el momento. Y una juventud estudiosa tomará la dirección política”. (11)
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(6) James, Daniel : Resistencia e Integración, Editorial Sudamericana, 1990, pag. 95.
(7) Calello, Osvaldo y Parcero, Daniel : De Vandor a Ubaldini Tomo I, Centro Editor de América Latina,
1984, pag 26.
(8) Clarín 22/2/56.
(9) La Nación 2/3/56
(10) Hernández, Pablo: Conversaciones con José M. Rosa, Colihue/Hachette, 1978, pag. 130 a 137.
(11) Hernández, Pablo: ob. cit., pag. 147 y 148.