El Forjista
Los patriotas centraron su preocupación en organizar su participación en el congreso, de manera que sus posiciones pudieran salir triunfantes por mayoría de votos. Con el Cabildo sólo quería hacer participar a la parte más “sana y decente” de la población, quedaban afuera muchos activistas de la revolución. Belgrano fue el encargado de tomas las precauciones para que el congreso marchara por los caminos deseados por los patriotas. Así fue como en las puertas del Cabildo fueron apostadas tropas con el objetivo de intimidar a los absolutistas y permitir el ingreso de algunos hombres claves para la causa revolucionaria, que no contaban con la correspondiente invitación.
Se cursaron 450 invitaciones, pero el Cabildo Abierto del 22 de mayo contó con 251 concurrentes, algunos españoles optaron por no participar, atemorizados en verse involucrados en planes revolucionarios.
Durante el transcurso del Cabildo Abierto, los bandos enfrentados mostraron diversos matices internos. El partido de la contrarrevolución se expresó por boca del obispo Lué y Riega que expuso con nitidez sus ideas que sólo lograron irritar, aún más, al partido contrario. Los patriotas escucharon con indignación estas palabras: “Que mientras existiese en España un pedazo de tierra mandado por españoles, ese pedazo de tierra debía mandar a las Américas; y que mientras existiese un solo español en las Américas, ese español debía mandar a los americanos, pudiendo sólo venir al mando a los hijos del país, cuando ya no hubiese un sólo español en él”.
En otro momento señaló que “...se asombraba que hubiese hombres nacidos en una colonia y que se hallasen con derechos a tratar y discutir asuntos privativos de los que habían nacido en España” y que “....las colonias de América pertenecen exclusivamente a los españoles”.
El sacerdote colonialista no olvidaba amenazar a quienes intentaran cambiar el sistema que trataba a los americanos como hombres de segunda clase: ”Desconocer la autoridad de la Regencia que en España se ha constituido, es un delito de lesa patria, que las leyes de la metrópoli castigan severamente”.
Por el lado del partido patriota se alzó la voz de Castelli, que con total coherencia respondió, uno a uno, los argumentos del obispo Lué. Castelli afirmó que “la España ha caducado en su poder para con estos países” pues “es a los pueblos a quienes exclusivamente toca declarar su voluntad en este caso... porque el pueblo es el origen de toda autoridad, y el Magistrado no es sino un precario ecónomo de sus intereses...”.
Castelli continuó marcando la ilegitimidad del Consejo de Regencia al caducar el poder de la Junta Central. Expresó en toda su magnitud la idea de soberanía popular, en la que coincidían la mayoría de los patriotas, entre ellos, Moreno. Este aspecto fue tal vez el más importante de los sostenidos por la generación de Mayo, especialmente por aquellos que constituyeron el núcleo central.
Moreno, Paso, Belgrano y Castelli fueron, entre otros, los que defendieron la idea esencial que el pueblo era soberano para decidir sobre su destino, esto sólo los convierte en merecedores de la admiración de las generaciones que les sucedieron y que no siempre supieron aplicar esas enseñanzas.
Castelli sostuvo que los sucesos de la península habían revertido el poder supremo al pueblo, tanto en España como en América, proclamando la necesidad de una revolución que transformara las estructuras en la metrópoli y sus colonias.
Por holgada mayoría triunfó la ponencia de la cesación de las funciones del virrey, varios españoles también apoyaron la propuesta. Donde existió mayor dispersión en las opiniones fue cuando se discutió la nueva forma que debía adoptar el gobierno. Pascual Huidobro apoyado por algunos criollos como Chiclana y Balcarce, propuso que el Cabildo fuera el responsable de nombrar nuevo gobierno, el cuál debía depender de España. Los criollos que se plegaron a esta moción, que no modificaba significativamente la situación anterior, argumentaban sobre la necesidad de aglutinar opiniones como la de Huidobro, que arrastraba a varios españoles.
Saavedra postuló entregar el poder al Cabildo quién se encargaría de designar a una Junta, pero esta debía depender del pueblo de la ciudad y no de la metrópoli.
Castelli propuso que el nuevo gobierno fuera elegido por el Cabildo Abierto, esta fue la posición más revolucionaria porque evitaba que las resoluciones de la asamblea fueran desconocidas por los oidores del Cabildo, como efectivamente ocurrió, a la par que sostenía un principio mucho más democrático en la elección de las autoridades.
Hubo otras ponencias que diferían muy poco con las ya mencionadas, como la de Martín Rodríguez que fue la que apoyó Moreno. Pero luego de las discusiones, las negociaciones llevaron a que los patriotas mayoritariamente, pero no todos, apoyaran la moción de Saavedra que avanzaba mucho más que la de Huidobro, pues plantaba la separación de España.
De esta manera se impuso la propuesta de Saavedra, por lo cual lo resulto ese 22 de mayo contenía dos aspectos: declaraba la cesación del virrey y la asunción de una Junta designada por el Cabildo.
Esto era sólo un triunfo a medias para los revolucionarios, pues la resolución del Cabildo Abierto depositaba en los alcaldes una responsabilidad que no estaban dispuestos a asumir, pues eran contrarios a los cambios. No en vano, Castelli había sustentado que la asamblea popular del 22 de mayo debía designar al nuevo gobierno, como veremos más adelante, Moreno no estaba satisfecho con los resultados obtenidos.
Después
del Cabildo Abierto
El 23 de mayo se reunió el Cabildo para realizar el recuento de votos emitidos en la noche anterior y para preparar la trampa aprovechando la confusión existente entre las filas revolucionarias, que no terminaban de ponerse de acuerdo en la forma de dar un corte definitivo a la crisis del sistema colonial.
Las distintas mociones del día anterior, en que hombres del mismo partido habían votado por salidas diferentes, dio pie a los reaccionarios del Cabildo para buscar una solución gatopardista. Pero a pesar de las discrepancias, los patriotas tenían en claro que Cisneros no podía seguir gobernando los destinos del Virreinato y que el pueblo podía asumir la responsabilidad de dirigir sus destinos.
El Cabildo decidió conformar una Junta presidida nada menos que por ¡ Cisneros!, acompañado por dos españoles el presbítero Sola y por José Inchaurregui, y por dos criollos: Castelli y Saavedra.
Al conocer la noticia, Castelli decidió renunciar, pero en una reunión realizada en la casa de Rodríguez Peña, sus amigos le insistieron que aceptara con el sólo fin de convencer a Saavedra para que juntos boicotearan la Junta, del jefe de Patricios se volvía a desconfiar pues de inmediato aceptó la solución que trataba de imponer el Cabildo burlándose de la voluntad popular.
En la tarde del 24 de mayo, la nueva Junta prestó juramento, pero su duración apenas fue de unas pocas horas. Al conocerse la composición de la junta encabezada por el derrocado virrey, los revolucionarios aumentaron la agitación, lanzándose hacia los alrededores de la ciudad y a los cuarteles para arengar a los vecinos y a la tropa. Ese día se vio a Chiclana, Moreno y Larrea hablar con encendidas proclamas al Regimiento de Patricios, llamándolo a consumar la anhelada emancipación del asfixiante poder español.
A los jefes militares les resultaba a esa altura, poco menos que imposible, impedir el accionar de sus subordinados, la gente invadió los regimientos solicitando armas para echar definitivamente a Cisneros y a quienes no cumplían con el mandato del Cabildo Abierto.
Mientras tanto en las afueras de la ciudad, French y Berutti hablaban a los vecinos y se sucedían las reuniones en la casa de Rodríguez Peña.
En este clima de honda tensión no existía gobierno que pudiera funcionar, Castelli y Saavedra presentaron sus renuncias y le pidieron a Cisneros que los imitara. Había llegado el momento de jugar la última carta, los partidarios del virrey carecían de tiempo y de soluciones para la crisis, sólo los patriotas tenían algo que decir y mucho por hacer.
El 25 a la mañana se reunió el Cabildo para tratar las renuncias presentadas por la Junta, desde muy temprano habían comenzado su actividad los revolucionarios concientes que el ansiado momento había llegado.
En la noche anterior habían acordado una nueva junta de gobierno, Berutti se encargó de repartir los panfletos que contenían esos nombres, acompañados con una proclama con 476 firmas. Tanto French como Berutti firmaban por ellos y por seiscientos más, en representación de la gente de los barrios. Esta representación se elevó al Cabildo, en ella figuraban hombres de distintas extracciones, desde caciques hasta sacerdotes.
Ese día la plaza, al igual que en días anteriores, había estado muy concurrida, con gente que reclamaba a viva voz la renuncia de Cisneros y la formación de una nueva junta. Al enterarse de las dilaciones del Cabildo, que no aceptó la renuncia de la junta presidida por el ex-virrey, un grupo de revolucionarios se dirigió al Cabildo entrando a la sala de cesiones, mientras otros invadieron las galerías y pasillos, la agitación era imposible de contener, sólo la salida impulsada por el pueblo podían devolver la tranquilidad a la ciudad.
Chiclana, Berutti, French, Planes y otros patriotas ingresaron intempestivamente a la sala de cesiones y criticaron agriamente las decisiones de los alcaldes, solicitando que, de una vez por todas, dieran lugar a sus peticiones. Leiva, con intención de seguir dilatando la cuestión, solicitó que se consultara a los comandantes, estos concurrieron a la brevedad y amenazaron con convocar a las tropas a concentrase en la plaza para imponer por la fuerza la voluntad de los patriotas. Luego de una larga polémica, y de haber tenido que salir del salón para tranquilizar a la gente, el Cabildo aceptó a la Junta propuesta por los patriotas.
La nueva junta se hizo cargo del poder, jurando por Fernando VII, el partido patriota lograda de esta manera sus objetivos, la soberanía del pueblo era una realidad en esta ciudad de América del Sur.
La preocupación, a partir de ese momento, fue extender ese grito de libertad al resto de las provincias del Virreinato, por lo que ese mismo día se decidió enviar una expedición militar al interior.
En su nueva función como Secretario de la Junta, Moreno comenzó con una ferviente actividad de la que no descansó hasta que sus enemigos internos lograron derrotarlo. Esa noche del 25 de mayo, se lo vio redactar proclamas y comenzar a dar los primeros pasos para la organización de la expedición libertadora. Esa noche fue una de las más felices vividas por la ciudad, las casas de los patriotas permanecieron con sus puertas y ventanas abiertas de par en par, los zaguanes estaba iluminados. Desde algunas casas se escucharon los acordes de la música y el baile dio marco al fin de una jornada gloriosa.
Pero para otros, la etapa que se iniciaba no era para festejos, Moreno sabía que de la fortaleza y decisión política de los revolucionarios, dependía que la soberanía lograda fuera permanente.