El Forjista

Biografía del general San Martín

 

Capítulo 12 - El ejército de los Andes

 

Fueron innumerables los problemas que el Libertador debió superar para tener en condiciones un ejército que pudiera cruzar la cordillera y derrotar a los realistas, seis meses antes de comenzar esa hazaña contaba con la mitad de los combatientes que consideraba necesario para que la misión tuviera éxito.

En enero de 1817 cuando comenzó el cruce contaba con 4000 soldados y otros 1200 entre auxiliares y arrieros, el Directorio procedió a trasladar tropas que se encontraban en otros puntos del país para poder llegar a esas cantidades, además se realizó un reclutamiento general en toda la provincia de Cuyo, también había un contingente de chilenos exiliados y hasta una compañía de británicos.

También formaron parte de ese ejército centenares de esclavos que integraron la infantería la mayoría de ellos había obtenido la libertad, San Martín no pudo concretar su deseo de unificar en un mismo batallón a criollos y afrodescendientes por la resistencia que encontró.

En 1815 el gobernador había decretado la libertad de aquellos esclavos entre 16 y 30 años cuyos amos fueran españoles, libertad que se concretaría al año de finalizada la guerra, después también dispuso el reclutamiento de esclavos con dueños criollos, en todos los casos los dueños fueron indemnizados, lo cierto que más de 1500 de los que cruzaron los Andes eran afroamericanos.

San Martín también hizo cabal muestra de un enorme respeto por los pueblos originarios a los que llamaba “nuestros paisanos los indios”, antes de emprender la marcha se reunió con caciques a los que pidió permiso para atravesar sus tierras reconociéndoles que “ustedes son los verdaderos dueños de este país”.

En una carta que le envía a su amigo el general Miller le decía: “El ejército estaba dividido en dos divisiones de infantería, dos de caballería, dos de artillería, una compañía de guías, otra de obreros y un hospital de sangre. La tropa estaba abundantemente provista de carne, legumbres, verduras y vino: el soldado percibió a más de dos reales por semana, y los oficiales la mitad de sus sueldos, víveres y otros diferentes auxilios”.

La rutina de los soldados en Cuyo consistía en maniobras y ejercicios de combate hasta las ocho de la mañana, a continuación se practicaba el armado y desarmado del fusil, después se procedía a realizar ejercicios físicos, a continuación del almuerzo el lavado de la vajilla y la ropa, luego una breve siesta y seguía el entrenamiento hasta el rezo del rosario, posteriormente se contaba con tiempo libre hasta la cena.

Felipe Pigna cita a Alejandro Rabinovich quién escribió un trabajo sobre el soldado de la independencia indicando que el procedimiento para cargar el arma, hacer fuego y volver a la posición de guardia requería de 25 movimientos, se suponía que un soldado muy entrenado podía disparar tres veces por minuto aunque en condiciones reales se demoraba un minuto en disparar un solo tiro.

Los que integraban el cuerpo de caballería tenían un entrenamiento diferenciado que incluía, sable, carabina, lanza y ejercicios de destreza con el caballo, muchos de los que formaron parte de esta arma eran paisanos expertos en el manejo de los caballos.

Un desafío con múltiples complicaciones era equipar a esos 5.200 hombres con vestimenta, alimentos y armamento, había que estar atento y responder de manera rápida a inconvenientes imprevistos.

Prácticamente fue necesario disponer de toda la producción de San Juan y Mendoza para atender los requerimientos de ese ejército, mientras duró la preparación El Plumerillo fue convertido en una chacra que atendían los mismos soldados.

En octubre de 1816 le escribía a Guido expresándole: “Por la Patria vea V. al Director a fin de que me remita los vestuarios para cazadores, granaderos y el batallón n°8, que estos estén en esa a más tardar a mediados de diciembre. Sin este auxilio no se puede realizar la expedición pues es moralmente imposible pasar los Andes con hombres enteramente desnudos…”.

Reunir 11.000 mulas atendiendo a que muchas se perdieron en el cruce fue una tarea monumental y de gran importancia, pero el Libertador no estaba dispuesto a que nada impidiera su empresa por eso le escribió a Guido El 15 de diciembre de 1816 “Si no puedo reunir las mulas que necesito me voy a pie… sólo los artículos que me faltan son los que me hacen demorar este tiempo”.

Y agregaba esta consideración: “El tiempo me falta para todo, el dinero idem, la salud mala pero así vamos tirando hasta la tremenda”.

Fray Luis Beltrán había nacido en Mendoza, se encontraba en Santiago de Chile y en 1812 fue designado capellán de las tropas que luchaban por la independencia, cuando las tropas patriotas fueron vencidas cruzó la cordillera hacia Mendoza.

San Martín lo puso al frente de los talleres donde se fabricaban herraduras, frenos, riendas, cinchas, lazos, herramientas de todo tipo, vainas de bayoneta, mochilas de cuero, monturas, zapatos, granadas, vehículos de transporte, y gran parte de las balas y cartuchos para los cañones y fusiles, había ahí 700 operarios trabajando.

Fueron confiscadas todas las campanas y se recibieron donaciones de ollas y otros utensilios de metal que fueron fundidos para producir lo que se necesitaba para la campaña.

Pedro Regalado de la Plaza nacido en Mendoza había vivido en Buenos Aires y luchado contra los invasores ingleses y en las campañas al Alto Perú, se hizo cargo de la armería y el parque, se reparaban los fusiles enviados desde Buenos Aires, las bayonetas y cuchillos provenían de Córdoba de la estancia jesuítica de Caroya, para enero de 1817 se había logrado reunir 5.000 fusiles y más de un millar de sables duplicando las armas que había seis meses antes.

La pólvora provenía de Córdoba hasta que se vio afectada en abril de 1815 por un incendio. San Martín decidió instalar una en Mendoza en una casa donada por Godoy Cruz, puso al frente a Álvarez Condarco, artillero tucumano, que en 1812 había estado en la fábrica de explosivos de Córdoba y su experiencia permitió instalar una en Mendoza.

El director Pueyrredón estimó que la expedición a Chile iba a costar unos dos millones de pesos de la época, un jornalero cobraba unos 10 pesos mensuales, 900.000 pesos fueron aportados por Buenos Aires el resto se debió a lo que San Martín pudo juntar en Cuyo y por aportes de otras provincias entre donaciones voluntarias y otras contribuciones forzosas.

Pueyrredón cumplió con prácticamente todo lo que prometió a San Martín, sin embargo se vio obligado a distraer fuerzas y recursos para combatir a Artigas, todos los gobernantes de Buenos Aires parecían caer presa, tarde o temprano, de las maquinaciones mezquinas de la burguesía porteña que se empeñaba en combatir el mal ejemplo federal y popular que significaba Artigas y otros caudillos provinciales, incluso persistieron en combatir a Artigas a pesar que la Banda Oriental estaba en manos portuguesas.

En noviembre de 1816 Pueyrredón le escribía a San Martín: “A más de 400 frazadas remitidas de Córdoba, van ahora 500 ponchos, únicos que se han podido encontrar… Van todos los vestuarios pedidos y muchas más camisas…Van 400 recados. Van hoy por correo en un cajoncito los dos únicos clarines que se han encontrado…Van los 200 sables de repuesto que me pidió. Van 200 tiendas de campaña o pabellones y no hay más. Va el mundo. Va el demonio. Va la carne”.

Pero concluía de manera tajante apremiado como estaba por los que detentaban el poder económico: “Y ¡carajo! No me vuelva usted a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido en un tirante de la Fortaleza”.

Las mendocinas donaron sus joyas y otros elementos de valor a la causa patriota, Remedios Escalada encabezó la comisión que se encargó de informarle al Cabildo de su decisión dando el ejemplo, sin embargo San Martín no quedó satisfecho con la colecta atribuyendo la escasez “a la indolencia de los pudientes” que contrastaba con la generosidad de los más pobres que entregaban todo por la causa.

La colecta realizada en 1815 correspondió a un pedido del Directorio con la finalidad de equipar buques que comenzaron a actuar en calidad de corsarios contra el comercio español por lo que las joyas fueron enviadas a Buenos Aires.

Algunos que donaban esclavos lo hacían con el objetivo de evitar un aporte en metálico o para eximir a sus hijos del servicio militar, otros donaban dinero con la finalidad de evitar confiscaciones y alguna donación forzosa que se le imponía a aquellos que no mostraban ningún fervor patriótico.

Pero salvo las miserabilidades de algunos pudientes, el pueblo cuyano realizó todo tipo de sacrificios para posibilitar la gesta libertadora, en una demostración conmovedora muchos dieron lo poco que tenían: donaron sus sueldos, ropas, alimentos, armas, mulas.

La mayoría de las convocatorias realizadas por San Martín a donar y apoyar el esfuerzo tuvieron un eco más que satisfactorio.

El historiador Julio Cesar Raffo de la Reta realizó una descripción detallada de todos los aportes que hicieron en las distintas convocatorias, con la incorporación permanente de hombres libres y esclavos, la cesión de terrenos para el adiestramiento de la tropa, decenas de carreros que se ofrecieron para el traslados de materiales, la donación de mulas y caballos, de maíz y forraje, de carbón, arrieros que se ofrecen como baquianos, centenares de mujeres que cosieron los uniformes y los abrigos de los militares, ni los niños ni los ancianos quedaron al margen de la magnífica tarea.

Los vecinos llegaron a recolectar 21750 pesos aportados en una colecta en la que contribuyeron los miembros de todas las clases sociales.

Las cifras de esta hazaña son demostrativas del sacrificio realizado por el pueblo cuyano, además de las mulas ya mencionadas, cruzaron la cordillera 1600 caballos, 600 reses para ser consumidas durante la travesía.

San Martín reconoció ese esfuerzo de las provincias que formaban Cuyo en una carta enviada a Pueyrredón, decía allí: “Es imposible describir el afán de este pueblo generoso, por rendirlo todo, bienes y vida, a favor de la patria”.

Y así también lo resaltó en su despedida del pueblo cuyano: “Cerca de tres años he tenido el honor de presidirles y sus heroicos sacrificios por la independencia y la prosperidad común de la Nación pueden numerarse por los minutos de la duración de mi gobierno”.

Cuando estaba celebrando la navidad de 1816 el general hizo un comentario relacionado con la necesidad de tener una bandera, su esposa Remedios de Escalada junto a la chilena Dolores Prats y las mendocinas Laureana Ferrari de Olazábal, Margarita Corvalán y Mercedes Álvarez Morón se dedicaron a buscar telas e hilos para bordar, con la suficiente celeridad para que el ejército pudiera tener lista su bandera para el 6 de enero.

En su empeño recorrieron los comercios de la ciudad de Mendoza hasta conseguir los materiales y las monjas de la Buena Enseñanza: María de las Nieves Godoy, Andrea de los Dolores Espínola y María del Carmen del Niño de Dios Correas la confeccionaron.

Uno de los aspectos no tan conocidos del genio militar del general fue su organización de una red de espionaje y detección del espionaje enemigo que llegó hasta que uno de sus agentes el chileno Manuel Javier Rodríguez Erdoiza, llegado a Mendoza entre los refugiados, fue en acuerdo con él acusado de conspiración y enviado a San Luis donde se le permitiría fugarse para volver a Chile y organizar una red de espionaje y la formación de una guerrilla patriota.

Otro agente en Chile fue Diego Gusmán e Ibañez que llegó a enviar a Mendoza una lista completa de los oficiales realistas, la composición de cada regimiento y valiosos secretos militares de los españoles.

Pero tal vez el caso que más llama la atención fue el del vecino mendocino Pedro Vargas que fue acusado de simpatías con los realistas, fue detenido y paseado engrillado por las calles para que todos se enteraran de su situación, ni su familia sabía que era un agente de San Martín, de esa forma obtuvo valiosa información de los enemigos, luego de cumplir su misión se reveló la verdad y el mismo San Martín participó del acto de reivindicación pública.

También existieron mujeres que cumplieron su misión patriótica, una de ellas conocida como Chingolito, llegó a infiltrarse en la intimidad de las máximas autoridades españolas en Chile y convertirse en amante, consiguiendo información muy importante y también transmitiéndole a los españoles información falsa.

Marcó del Pont jefe realista en Chile le escribió al intendente de Concepción el 4 de febrero de 1817: “Mis planes están reducidos a continuos cambios y variaciones según ocurrencias y noticias del enemigo, cuyo jefe en Mendoza es astuto para observar mi situación, teniendo innumerables comunicaciones y espías infiltrados alrededor de mí y trata de sorprenderme”.

El riesgo que corrían los espías era muy grande por la crueldad española, la señora Agueda de Monasterio al ser descubierta fue torturada hasta la muerte y se les prohibió a sus familiares enterrar su cadáver para muestra de quienes se atrevían a desafiar al rey.

Los agentes de San Martín también se dedicaban a estudiar el terreno donde se debía combatir tal el caso de Juan Pablo Ramírez quien pudo reportar a San Martín detalles valiosos de la zona de la cuesta de Chacabuco donde se libró una batalla fundamental.

Ante el pedido de San Martín para que su amigo Guido fuera enviado a colaborar con él, Pueyrredón le respondió el 2 de enero de 1817 donde le dice: “Hemos tratado de la ida de Guido, y se ha resuelto que a la primera noticia de haber usted ocupado Chile, saldrá de aquí. No sabe usted todo el sacrificio que hago en desprenderme de este joven, que es el que me lleva todo el Despacho de Guerra”.

San Martín le envió una formal declaración de guerra al gobernante español trasandino donde le expresaba: “Que las tropas de la Provincias volverán a sus cuarteles, sin tocar el territorio de Chile, siempre que lo desocupen las tropas agresoras, antes de desenvainarse la espada…Que desde el primer encuentro, en que se ensangrienten las armas, las tropas de las Provincias no colgarán el sable hasta que las cenizas de los tiranos enjuguen al desgraciado Chile, humedecido con la sangre de tanta víctima inocente, y hasta vengar bien la última gota que derrame el menor soldado”.

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