El Forjista
Las divergencias que estallaron en toda su magnitud en los primeros días de diciembre de 1810, no fueron las primeras entre los dos hombres que aparecían como los jefes de los dos partidos existentes entre los criollos.
Moreno y Saavedra se habían enfrentado ya, en aquél primer día de 1809, el primero de ellos había participado en el levantamiento contra Liniers. El mismo Saavedra señalaba que el decreto de supresión de honores del 6 de diciembre era un intento de Moreno de vengarse “de la burla que le hizo el 1° de enero de 1809”. Luego, en el Cabildo Abierto del 22 de mayo, ambos hombres se desconfiaron mutuamente, para Moreno la actitud de Saavedra era por demás dudosa, aumentando su recelo cuando aceptó integrar la Junta presidida por Cisneros.
Estos dos hombres tenían concepciones políticas totalmente opuestas, ambos recibían el apoyo de distintos sectores sociales, que vieron en uno u otro a un peligroso enemigo del que era imprescindible desembarazarse, para obtener los fines que cada partido se proponía. No había en toda esta situación nada o muy poco de disputa personal, se trataba de dos ideas diferentes que se enfrentaron en aquel mes de diciembre.
Las posiciones sustentadas por Moreno generaron una auténtica conmoción en aquella sociedad que intentaba romper los lazos que la ataban a la metrópoli, era lo que correspondía hacer a un ardoroso revolucionario, cuya actividad provocaba fogosas adhesiones y rechazos, pero difícilmente algún contemporáneo suyo haya permanecido indiferente antes sus ideas y proyectos.
Gran parte de la juventud de Buenos Aires apoyó incondicionalmente la política que intentaba imponer Moreno, pero las adhesiones no se limitaban a este sector que estuvo en la primera fila en los acontecimientos del 25 de mayo, también su influencia llegaba hasta los sectores populares que habitaban en los suburbios de la ciudad, el nexo eran dos políticos revolucionarios, French y Berutti. Estos conformaron el regimiento de La Estrella, intento del partido morenista para contrarrestar el peso de sus adversarios en el seno del ejército, cuyo líder indiscutido era Saavedra.
Muchos patriotas desconfiaban de Saavedra desde antes de la revolución, sin embargo lo consideraban indispensable para la causa debido a su influencia en el ejército. El principal hombre del partido patriota, es decir del grupo que venía actuando coordinadamente desde tiempo antes contra el partido patriota, era Castelli, pero una vez en el gobierno su jefe pasó a ser Moreno por la decisión revolucionaria que impuso en la Junta. El partido patriota devino en partido morenista.
Pero enfrente estaban sus enconados enemigos. Fuertes sectores económicos se opusieron a Moreno, por lo que optaron por recostarse sobre Saavedra, partidario de no acelerar el proceso abierto el 25 de mayo, más bien creía en la conveniencia de detenerlo. Los comerciantes de Buenos Aires que amasaban fortunas considerables, veían con buenos ojos la posibilidad de llegar a la paz con España a cualquier costo, pues el bloqueo del puerto perjudicaba sus negocios, si para ello era necesario seguir jurando fidelidad a Fernando VII o hacer alguna que otra concesión, no importaba demasiado mientras sus arcas estuvieran llenas. Moreno ya loo había marcado a fuego en su escrito en defensa de los hacendados y labradores.
Los mayoría de los principales comerciantes eran españoles a los que se habían incorporados otros de origen criollo, pero la cortedad de miras de unos y otros era similar. Sus bolsillos pesaban más que el interés nacional. Paralelamente, Moreno era un decidido enemigo de las fortunas abultadas e improductivas para las que planteaba la expropiación, eran los comerciantes y los mineros los destinatarios de esa medida. Como si fuera poco, era implacable al momento de reprimir el contrabando que les permitía cuantiosos ingresos a estos comerciantes.
La medida del 3 de diciembre que impedía a los españoles obtener puestos en la administración pública, le granjeó aún más, la enemistad de los españoles residentes en Buenos Aires.
En una palabra, eran muchos los sectores interesados en la destitución del joven gobernante, quién asumía la defensa de la soberanía popular, otro elemento de irritación para esa conjunción de intereses reaccionarios.
Cuando la noticia del triunfo de Suipacha llegó a Buenos Aires, ambos partidos se lanzaron a dirimir la primacía. El partido liderado por Moreno estaba decidido a continuar la revolución, a terminar con los privilegios coloniales, a controlar férreamente a los españoles que no estuviesen con la causa patriota, a arrojar en poco tiempo más la máscara de Fernando VII, a redactar la Constitución y por lo tanto a declarar la Independencia Nacional, básicamente es esto consistía el proyecto morenista.
Frente a eso se alzaba el conservadurismo de Saavedra, que intentaba detener la revolución, continuar enmascarado tras el rey español y por supuesto no adoptar ninguna decisión independentista hasta que se viera con claridad lo que podía ocurrir en España y en el resto de Europa, este proyecto albergaba en su interior una profunda desconfianza en las fuerzas patriotas a las que consideraban muy débiles frente al poder realista.
El historiador y ensayista Scenna marcó que: “La causa fundamental de la disidencia residió en el diverso criterio que uno y otro encararon la revolución, una vez que esta pareció asentarse. Para Moreno debía seguir adelante, para Saavedra había llegado la hora de frenarla. El primero era un revolucionario, el segundo un hombre demasiado apegado al orden virreinal y temeroso de los cambios bruscos o saltos al vacío”.
El mismo Scenna rechazó la idea defendida por muchos, en el sentido de la supuesta falta de energía de Saavedra, tal cosa no era así pues demostró ser astuto como pocos y muy enérgico, incluso implacable. Simplemente el empuje de Moreno en los primeros meses de la revolución le impidieron imponerse, pero continuó controlando el ejército y era plenamente conciente de sus fuerza, llegado el momento se desprendió de la molesta compañía. La imagen de un Saavedra débil no se condice con la realidad pues pudo sacarse de encima a Moreno primero y a los seguidores de este, luego.
El tema de cómo tratar a los españoles también los separaba, desde que se trató el castigo a los capitulares que habían jurado fidelidad al Consejo de Regencia. Moreno proponía la pena de muerte a diferencia de Saavedra que entendía que sólo correspondía el destierro, en sus memorias cuenta que al conocer la propuesta del secretario respondió “...Yo tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto desde ahora no prestar auxilio”. Esta frase demuestra que Saavedra era conciente de su poder y si en algunas cuestiones dejaba hacer a Moreno era esperando un mejor momento donde la revolución estuviera fuera de peligro y eso ocurrió luego de Suipacha.
Los enemigos de la revolución captaron en toda su dimensión quién era el principal adversario del colonialismo, por eso el comandante español Salazar, al mando de la flota en Montevideo afirmó: ”Moreno es el principal papel la Junta y el primer terrorista”. Los realistas también conocían que vencido Moreno, la revolución se debilitaría, permitiendo la reacción de los colonialistas, y así fue como ocurrió.
Resultó tan álgida la disputa entre los partidos criollos que los jefes de ambas tendencias estaban convencidos que sus vidas corrían serio peligro. Fue por eso que ante la renuncia de Moreno a la Junta, éste aceptó realizar la misión en Gran Bretaña, viaje que se le iba a encomendar a Vieytes. Saavedra aceptó de inmediato concederle esa posibilidad, se estaba quitando de encima a su principal adversario interno.
El decreto del 3 de diciembre impedía el acceso de los españoles al aparato estatal, tanto en ese decreto como en los escritos en la Gaceta referidos al Congreso convocado por la Junta, Moreno arrojaba por la borda la máscara de Fernando, esto provocaba temor entre los españoles como entre los criollos conservadores. Mientras algunos criollos no se decidían a abandonar los viejos valores, Moreno quería hacer saltar por los aires los restos del régimen colonialista para imponer uno nuevo basado en la independencia nacional y la soberanía popular.
Para diciembre, el joven gobernante hablaba y escribía sin ocultar absolutamente nada, lo que provocaba la resistencia cada vez mayor de los reaccionarios. Liderados por Saavedra todos se nuclearon en torno a él para derrotar al secretario de la Junta, pero una vez logrado sus fines, no tuvieron tiempo de festejar por las penurias que se sucedieron con posterioridad.
Para el presidente de la Junta, su adversario llegó a ser la encarnación misma del mal, aún años después de su muerte aseguraba que lo había querido asesinar. En una carta que Saavedra le enviara a Chiclana el 15 de enero de 1811 acusaba a Moreno de cosas tales como “hombre de baja esfera”, de ser “soberbio y frío”, “lengua maldicente”, “alma intrigante” y “demonio del infierno”.
El receptor de estas injurias también lo era por parte de los mayores enemigos de la revolución, rara casualidad que el ya mencionado Salazar mostrara igual odia hacia Moreno que el presidente de la Junta cuando señalaba: ”Todos los vocales de esta Junta son perversos, pero los dos Castelli y Moreno son perversísimos y singularmente éste que es el autor y escritor de todos los papelotes....”.
Los enemigos de la revolución sabían donde atacar y donde estaban los defensores más consecuentes del patriotismo americano. De alguna manera, Saavedra imbuido de una profunda concepción política reaccionaria, coincidía con los realistas en la necesidad de aplastar a Moreno y sus seguidores
La aparición de Saavedra al frente de la Junta se debió a que era la más alta jerarquía militar, más allá de sus convicciones, tanto era así que no había militado en ningún momento contra el régimen virreinal, del que quería preservar muchos privilegios, los acontecimientos de mayo lo arrastraron y de no haberse ubicado al frente de las tropas patrióticas su suerte hubiese sido la misma que la de Cisneros
La cabeza de la Junta fue hasta sus últimos días de gobernante un respetuoso defensor de los grandes propietarios, muchos de los cuales estaba decididamente en contra de cualquier cambio. Es indudable que los sucesos de los primeros momentos sobrepasaron a Saavedra que dejó actuar a Moreno, la mayoría de las veces sin estar de acuerdo.
El trabajo incansable del secretario en la Junta se complementaba con la actividad del Club, cuyos componentes apoyaban incondicionalmente a Moreno, como ya dijimos éste concurría a algunas reuniones para discutir la marcha de los acontecimientos. Puiggrós sintetizó su política de esos meses de la siguiente manera: ”Mariano Moreno pudo cumplir en seis meses una tarea gigantesca que levantó resistencias pero que nadie se atrevió a combatir o negar abiertamente, pese a que cada una de sus funciones y reformas lesionó algún interés”.
El grupo morenista no tuvo grandes resistencias mientras la revolución aparecía como insegura, pero ni bien pareció estabilizarse, esos intereses perjudicados de los que hablaba Puiggrós, se lanzaron a conquistar el terreno. Con el triunfo de Suipacha y la llegada de los diputados del interior a Buenos Aires para el Congreso, los opositores al morenismo consideraron que su hora había llegado por fin
Si bien era Moreno quién decidía todo sobre la expedición al Alto Perú por ser el secretario de Gobierno y Guerra, en la capital los regimientos respondían a Saavedra. Cuando se conoció la noticia del triunfo de Suipacha, el ejército se dispuso a festejar y homenajear a su jefe y paralelamente repudiar a ese abogado que pretendía producir cambios profundos, incluso en la filas militares, reemplazando a los oficiales que no estuvieran a la altura de las circunstancias como lo había hecho con Ortiz de Ocampo cuando se resistió a fusilar a Liniers. Esta fiesta era parte de la campaña para desplazar a Moreno.
Circular del 3 de diciembre
Como ya dijimos, por este decreto se intentaba prohibir a los enemigos del partido patriota conseguir lugares de trabajo en el aparato estatal dado el estado de guerra en el que se hallaban España y las provincia americanas, este decreto estaba en un todo de acuerdo con el pensamiento de Moreno.
La medida fue criticada por Saavedra, haciendo gala de la moderación que pregonaba para los enemigos de la patria, recordemos que se excluía de la prohibición a los españoles que en ese momento ya estuvieran trabajando para el estado. Por otra parte, la revolución necesitaba cubrir los cargos más importantes con patriotas reconocidos para revertir la discriminación que hacia los americanos habían desarrollado los funcionarios españoles.
Este decreto se convirtió en uno de los argumentos utilizados por los adversarios de Moreno para justificar su desplazamiento, acusándolo de ser implacable hacia los enemigos de la revolución, acotamos nosotros que fue esa actitud la que permitió a los patriotas avanzar en los primeros y difíciles seis meses de revolución que terminaron con siglos de opresión. Es por esta incomprensión de sus pares de la Junta que su hermano Manuel Moreno se refería a esa “turba de ineptos con todos lo resabios de los vicios pasados”.
En sus memorias, Saavedra marcaba su posición contraria al decreto de referencia de la siguiente manera: “Fomentóse ésta con motivo del sistema de delaciones que contra los europeos comenzó a adoptarse”. Nada más ni nada menos que el presidente de la Junta salía en defensa de los enemigos adoptando una peligrosa posición que no dudaba en defender a los españoles, a la vez que descargaba toda sus artillería verbal contra el odiado Moreno. ¿Contra quién combatía Saavedra a esa altura de los acontecimientos, contra los colonialistas o contra Moreno?. Pareciera que todas sus energías estaban dedicadas casi con exclusividad a destruir a ese “demonio del infierno” que era el secretario, desde sus particular óptica conservadora.
Pocos días antes de este decreto, la Junta despachó un oficio al obispo informándole que se había resuelto remover a la abadesa de Capuchinas por habérsela sorprendido en correspondencia con el enemigo, demostrando a las claras que la conspiración contra el nuevo sistema podía surgir en cualquier ámbito si no se adoptaban las decisiones enérgicas que Moreno reclamaba.
Sin lugar a dudas la patria estaba en peligro por lo que se justificaban plenamente las medidas como estas, la actuación de Saavedra lo llevaban a oponerse peligrosamente a decretos que, como el mencionado hacían a la estricta seguridad de la revolución.
Supresión de Honores
El 5 de diciembre en el cuartel de Patricios se desarrolló un acto de netas características políticas, supuestamente se festejaba el triunfo de Suipacha, pero los militares amigos de Saavedra decidieron convertirlo en un homenaje para jefe de sus partido. El acto tenía todos los rasgos de ser una reunión facciosa pues no se permitió el ingreso de los partidarios de Moreno, e incluso a éste se le impidió el paso.
Atanasio Duarte pasado en alcohol brindó y llamó a Saavedra emperador de América. Moreno creyó encontrar la oportunidad para embestir contra sus adversarios. No tardó en redactar el decreto del 6 de diciembre de supresión de honores, por el mismo se determinaba que quedaban sin efecto los honores para el presidente que eran similares a los del virrey, igualándolo al resto de los vocales. A partir de ese momento ni el presidente, ni los vocales podían tener escolta o comitiva o aparato que los distinguiera de los demás ciudadanos. Todo decreto de la Junta debía llevar la firma de por lo menos cuatro miembros y la del secretario respectivo, se prohibía brindar o aclamar a los integrantes de la Junta y se desterraba a Atanasio Duarte que fue el primer perjudicado en esta crisis.
Con estas disposiciones Moreno quería debilitar la posición del presidente, recortando varias de las atribuciones que le habían sido otorgadas al comenzar su mandato.
Algunos representantes de las historiografía oficial consideran suficiente a este decreto para justificar el enfrentamiento entre dos hombres, lo cuál estaba muy alejado de la realidad, pues estábamos ante la pugna de dos posiciones políticas, una conservadora y otra revolucionaria. Lo cierto era que este acontecimiento fue tan sólo una pequeña parte del iceberg, de no haber existido, los protagonistas hubieran forzado otros para dar rienda suelta a sus profundas diferencias. A esta altura la menor chispa iniciaría un terrible incendio.
Scenna dijo que muy posiblemente la idea de Moreno era que el presidente de la junta se negaría a firmar ese decreto y por lo tanto se vería en la obligación de renunciar, pero Saavedra se sabía fuerte y no estaba dispuesto a dar un paso atrás, por el contrario consideraba que había llegado el momento de que fuera su adversario el que diera el paso que le alejaría del gobierno. Con habilidad Saavedra no opuso resistencia y estampó su firma en el decreto que recortaba sus privilegios. Con mucha inteligencia, desde ese instante hasta el final de sus días, Saavedra adoptó el papel de víctima, perseguido por un sanguinario jacobino y sus seguidores.
Parte del plan de Saavedra consistía en no mover un dedo para salvar a su fogoso admirador Duarte, que debía partir hacia el destierro. Sin embargo, el presidente no tardaría en devolver el golpe, que esta vez sería definitivo para la suerte de Moreno.
Con respecto a los aduladores el secretario decía: “...existen en todas partes hombres venales y bajos que no teniendo otros recursos para su fortuna que los de la vil adulación, tientan de mil modo a los que mandan, lisonjean todas la pasiones y tratan de comprar su favor a costa de los derechos y privilegios de los demás”. Al justificar el destierro de Duarte decía “...porque un habitante de Buenos Aires, ni ebrio ni dormido, debe tener impresiones contra la libertad del país”. En otra frase quedaba reflejado su pensamiento “Si deseamos que los pueblos sean libres observaremos religiosamente el sagrado dogma de la igualdad”.
El decreto dividió aún más las aguas entre los sectores en pugna, unos lo apoyaron mientras que otros lo repudiaron, mientras tanto Saavedra hacía las veces de víctima, años después decía: ”Los jefes de las tropas se alteraron ante esta ocurrencia y los más de ellos (excepto el coronel del regimiento La Estrella, que era el único con que contaban los de la oposición) me vinieron resueltamente a decir que estaban decididos a no permitir tuviese efecto tan arbitrario y degradante decreto, y protesto que no me costó poco contrarrestarlos”. Los saavedristas protestaban por el simple hecho que el presidente de la Junta perdía sus privilegios y la pompa que había pertenecido a los virreyes. Por obra de magia, el morenismo, principal sostén de la revolución, había pasado a convertirse en el partido opositor a los ojos de Saavedra.
En una carta personal a Chiclana, Saavedra daba muestras de su frialdad y de lo planificado de sus movimientos, que contrasta con el apocamiento que dejaba traslucir en los escritos públicos: ”Entonces fue que salió con el reglamento de la Gaceta del día 8 que habrás visto, y yo accedí para hacerles ver su ligereza del inicuo modo de pensar. En efecto conseguí lo que me propuse: el Pueblo todo (el sensato digo) elogió mi modo de obrar y ha mirado con execración a este demonio del infierno: de aquí resultó la incorporación de los diputados de Ciudades interiores, y por conocer se le acababa el preponderante influjo que tenía en la Junta, hizo dimisión a sus cargo....” “El sistema robespierriano que se quería adoptar, la imitación de la Revolución Francesa que se intentaba tener por modelo, gracias a Dios que han desaparecido...” “Ya te dije que el tiempo del terrorismo ha pasado, y las máximas de Robespierre, que quisieron imitar son en el día detestables”.
Estas eran las opiniones de un hombre que parecía estar asustado por encontrarse en el medio de una revolución de emancipación nacional.