El Forjista
El general Lonardi nunca fue consciente de las fuerzas que desató, su odio personal a Perón lo obnubiló de tal manera que creyó posible separar al líder, del movimiento que él mismo había creado. Aquellos que comenzaron a conspirar contra el presidente de facto eran aún más reaccionarios que él, asumiendo posturas supuestamente “liberales” que los llevaron a organizar atentados contra Perón, perseguir, torturar y asesinar a peronistas y trabajadores, e incluso se convirtieron en profanadores de cadáveres como lo hicieron con el cuerpo de Eva Perón. Aramburu y Rojas fueron los jefes de esa facción y de los dirigentes de los partidos políticos que fueron dóciles marionetas que apoyaron incondicionalmente esa política de salvaje reacción.
A poco de asumir, comenzaron a salir a la luz las discordias que producirían a los pocos días el relevo del primer presidente de la autodenominada Revolución Libertadora. Los dos bandos se repartieron las funciones en el gobierno, a ambos los unía exclusivamente su odio al peronismo, pero una vez conseguido el objetivo de desplazar a Perón se pusieron en evidencia las diferencias que los separaban.
Por un lado se encontraban el presidente y sus amigos, entre los que había varios nacionalistas: el Ministerio de Relaciones Exteriores estaba a cargo de Mario Amadeo, el de Trabajo y Previsión Social en manos de Luis Cerruti Costa, el de Transporte a cargo del gral. Uranga, el de Guerra con el gral. Bengoa, el Dr. Clemente Villada Achaval era el asesor principal del presidente, en tanto el mayor Guevara era una de las personas de mayor confianza de Lonardi.
El otro bando tenía a la cabeza al mismísimo vicepresidente de la República, el contraalmirante Isaac Francisco Rojas con toda la Marina detrás, quién además contaba con el apoyo incondicional de todos los partidos políticos “democráticos” encabezados por la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista, sin olvidar a demócratas progresistas y conservadores.
El grupo de Rojas también contaba con sólidos contactos con el Ejército por lo que era quién contaba con mayor apoyo y viabilidad política, pero no sólo era una cuestión de relación de fuerzas, el régimen con el que soñaban los lonardistas era una especie de mezcla entre el caduco sistema liberal y algunas reivindicaciones sustentadas por el peronismo. Existía una clara imposibilidad histórica para efectuar una salida intermedia entre el peronismo y el liberalismo. Para llevar a cabo un programa popular estaban los peronistas y para desarrollar el proyecto liberal existían varios sectores dispuestos a concretarlo, ahora que habían destruido ese dique de contención que significaba el peronismo.
Un foco sedicioso para el derrocamiento de Lonardi estuvo ubicado muy cerca de él, específicamente en la Casa Militar, organismo que supuestamente debía ocuparse de la seguridad del presidente, las audiencias y el protocolo, cuyo jefe era el coronel Bernardo Labayrú, el jefe del despacho de la Casa de Gobierno era el coronel Emilio Bonnecarrere y el jefe del regimiento de granaderos a Caballo, Alejandro Lanusse, todos los cuales tenían la obligación de defender al presidente sin embargo fueron miembros activos y determinantes de la conspiración. (1)
Los contrarrevolucionarios de setiembre no habían derrocado a un gobierno para que unos aguafiestas le vinieran a impedir sus ansias de revancha. No se trataba que Lonardi odiara más o menos al peronismo o a Perón, de lo que se trataba era de delinear una táctica para destruir al peronismo, mientras el presidente era consciente de lo que implicaba provocar al peronismo y al movimiento obrero, intentando una política para ganar a estos últimos para otras causas y que paulatinamente se olvidaran de Perón, el otro sector quería erradicar de cuajo diez años de historia argentina que para desgracia de los liberales contaba con la adhesión de una gran cantidad de argentinos que habían coincidido con los diez años más felices de sus vidas.
La posición aparentemente más benigna o conciliadora del lonardismo no puede esconder su responsabilidad por el ataque de grupos policiales y parapoliciales a locales y hogares de militantes peronistas acusándolos de cuestiones que nunca pudieron ser probadas.
Cooke definió de manera acertada la política de Lonardi en los siguientes términos: “… intentaba una conciliación imposible: nacionalismo e imperialismo, Plan Prebisch y paternalismo hacia los obreros, unión del frente antiperonista y tentativas de captar a la masa peronista depurándola de la influencia de Perón. Aparte de todas esas contradicciones, el régimen que sucediese al peronismo tenía que ser el más liberal, oligárquico y antipopular; a mayor significado revolucionario del régimen popular, más reaccionario ha de ser el poder que lo suceda…”. (2)
Esta contradicción que torturaba a Lonardi se haría visible durante su gestión, a pesar de las palabras pacificadoras, su gobierno estuvo teñido del más furioso revanchismo, que sin ser tan acentuado como el que le siguió con Aramburu, ponía en evidencia su debilidad para controlar a los más gorilas que se lanzaron a ocupar espacios en todos los niveles, ingresando a punta de pistola en locales partidarios, sindicatos y universidades. Además se procedió en encarcelar e interrogar a miles de dirigentes peronistas y sindicales, mientras sus hogares eran allanados.
La hija del general Lonardi señala al coronel Carlos Eugenio Moori Koenig como el cabecilla de los comandos civiles que actuaron como fuerza parapolicial organizada, en todos los ataques sufridos por locales peronistas y sindicatos, además ese militar fue el que cumplió la misión de ultrajar el cadáver de Eva Perón. (3)
Estos grupos no pudieron ser controlados por Lonardi y cuando intentó poner fin a sus actividades delictivas fue derrocado. Los liberales golpistas dieron muestras acabadas se su escasísimo compromiso con la democracia y su total odio a cualquier decisión que implicara la participación popular.
En esta interna surgida del seno de la autodenominada Revolución Libertadora tendrá especial significación la participación de aquellos que habían actuado en los intentos anteriores para derrocar a Perón, luego del golpe de estado estos personajes regresaron al país y reingresan a las Fuerzas Armadas, los partidos políticos y el gremialismo “libre” con una muy alta cuota de odio y resentimiento. Todas esas personas repudiaban cualquier intento conciliador con los peronistas, ni aún con aquellos que no habían ocupado cargos de importancia en el gobierno depuesto.
El Uruguay se había convertido en un punto de concentración de los autoexiliados, cruzaron el Río
de la Plata para retornar a la actividad ni bien cayera el peronismo. Un diario informaba el 29 de septiembre de 1955 del regreso de varios integrantes de la familia Tornquist, del capitán Carlos Suarez Mason (el mismo que ocupara un cargo de relevancia en la última dictadura), el capitán Marcelo Beccar Varela, el teniente Pablo Carpintero, el teniente primero Osvaldo Cacciatore (intendente de Buenos Aires durante la dictadura de 1976), el capitán Elbio Anaya (integrante de la Junta de Comandantes que inició el conflicto en Malvinas), el capitán Jaime Mariano de Nevares, también regresaron dirigentes políticos como Ernesto Sanmartino (el autor de la denominación
“aluvión zoológico” para referirse al 17 de octubre) , Enrique Broken, Jorge Selser y Luis Pan. (4)
Nótese que muchos de los ocuparon cargos de relevancia en la dictadura que asoló a la Argentina entre 1976 y 1983 comenzaron su actividad conspirativa luchando contra el gobierno del General Perón, con el tiempo fueron perfeccionado sus técnicas conspirativas y de represión.
Los lonardistas sospechaban que la cuestión de eliminar al peronismo no sería tan sencilla, por lo que confiaban en concretar su proyecto más lentamente e intentando contener a los sectores más extremistas del antiperonismo, creyendo que los peronistas no eran más que ingenuos individuos engañados por la simpatía que irradiaba el General Perón, dando muestras que no sólo desconocían al peronismo sino que eran ignorantes de la situación del país. Buscaron una salida que no irritara en demasía a los derrotados y no hicieron más que enojar a sus aliados liberales y también a los peronistas, muchos de los seguidores de Lonardi eran nacionalistas que se habían desilusionado tempranamente del peronismo, ni bien comprobaron la adhesión popular que concitaba, los nacionalistas en general detestaban todo aquello que tuviera destino de mayorías.
Abelardo Ramos describirá la situación en que se encontraban los seguidores de Lonardi de la siguiente manera: “Entre la revolución nacional de Perón y la contrarrevolución oligárquica no había lugar para un fórmula intermedia”. (5)
Lonardi designó Secretario de Prensa a un fascista, Juan Carlos Goyeneche que fue el organizador de la vergonzosa y detestable exposición de las joyas y vestuario de Eva Perón, fue un claro acto de venganza que mostraba todo el odio que podían incubar estos servidores de la oligarquía. Pero como habitualmente ocurre con los nacionalistas en nuestro país, son utilizados para que realicen los trabajos sucios que los liberales no se animan a concretar, una vez que cumplen sumisamente con los mandados son desechados y arrojados del gobierno. Cuando Goyeneche dejó de ser útil los liberales pidieron su cabeza y el presidente mansamente se las otorgó.
En sus disputas internas el sector liberal liderado por Rojas siguió avanzando, a continuación la emprendió contra el general Bengoa, el 8 de noviembre éste presenta su renuncia al Ministerio de Ejército siendo reemplazado por un general recientemente retornado a la actividad, se trataba de Arturo Ossorio Arana.
En su renuncia Bengoa le decía al presidente que: “Temo que un nuevo rumbo, por ligero que sea su cambio, podría significar la división de fuerzas que es imprescindible mantener unidas y solidarias para evitar poner al país a situaciones que pudieran ser peligrosas y cuyos resultados sería imposible prever”.
A continuación sienta su posición con respecto al peronismo: “Tengo la profunda convicción de que salvo en el caso de los delincuentes, que deben ser castigados, debe privar la tolerancia para las ideas y los sentimientos que no sean los nuestros, como única forma de llevar a la República al olvido de los odios sembrados hasta hace poco por la dictadura depuesta”. (6)
Pocos días antes que se desate la crisis que terminará con el gobierno de Lonardi, éste había adoptado la decisión de dividir los Ministerios del Interior y Justicia que estaba a cargo de un referente de los sectores liberales el Dr. Eduardo Busso, su intención era nombrar a de Pablo Pardo a cargo del Ministerio del Interior y dejar a Busso en el Ministerio de Justicia, pero ante la negativa de éste de aceptar esta salida, Lonardi designó a de Pablo Pardo a cargo de Interior y al Dr. Bernardo Velar de Yrigoyen en Justicia, ambos juraron el 12 de noviembre.
Uno a uno eran criticados y acusados los principales colaboradores del presidente, que respondía realizando concesiones a sus adversarios internos, pero al detectar que la embestida liberal no cedía y que era su cabeza la que estaba en peligro, el 12 de noviembre intenta un contraataque mediante un documento donde dejaba reflejada las diferencias existentes entre los grupos que efectuaron el golpe de estado.
Lonardi atacó la base de sustentación de la plataforma de Rojas, la recién conformada Junta Consultiva integrada por representantes de los partidos políticos que apoyaron el golpe, decía el presidente: “El gobierno está muy lejos de creer que en la Junta están representadas todas las corrientes de opinión de la política nacional”.
En otro párrafo reafirmaba su política respecto al peronismo: “…la promesa de que no habría vencedores ni vencidos no ha sido una frase sin valor o un recurso retórico, sino un juicio meditado en función del estado de opinión imperante en el pueblo a favor de su política”. (7)
En el mismo comunicado señalaba su rechazo a perseguir indiscriminadamente a los peronistas, también sentaba su posición contraria a intervenir la CGT y dividir al movimiento obrero. La declaración de Lonardi provocó la ira del grupo liberal que no tardó en responder, la Junta Consultiva se constituyó en epicentro de la conspiración presentando masivamente sus renuncias.
Manejados por el almirante Rojas, los políticos integrantes de la Junta se mostraron activos con la voluntad de desplazar al presidente de igual forma que unos días antes habían derrocado al presidente constitucional.
Las Fuerzas Armadas depuradas de peronistas y de sospechosos de serlo también actuaron en consonancia, en la misma noche del 12 de noviembre un grupo se trasladó a la residencia presidencial de Olivos para presentar un petitorio en nombre de los hombres de armas. El grupo compuesto por altos mandos presentó al presidente sus exigencias que consistían en la renuncia de los principales colaboradores del presidente, argumentando el malestar existente en el seno de la Fuerzas Armadas, los partidos políticos y la Corte Suprema, esta última amenazaba con renunciar en pleno tal cual había ocurrido con la Junta Consultiva.
Esta petición atacaba directamente la autoridad presidencial al pedírsele la cabeza de sus hombres de mayor confianza, pero el vocero del grupo el contraalmirante Rial le había indicado a Lonardi que en realidad el tema de sus colaboradores no era el de mayor importancia, lo prioritario consistía en tres puntos que habían reclamado, que planteaban la formación de una Junta Militar que compartiera el gobierno con el presidente, la intervención de la CGT, el establecimiento de una política inflexible hacia los trabajadores y la disolución del partido peronista.(8)
Lonardi asumió la defensa de sus colaboradores, uno de ellos era el recientemente designado Ministro de Justicia, de Pablo Pardo, el presidente expresó: “Sin embargo, resulta paradójico que se erijan en sus jueces hombres que hasta hace tres meses fueron peronistas y sólo reaccionaron cuando Perón atacó a la Iglesia. Como Usted, por ejemplo, general Videla Balaguer, que recibió la medalla a la lealtad peronista”.
Videla Balaguer respondió: “Señor, yo crucé las aguas del Jordan y me purifiqué” a lo que Lonardi contestó: “El doctor de Pablo Pardo no tuvo necesidad de cruzar el Jordan porque siempre estuvo del otro lado”. (9)
Esta anécdota mostraba hasta qué punto la inflexibilidad que mostraba uno de los bandos y la adopción de una actitud propia de jueces tenía mucho de sobreactuación, pues muchos de aquellos que solicitaban mayor dureza contra el peronismo habían formado parte de ese movimiento, tal como había ocurrido con el vicepresidente Rojas.
Así lo señalaba Scalabrini Ortiz: “El señor Rojas llegó a conquistar la confianza íntima de la señora Eva Perón e incurrió en actitudes que, a juzgar por sus enconadas referencias a quienes hicieron cosas semejantes, debieron costarle un claro esfuerzo en su momento, como fueron el indebido homenaje a José Espejo, y el regalo de una joya a la señora del gobernador de la provincia de Buenos Aires, señor Aloe”.(10)
El general Lonardi también respondió negativamente al pedido de intervención de la CGT y el partido peronista, demostrando más inteligencia que sus nuevos rivales a quienes les dijo: “A cañonazos no conseguiremos nada más que exacerbar a los obreros y fortalecer al peronismo, en forma tal que no sería extraño que dentro de seis meses estuviera nuevamente Perón en la Casa de Gobierno o una guerra civil asolara al país.”
En respuesta a la intervención al partido les dijo: “Sería un procedimiento muy poco hábil, desde el punto de vista democrático, poner el movimiento peronista en la clandestinidad y robustecerlo con la persecución”.(11)
Sin acuerdos concluyó la primera reunión con Lonardi en la cual los confabulados hicieron conocer
sus peticiones. En la segunda reunión el coronel Ossorio Arana asumió la voz cantante y le solicitó al presidente su renuncia en nombre de la Fuerzas Armadas amenazándolo con el uso de la fuerza.
Pretendían para salvar las formas que fuera el propio Lonardi el que presentara la renuncia, pero luego de algunos cabildeos junto a sus más cercanos colaboradores se negó a hacerlo. Cuando los complotados se retiraban de su casa, Lonardi les gritó: “¡Y que sepan que no renuncio! ¡Ustedes me echan!”.
Lonardi se dirigió a la Casa Rosada donde increpó duramente a los coroneles Labayrú, Bonnecarrere y Lannuse cuya misión profesional debió ser defender al presidente y no conspirar contra él. El ya ex presidente intentó dar a conocer un comunicado que los medios de comunicación argentinos tan defensores de “la libertad de prensa” no publicaron, a excepción del Buenos Aires Herald, el comunicado expresaba: “Comunico al pueblo que no es exacto que haya presentado mi renuncia al cargo de Presidente Provisional, o que mi salud tenga algo que ver con mi retiro de la Casa de Gobierno. El hecho se ha producido exclusivamente por decisión de un sector de las Fuerzas Armadas”. Los militares no permitieron el ingreso de los periodistas a la casa de gobierno para entrevistar a Lonardi.
El 13 de noviembre de 1955 por la tarde se dio a conocer el comunicado oficial que decía: “La crisis reciente del gobierno provisional se ha debido exclusivamente a la presencia en el seno del mismo de grupos influyentes en el espíritu del general Lonardi, que orientaron su política hacia un extremismo totalitario, incompatible con las convicciones democráticas de la Revolución Libertadora, las cuales consiguieron apoderarse, ante el estupor de la sana opinión revolucionaria, de puestos claves en la conducción del país”. Más adelante continuaba diciendo: “Esas personas y no otras, intentaban colocar a la Nación en peligrosa senda, a cuyo término sólo podía esperarse una nueva dictadura”.(12)
De esta manera el propio iniciador de la autodenominada Revolución Libertadora caía bajo el accionar faccioso de un grupo de políticos y militares que no podían tolerar la más mínima discusión de sus posiciones. No había ninguna verdad en las afirmaciones del comunicado oficial pues no era sólo los lonardistas los que desconocían los caminos de la democracia, fueron todos aquellos que formaron parte del golpe de estado del 16 de septiembre quienes la erradicaron del suelo argentino, debieron pasar largos años antes que los argentinos volviéramos a practicar la democracia.
Sería una constante de la Revolución Libertadora llenarse la boca con advocaciones al sistema democrático para desconocerlo a renglón seguido en cada uno de sus actos. Los colaboradores de Lonardi no eran ni más ni menos democráticos que Rojas, Aramburu o los políticos que formaban parte de la Junta Consultiva. Lonardi cayó porque se negó a aplicar medidas que inteligentemente sabía que provocarían la más enérgica reacción de la clase obrera y otros sectores populares.
El 4 de diciembre estando Lonardi en los Estados Unidos por razones de salud, el gobierno da una nueva versión oficial de lo sucedido, acusando a Clemente Villada Achaval cuñado de Lonardi de recibir a personas de “ideologías totalitarias” y de ser contrario a la Junta Consultiva. También aprovechaban para cuestionar a la CGT a la que acusaban de ser contraria al gobierno.
Lonardi procedió a contestar las acusaciones y defender a su cuñado, con respecto a su renuncia decía que “… me disponía a redactarla cuando fui informado de que la noche anterior los edecanes del vicepresidente de la Nación no habían sido ajenos a la firma del documento en que la casi totalidad de los miembros de la Junta Consultiva declinaba de sus cargos”. Enterado de esta maniobra Lonardi decidió negarse a renunciar. (13)
La tensión entre ambos grupos llegó a niveles extremos, Villada Achaval también decide responder a las acusaciones, en su documento denuncia que una comisión policial procedió a allanar el domicilio del general Lonardi con el objetivo de detener a Villada Achaval.
El 12 de enero de 1956 estando en el extranjero el coronel Ernesto Tarquini le propone a Lonardi a instancias del gobierno que se quedara en ese lugar y no regresara al país e incluso se lo tentó con la designación en una embajada, la respuesta del ex presidente fue que no sólo pensaba regresar al país de inmediato sino que se constituiría en un firme opositor al gobierno.
Posteriormente hubo otro enviado de Aramburu, esta vez el teniente coronel Juan José Montiel Forzano para comunicarle que el gobierno consideraba inconveniente su regreso al país, pero Lonardi insistió en manifestar su intención de regresar e incluso de radicarse en Uruguay si se le impedía ingresar a la Argentina.
Al regresar al país se colocaron parlantes para que hablara a quienes se congregaron frente a su casa, pero la policía procedió a retirar toda la instalación y se le impidió dar una alocución.
El 22 de marzo de 1956 se produce la muerte del general Lonardi producto de un derrame cerebral.
Se desata la hipocresía habitual en estos casos, la Libertadora no podía perder la oportunidad para mostrarlo como uno de los suyos, quién se había colocado al frente del complot cuando pocos se animaban. Aramburu por radio decía: “Hoy el pueblo liberado le rinde el homenaje que tributaúnicamente a los héroes”.
La Junta Consultiva le rinde homenaje a pesar de haber jugado un papel decisivo para su derrocamiento, en un comunicado la UCR de Capital decía del fallecido: “transpone los umbrales de la historia” y lo define como “…una de las figuras más nobles y excelsas de la República…”. (14)
A pesar de la muerte de Lonardi no terminaron ahí las disputas internas de los “libertadores”, al conmemorarse el primer aniversario del golpe con un acto en la Plaza de Mayo se produjo un incidente entre partidarios de Lonardi por un lado, y de Aramburu y Rojas por el otro, estos últimos les gritaban a sus rivales “nazis”, “peronistas disfrazados”, “clericales” o “que se vayan con Franco”, mientras lanzaban vivas a Sarmiento. (15)
Mientras los golpistas se disputaban el espacio del cual habían desplazado al pueblo, el exiliado presidente constitucional declaraba desde Asunción: “Yo ya conozco demasiado a estos gobiernos que no se basan en el poder de las urnas sino en las armas. La persecución despiadada y la desinformación sistemática no abren buenas perspectivas a una pacificación… Esta revolución, como la de 1930, también septembrina, representa la lucha entre la clase parasitaria y la clase productora”. (16)
La mentirosa pacificación lonardista fracasaba estruendosamente ante la mayor indiferencia de los ciudadanos, un país dividido en dos, pero no por mitades, no tenía lugar para salidas intermedias, entre el Pueblo y la oligarquía no había espacio para mediadores o para mesiánicos que se atribuían la sagrada misión de “desperonizar” el país.
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(1) Robert Postash. El ejército y la política en la Argentina, Editorial Sudamericana, 1984, pags. 296 y 297
(2) John William Cooke, Peronismo y Revolución, Ediciones Papiro, 1971, pags. 134 y 135
(3) Marta Lonardi, Mi padre y la revolución de 1955, Ediciones Cuenca del Plata, 1980, pag.107.
(4) Diario El mundo 29/9/1955
(5) Jorge Abelardo Ramos, La era del bonapartismo, Editorial Plus Ultra, 1973, pag. 236
(6) Mi padre y la revolución de 1955, Marta Lonardi, Ediciones Cuenca del Plata, 1980, pags. 176 y 177
(7) Marta Lonardi, pags. 179, 180 y 181
(8) Marta Lonardi, pag. 212
(9) Marta Lonardi, pag. 211
(10) Raúl Scalabrini Ortiz, Bases para la reconstrucción nacional, Editorial Plus Ultra, 1973, Tomo II, pag. 301
(11) Marta Lonardi, pag. 213
(12) Marta Lonardi, pags. 222 y 223
(13) Marta Lonardi, pags. 236 y 237
(14) La Nación, 24/3/1956
(15) La Prensa, 17/9/1956
(16) Juan D. Perón, La fuerza es el derecho de las bestias, Ediciones Síntesis, 1974, pags. 15 a 17