El Forjista
Por aquellos años se desarrollaba en Europa , a pasos agigantados, el capitalismo, el poder de la burguesía se acrecentaba reemplazando a las viejas clases dominantes. Pero no ocurría esto en España que continuaba dominada por una alianza entre la monarquía, la nobleza y el alto clero quienes frenaban deliberadamente todo avance industrial y cultural, por muchos años la península siguió sufriendo las consecuencias de esta política suicida.
Aquellos movimientos que surgieron en representación de la débil burguesía española fueron aplastados sin consideración por la monarquía, Felipe II había ordenado abandonar la explotación de las minas, los telares de seda y lana fueron destruidos.
La nobleza defendió a ultranza esa sociedad donde producir podía ser considerado un delito, a principios del siglo XVIII, España contaba con 722.000 nobles y dos millones de mendigos. En 1787 al morir Carlos III, había 500.000 hidalgos, uno cada veinte españoles, 280.000 sirvientes, 310.000 entre obreros y artesanos y 200.000 miembros del clero. Una sociedad así conformada , con un alto número de parásitos en las cortes y una inmensa cantidad de condenados a la extrema pobreza, estaba destinada a la debilidad e inseguridad permanente.
La política exterior española debió conformarse con ser el término más débil de las alianzas continentales, donde a la península le tocaba siempre la peor parte, pues ni siquiera el aliado de turno respetaba la condición del país. En 1779 participó junto a Francia en las guerras de emancipación de las colonias inglesas en América del Norte.
Con el reinado de Carlos III se intentó poner en práctica un proyecto de modernización, conocido con el nombre de despotismo ilustrado, pero la abierta resistencia del clero y la nobleza, y la negativa del monarca a democratizar el país, hicieron fracasar la posibilidad que sólo podía tener éxito con una transformación sustancial de toda la estructura social.
La crisis española se puso en evidencia al subir al trono Carlos IV, que dio inicio a una época de corrupción y servilismo como pocas veces se vio en el imperio.
La reina Maria Luisa hizo ingresar en la función pública a sus amantes, Godoy se apoderó de los favores de la reina y del gobierno, ante la pasividad de Carlos. El ministro Godoy actuó con total sumisión a los dictados de Napoleón, aceptando sin más, las distintas exigencias del emperador, las que llevaron a España a depender cada vez con mayor fuerza de la política francesa.
Con Godoy, como sustituto de Carlos IV, en todas la funciones de gobierno, se intentó vanamente continuar con el despotismo ilustrado. Floridablanca y Jovellanos preservaron sus ministerios, pero todo estaba perdido, cualquier intento de cambio en la superficie social remaba contra la corriente de la historia que reclamaba profundos cambios económicos y sociales, nadie en el gobierno pensaba en tales cosas.
Napoleón en el esplendor de su poder había declarado el bloqueo continental, cuando Portugal decidió abrir las puertas al comercio inglés, el emperador de Francia sin titubear decidió la invasión de Portugal.
España estaba aliada a Francia desde el tratado de Basilea en 1795, por lo permitió a las tropas francesas atravesar su territorio para que marcharan a ocupar la otra parte de la península ibérica. Napoleón ocupó Portugal sin la menor resistencia, sus ojos se volvieron hacia su aliada, aprovechando las disputas familiares que anarquizaban a la corte española.
El tratado de Fontainebleau, que unía a España y Francia contra el Portugal, preveía dividir el territorio conquistado en tres partes, en una de las cuales se coronaría a Godoy.
El ejercito francés ingresó a España dividido en tres columnas, una se dirigió a Lisboa, otra a Cataluña y la última a Madrid. Godoy preparó la traición organizando la huida de los reyes a América, pero el pueblo español, que no entraba en los planes de ninguno de los contendientes, se decidió a ingresar en escena impidiendo la fuga y aclamando a Fernando VII, hijo de Carlos, quien se negaba a huir y se lo suponía enemigo de los franceses, el 19 de marzo de 1808, Carlos abdicó en beneficio de Fernando.
El pueblo español había invadido los jardines de Aranjuez apaleando a Godoy y tomándolo prisionero. Para completar la tragedia, Carlos escribió a Napoleón informándole que la abdicación le había sido arrancada por la fuerza, el ex rey acudía a un soberano extranjero dando pie a la intervención para la que no necesitaba más que una mínima excusa, y Carlos se la servía en bandeja. La cobardía de los reyes españoles y su falta de patriotismo permitieron la intervención de Napoleón.
El emperador reunió a padre e hijo en Bayona y los obligó a abdicar a ambos, sin que la boca de ninguno de los dos se abriera para protestar.
Esto ocurrió el 5 de mayo y dos días después juraba como rey de España el hermano de Napoleón, José I°, que el 20 de julio ingresó a Madrid.
El reinado de José se caracterizó por su liberalismo, tomó de inmediato una serie de medidas a las que se resistía la nobleza española. Suprimió la Inquisición, redujo la cantidad de conventos a la tercera parte, derogó los derechos feudales y barrió las aduanas interiores, pero el pueblo no se dejaría deslumbrar por estas medidas, y puso ante todo la soberanía de su patria y la expulsión del invasor.
El 2 de mayo se produjo el ejemplar levantamiento que dio al mundo muestras de su patriotismo y valor. Como un solo hombre, reaccionó el pueblo español contra fuerzas bien provistas y rodeadas de una leyenda de invencibilidad. Los antiguos jefes que se habían apresurado a jurar fidelidad al nuevo rey extranjero fueron abandonados por las masas que se dieron nuevos líderes para echar a los usurpadores. Con el rey en prisión el pueblo reasumió su soberanía, separando de su camino a los hombres que no merecieron su confianza.
Contrariamente a la actitud vergonzosa de los reyes, la nobleza y parte del clero que temblaron temerosos ante el conquistador, el pueblo se lanzó a la lucha, miles de sacerdotes, artesanos, campesinos y oficiales, tomaron los elementos a su alcance para librar la batalla por la independencia de su patria. Se organizaron en guerrillas que hostigaron permanentemente al ejército de ocupación, muchos oficiales colaboraron en esta acción, incluido varios americanos que participaron en estas luchas de liberación nacional, entre ellos estaba San Martín.
La acción popular se dio su propia organización a través de las Juntas Populares que surgieron por doquier en las provincias y municipios, asumiendo el poder vacante por la prisión de Carlos IV y Fernando VII. Este último fue levantado como símbolo de independencia, utilizando su nombre, pero en realizad se estaba librando una batalla en dos sentidos, por un lado, para echar al invasor, y por el otro, para poner fin al absolutismo que impedía la expresión popular.
La lucha del pueblo español devino en una auténtica revolución nacional y popular, pues saltaron por los aires los restos del régimen absolutista que se encontraba desde hacía un tiempo en estrado de putrefacción.
El partido que luchaba por la independencia de España permaneció dividido en dos bandos, producto de los sectores sociales que disputaron el poder. Uno de los grupos estaba representado por Floridablanca e intentaba por todos los medios mantener el régimen sin mayores cambios, del otro lado se ubicaba Jovellanos, que se proponía dar un cierto sentido reformista al nuevo gobierno.
El 19 de julio de 1808 las tropas francesas sufren uno de los primeros traspié, al resultar derrotadas en la batalla de Bailén, de la que participó San Martín.
José I° se vio obligado a abandonar Madrid, mientras que por todos lados surgían Juntas. Valencia, Cádiz, Sevilla, La Coruña e infinidad de pueblos y ciudades.
Pero a pesar de la ciclópea tarea de algunos para lograr una organización que estuviera acorde con las circunstancias, el aspecto de España era la de debatirse en la mayor de las anarquías, algunas Juntas se abrogaban el título de suprema de España, tal como ocurrió con la de Sevilla y la de Asturias, que con ese título escribían e América.
Por fin, el 25 de septiembre de 1808, las Juntas se unificaron en una Central, aunque persistieron en su accionar las Juntas locales donde predominaba un espíritu mucho más renovador, al frente de la Junta Central fue designado le conde de Floridablanca por presión directa de los ingleses que empezaron a tener progresivamente un predominio notorio en el gobierno español
La suerte de las armas españolas fue sumamente adversa a partir de ese momento, el 31 de octubre las tropas francesas vencieron en la batalla de Durango,poco tiempo después cayó Burgos y comenzó el sitio de Zaragoza. En noviembre Napoleón en persona se hizo cargo de los ejércitos en España e inició un avance arrollador a pesar de la heroica resistencia popular. El 3 de diciembre entró en Madrid reponiendo en el trono a su hermano, la Junta Central debió huir hacia Sevilla. Al finalizar aquel año parecía que la suerte de España estaba definitivamente echada.
La invasión e la península ibérica determinó un cambio en las alianzas europeas, el antiguo enemigo, la Gran Bretaña, se convirtió en flamante aliado, así como el viejo aliado, le había jugado una mala pasada al pretender quedarse en forma definitiva ocupando su territorio.
Las Juntas españolas solicitaron el apoyo inglés, que a cambio de ayuda financiera, pretendía una mayor cantidad de franquicias comerciales, en especial en las colonias americanas. El bloqueo decretado por los franceses resultaba nefasto para la industria inglesa. Brasil ya había sido ganado por el librecomercio, pues la Corona portuguesa dependía absolutamente de Inglaterra.
A principios de 1809 se firmó el tratado Apodaca-Canning de alianza entre españoles e ingleses, poco después se reafirmó con otro convenio, en que cada una de las partes se comprometía a facilitar el comercio mutuo. Los británicos obtenían lo que se proponían pues por el acuerdo quedaban abiertas las puertas de España y sus colonias para la industria inglesa, el nuevo aliado español no dejaba pasar oportunidad para expandir su poder comercial.
España no estaba en condiciones de reanudar el intercambio con el Nuevo Mundo interrumpido por las permanentes guerras. Los ingleses en cambio, quedaron con el campo libre para comerciar con las colonias españolas, lo que desde tiempo atrás ambicionaba. Lo que no había podido obtener como enemiga de España lo estaba consiguiendo como su aliada.
El 8 de febrero de 1808, Wellesley terminaba un documento que se le había encomendado, para que tramara por los medios para una nueva invasión a la América española. Las ambiciones británicas no escarmentaban a pesar de las derrotas militares. Pero cuando España entró en guerra contra Francia, el proyecto fue dejado sin efecto, las fuerzas que se estaban preparando para dirigirse a América fueron enviada a la península ibérica.
Con la caída de Madrid, la Junta Central comenzó a preocuparse de los problemas americanos, el 22 de enero de 1809 dictaminó que las colonias dejaban de tener tal carácter para pasar a integrar el país en un pie de igualdad con las provincias españolas; por lo tanto, se las invitaba a designar a sus delegados a las Cortes.
Pero cada Virreinato podía elegir un solo representante al igual que las capitanías generales, por lo que la representación americana fue muy reducida, las provincias españolas elegían a dos delegados, por lo que declaración de igualdad era más formal que real. Por otra parte, Napoleón ya se había adelantado a tal medida pues lo había dispuesto el 7 de julio de 1808.
Las dificultades para viajar a la península por el estado de guerra, determinaron que los diputados americanos fueran elegidos a dedo entre los residentes en Cádiz, en realidad América nunca se sintió representada por estos diputados. Las Cortes se instalaron en Cádiz el 24 de septiembre de 1810, cuando ya varias regiones habían optado por su soberanía.
Así como los españoles reasumieron su soberanía por el encarcelamiento de su rey, los americanos pretendieron exactamente el mismo derecho, incluso el sistema de juntas que organizó el pueblo español, tuvo su correlato en América, cuando estos pueblos se decidieron a regir sus propios destinos. La primera Junta de América fue la de México en 1808, que fue reprimida por los absolutistas.