El Forjista
En 1842 Aguado le propuso que lo acompañara a un viaje por España, pero el gobierno de ese país le imponía a San Martín una serie de condiciones que no estuvo dispuesto a cumplir, esa decisión posiblemente le salvara la vida porque la diligencia en que viajaba su amigo quedó varada producto de una tormenta de nieve, Aguado tomó la decisión de continuar a pie, cuando llegó a Gijón estaba a punto de congelarse, murió mientras cenaba aparentemente de un ataque de apoplejía, en el testamento declaraba a San Martín tutor de sus hijos con un sueldo de 4000 francos.
El 1° de septiembre de 1843 en París, Juan Bautista Alberdi que estaba exiliado y era un notorio antirosista visitaba a su amigo Guerrico, cuando se ve sorprendido por la llegada de San Martín.
Alberdi escribió después: “Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado, y no es más que un hombre de color moreno, de los temperamentos biliososos”,
Continuaba su descripción: “Su bonita y bien proporcionada cabeza, que no es grande, conserva todos sus cabellos, blancos hoy casi totalmente; no usa patilla ni bigote, a pesar de que hoy lo llevan por moda hasta los más pacíficos ancianos…La nariz es larga y aguileña; la boca pequeña ricamente dentada, es graciosa cuando sonríe; la barba es aguda”.
Pero hubo otros encuentros porque Alberdi fue recibido con suma cordialidad en Grand Bourg, en otra muestra de la decisión del Libertador de no inmiscuirse en las peleas internas y de su amplitud de criterio ya que mantenía una activa correspondencia con Rosas que era el principal enemigo de Alberdi.
El tucumano también señaló: “Me llamó la atención el metal de su voz, notablemente gruesa y varonil. Habla sin la menor afectación, con toda la llanura de un hombre común. No obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestro hombres de América, coetáneos suyos”.
En su descripción psicológica dice: “Al ver el modo de como se considera él mismo, se diría que este hombre no había hecho nada de notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así”.
Alberdi también remarcó con justicia la ingratitud de gran parte de la dirigencia argentina con el Libertador, seguramente se refería a los de su propio bando porque Rosas nunca dejó de señalar las constantes muestras de patriotismo de San Martín cada vez que su Nación lo requería. Después del fallecimiento del Libertador, Alberdi mantuvo una cordial relación con su hija y yerno.
Sarmiento lo visitó en 1846 pero no mostró la misma actitud que Alberdi, luego escribió: “No lejos de la margen del Sena, vive olvidado don José de San Martín, el primero y más noble de los emigrados…Hay en el corazón de este hombre una llaga profunda que oculta a las miradas extrañas”.
Y sacaba como conclusión de su visita: “He pasado con él momentos sublimes que quedarán grabados en el espíritu”.
Pero también Sarmiento llegó a decir que el Libertador veía “fantasmas extranjeros” que no eran nada fantasmales porque estaban atacando en esos momentos a la patria con la ayuda de los unitarios a los que el sanjuanino apoyaba.
Sarmiento se ofuscó por la defensa que hizo San Martín de Rosas, sabiendo perfectamente con quién estaba hablando le dijo algo que le debe haber dolido: “Pero al fin ese tirano de Rosas, que los unitarios odian tanto, no debe ser tan malo como lo pintan cuando en un pueblo tan viril se puede sostener veinte años”.
El sanjuanino levantó el tono y le respondió que los hombres más capaces se encontraban en el exilio y que si Rosas se había mantenido era por la división de sus enemigos, San Martín le contestó sin perder su tono amable: “que ustedes exageran un poco y que sus enemigos lo pintan más arbitrario de lo que es. Sí, conocí en sus mocedades a los generales que usted recuerda: Paz, Lavalle, el más turbulento, Lamadrid, si no más valiente que éste, sin duda con menos cabeza; y si todos ellos, y lo mejor del país como ustedes dicen, no logran desmoronar a tan mal gobierno, es porque la mayoría convencida está de la necesidad de un gobierno fuerte y de mano firme, para que no vuelvan las bochornosas escenas del año 20 ni que cualquier comandante de cualquier batallón le levante a fusilar por su orden un gobernador de Estado. Sobre todo, tiene para mí el general Rosas que ha sabido defender con energía y en toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después del combate de Obligado, tentado estuve de mandarle la espada con que contribuí a fundar la independencia americana, por aquel acto de entereza en que con cuatro cañones hizo conocer a la escuadra anglofrancesa que, pocos o muchos, sin contar sus elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia”.
Quién contó esa entrevista en detalle fue Pastor S. Obligado quién tuvo referencias por Guerrico que estuvo presente en la reunión, dejando constancia que un nervioso Sarmiento interrumpía a San Martín y que llegó a la impertinencia de preguntarle para que servía la “cacareada independencia” si no hay libertades. Cuando Sarmiento se refería a la libertad sólo lo hacía para aquellos que consideraba que eran aptos para disfrutar de ella que era una minoría acomodada.
Como muy bien explica Manuel Gálvez, para el prócer liberal la civilización era un estado superior a la independencia, por el contrario, por eso nuestro máximo prócer expresó su ideario en una sencilla y magnífica expresión: “Seamos libres y lo demás no importa nada”, pero la libertad a la que se refería no era la de los individuos sino a los de la Patria.
Gálvez lo sintetizaba de esta manera: “El concepto sanmartiniano es el de la independencia a toda costa. El sarmientesco es el de la cultura, la riqueza, la comodidad a toda costa”.
El historiador chileno Vicuña Mackena visitó a Merceditas y su esposo después del fallecimiento del general para indagar sobre las costumbres del Libertador y alguno de sus recuerdos de su gloriosa carrera, además entre su guardarropa se encontraba el uniforme de Granaderos con que cruzó los Andes.
El historiador dejó testimonio: “La gran ocupación de San Martín era, empero la lectura y sus libros favoritos pertenecían a la escuela filosófica del siglo XVIII, en cuyas ideas se había formado, o a los escritores militares de la era de Napoleón. San Martín, que tan intensos goces sabía encontrar en la lectura, detestaba escribir. Escribía, sin embargo, con una letra franca y decidida, como su voluntad y no decía absolutamente más de lo necesario.”
También el chileno explicó que: “Rara vez hablaba de sus batallas en Chile: Pero confesaba sin embozo que en Cancha Rayada lo creyó todo perdido. En cambio, aseguraba que había ido al campo de Maipú con la fe del triunfo dentro de su pecho porque jamás había visto mayor grandeza moral que la que ostentó Santiago en aquellos memorables días. Por eso sólo, calificaba a los chilenos de un gran pueblo. Del único émulo fuerte que le cupo encontrar en su camino (Bolívar), conservaba San Martín un recuerdo más bien desagradable. Sin embargo, admiraba su genio y su grandiosa contribución a la independencia de América, en cuyas lides ambos colosos encontraban una mágica confraternidad que los reconciliaba”.