El Forjista
Capítulo 9 - El 17 de octubre
Cuando los sectores reaccionarios se relamían creyendo que su victoria estaba próxima, intervino un protagonista que ellos nunca habían tenido en cuenta, desde diversos lugares del Gran Buenos Aires los trabajadores empezaron a marchar hacia la Plaza de Mayo, sorteando los obstáculos que se les intentó interponer, reclamaban la libertad de Perón sabiendo que su detención significaba, lisa y llanamente, la anulación de toda la legislación laboral que habían obtenido durante su gestión.
Ante la imponente manifestación, el presidente Farrel se comunicó con el general Ávalos, principal opositor de Perón en el seno del ejército, y concluyeron que no tenían otra salida que convocar al coronel para que le hablara la multitud que pedía por su presencia.
A las 23:30 desde los balcones de la Casa Rosada Perón le habló al pueblo, pero previamente le solicitó a los presentes que cantaran el himno nacional, de ese modo ganó tiempo para pensar sobre lo que iba a decir.
Una vez finalizada la canción patria, el coronel les dijo: “Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo por el que yo sacrificaba mis horas de día y noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que ese pueblo no engaña a quién no lo traiciona”.
Algunos intelectuales con sensibilidad social pudieron captar el significado de aquella inolvidable jornada que cambió el rumbo de la historia nacional.
Scalabrini Ortiz expresó con palabras que ya quedaron estampadas para iluminar los pasos de las generaciones siguientes: “Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de la Chacarita y de Villa Crespo, de las fundiciones del Riachuelo, hermanados en el mismo grito y la misma fe. Era el subsuelo de la patria sublevado, era el cimiento básico de la nación que asomaba”.
Otro extraordinario escritor, Leopoldo Marechal, quedó impactado por esa manifestación: “Me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y amé a miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina invisible que algunos habían anunciado literalmente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda”.
Pero hubo otras expresiones que no pudieron reprimir su desprecio por los sectores populares, el diario Crítica que había colaborado a generar el clima golpista que derrocó a Hipólito Yrigoyen el 6 de septiembre de 1930, decía ante la movilización del 17: “Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población”.
Una foto ilustraba el artículo mostrando a unas pocas personas, bajo de la foto decía: “He aquí una de las columnas que desde esta mañana se pasean por la ciudad en actitud ‘revolucionaria’. Aparte de otros pequeños desmanes, sólo cometieron atentados contra el buen gusto y contra la estética ciudadana afeada por su presencia en nuestras calles”.
Efectivamente la oligarquía y ciertos sectores de clase media imitadores de las posturas de aquella, sentían que la ciudad se “afeaba” con la aparición del proletariado al que los políticos de los viejos partidos nunca habían tenido en cuenta y que ahora un coronel comenzaba a atender en sus históricos reclamos.
Eva no tuvo un rol protagónico en esas jornadas, aún no tenía influencia en el ámbito sindical, Galasso logró recomponer esos días de Eva, la tarde del 16 en compañía de su hermano Juan salió con rumbo a San Nicolás de los Arroyos con el objetivo de reunirse con el abogado Ramón Subiza que era amigo de Perón.
Por la noche los tres se trasladaron a Junín, en la madrugada del 17 se enteró que Perón se encontraba en el Hospital Militar entonces decidió retornar a la Capital. No pudo verlo a Perón pero si logró hablar por teléfono con él. Escuchó por radio desde su departamento de la calle Posadas el discurso de Perón.
En La Historia del Peronismo Eva explicó sus vivencias en aquellos días: “Confieso que en aquella oportunidad quizá me interesase más la libertad de un corazón y la de una vida, que el triunfo de sus grandes ideales. Tan pronto como empecé a llamar a las puertas de los pobres, de los humildes, de los desheredados, confieso que allí sí encontré corazones. Por eso hoy puedo decir, con gran verdad, que conozco todo el muestrario de corazones del pueblo argentino. Cuando pedí una audiencia, por ejemplo, a fin de entrevistar a un alto funcionario, me la concedieron…¡pero ‘para dentro de un mes’! De algunas partes, lo confieso, tuve que salir llorando; pero no de amargura, sino de indignación…Por eso digo siempre que en aquellos días de mi gran soledad conocí todas las gamas del alma humana”.