El Forjista
Al comenzar el año 1810, el pueblo de Buenos Aires ya había dado muestras de su firme decisión de luchar por su soberanía, a la vez que había mostrado su fuerza cuando se movilizaba en pos de un claro objetivo. En dos oportunidades había rechazado las invasiones de una potencia de primer orden, expulsó a un virrey cuyo comportamiento público los convirtieron en centro de una repulsa generalizada, en 1809 había fracasado el conato para reemplazar a Liniers, e incluso algunos habían sustentado la idea de resistir el ingreso de Cisneros a Buenos Aires.
Por otra parte, la población siguió con simpatía los levantamientos en el Alto Perú, y se indignó por la sangrienta represión que se descargó sobre los patriotas altoperuanos.
Los últimos años de la colonia, resultaron ser notablemente agitados, pero la falta de coordinación y unificación de criterios, produjeron el fracaso de algunos intentos que cuestionaban el orden establecido, el ejército cuyo mayor exponente era Cornelio Saavedra, se negaba a tener, hasta ahí, posturas contrarias al sistema colonial.
Manuel Moreno explicó con total exactitud, el sentimiento arraigado en la población, luego del exitoso rechazo de los agresores ingleses: ” Después de la invasión inglesa, sus naturales adquirieron más bien el conocimiento de sus fuerzas, que el deseo de emplearlas en mejorar su condición; y fieros de haberse libertado de su opresión extraña se hallaba en cierto modo más avenidos con la antigua, que les parecía tanto menos violenta cuanto debían su permanencia a actos espontáneos de su coraje. Por otra parte parecía que la restauración de la colonia, debida enteramente al denuedo de sus habitantes, el número considerable de tropa que fue preciso levantar para su defensa, y la manifiesta ineptitud de la metrópoli para proteger su establecimiento, darían ocasión a proyectos avanzados hacia un estado de felicidad permanente”.
Y continuaba diciendo: “ Se había acabado la docilidad absoluta al régimen antiguo, más todavía los límites de una separación completa estaban muy remotos; estaban sólo más cerca de la edad presente. En una palabra, Buenos Aires después de sus victorias, no podía continuar en ser el teatro del capricho de la metrópoli; pero se debía ser siempre una parte del imperio español”.
Manuel Moreno dejaba planteado un aspecto de suma importancia para comprender el sentir de los patriotas americanos en los momentos previos a la revolución. Buena parte de los principales responsables del gran movimiento emancipador no tenían intenciones de separarse de España, su objetivo estaba centrado en obtener una mayor autonomía con respecto a la metrópoli, y ser tratados en un pie de igualdad con las otras provincias españolas. Querían dejar de ser españoles de segunda, para serlo con todos los derechos, en un sistema de gobierno que respetara la soberanía popular.
La determinación de no separarse de España no era incondicional, dependía en primer término de la actitud de los españoles hacia los americanos, que a poco de andar se demostró que era sumamente mezquina para satisfacer los postergados reclamos de los americanos. En cierta medida también dependía de la fuerza con que España se defendiera a sí misma, pues ni la mayoría de los americanos, ni algunos españoles, estaban dispuestos a seguir a la metrópoli en su suerte, si no era capaz de hacer frente a la invasión napoleónica.
El desprestigio en que cayeron los españoles que comandaban los destinos de América y la derrota casi total del ejército de la península ante las fuerzas francesas, decidieron a los patriotas a elaborar una salida soberana.
El historiador Miguel Angel Scenna definió con breves y ajustadas palabras esta situación: “ Aquí, después que Buenos Aires se negó a ser inglesa, no estuvo dispuesta a ser francesa. Sería española, o formaría su propia nacionalidad. Cuando se creyó definitivamente perdida a España, se puso en marcha la determinación, y entonces Mayo”.
Mientras el pueblo español resistía valientemente al invasor extranjero, la Junta de Sevilla se debatía en interminables contradicciones, demostrando su incapacidad para canalizar la iniciativa popular y efectuar los cambios que el pueblo reclamaba en la caduca sociedad española.
A todo esto, los ingleses retaceaban el apoyo, para obtener mejores condiciones para su comercio. La perpetua rapacidad británica perseguía un asentamiento en Cádiz para dominar el comercio de la península y sus colonias.
La situación militar de las armas españolas empeoraba constantemente, en octubre de 1809 los franceses desataron una ofensiva total, logrando en diciembre la caída de Gerona, que constituía un símbolo de la resistencia patriótica. El 14 de febrero de 1810, la Junta Central decidió en forma tardía convocar a las Cortes para septiembre, dando a América la posibilidad de una ínfima participación, acentuando la desconfianza americana sobre los acontecimientos en la península.
Cuando los franceses consiguieron acercarse peligrosamente a Sevilla, la Junta, presa de pánico, se disolvió y sus diputados emprendieron la huida, esto provocó un estallido de ira popular ante la cobardía mostrada por sus representantes, algunos de los cuales fueron detenidos por la masa enardecida. La anarquía se apoderó de España, mientras la Junta de Cádiz se auto proclamó como Suprema.
En este marco, los ingleses se decidieron a intervenir para orientar los hechos de acuerdo a sus intereses. El comandante naval británico se apoderó de los diputados en huida, conduciéndolos hasta la Isla de León donde el 31 de enero juró el Consejo de Regencia, complaciendo la voluntad del gobierno inglés.
Desde comienzos de 1810, las noticias que llegaban hasta América eran sumamente alarmantes, en marzo se supo de la caída de Gerona. El 13 de mayo una fragata inglesa arribó con la información de la rendición de Sevilla, la disolución de la Junta Central y la formación del Consejo de Regencia. Esta noticia causó agitación entre los patriotas que vieron llegado el momento de actuar para no sufrir las mimas penurias que desangraban a la metrópoli, la guerra parecía virtualmente definida en contra de España.
A partir de ese momento comenzó en el Río de la Plata una disputa entre los patriotas y los representantes del poder español, que sin llegar al enfrentamiento armado tuvo momentos de dramática irritación. Los patriotas más decididos llegaron a la conclusión de la necesidad de forzar los acontecimientos, neutralizar las maniobras de virrey y sostenedores, y a la vez, lanzarse a conquistar el espíritu de los indecisos.
El 18 de mayo, el virrey redactó una proclama que daba a conocer los sucesos en España y trataba infructuosamente de apaciguar los ánimos, pero la actividad desplegada por los revolucionarios lejos de disminuir se acentuó, llegando a la confirmación de la necesidad de reemplazar al virrey.
En su proclama, Cisneros reconocía la difícil situación de la península y la ausencia de gobierno supremo, reconocido por todos los españoles. Su intención era la de acallar las voces de descontento.
La preocupación principal del partido patriota fue la de obtener el concurso del ejército, en especial captar la voluntad de la figura de mayor prestigio, Cornelio Saavedra, varios comandantes criollos ya estaban ganados para la causa revolucionaria.
Saavedra pasaba aquel fin de semana descansando en las afueras de la ciudad, cuando los elementos más activos consideraron que no podían perder un solo minuto más. Solicitaron a Viamonte que tomara las medidas necesarias para reemplazar a Cisneros, pero se negó a que se adoptara cualquier decisión sin consultar previamente a Saavedra, tras lo cual se optó por mandar a buscar al caudillo militar. Saavedra dudaba sobre si estaban dadas las condiciones necesarias para poner fin al poder virreinal, así los expresó en su autobiografía: " Algunos demasiado exaltados, llegaron a desconfiar de mí, creyendo era partidario de Cisneros. Creció este rumor entre los demás, más yo no variaba de opinión".
Según la opinión de Saavedra, ninguna acción podía desarrollarse hasta tanto se conociera la resolución del conflicto armado en Europa, esta demora en definirse le provocó el cuestionamiento de una parte del partido patriota, las que perduraron luego de la revolución.
Pero las presiones que se ejercieron sobre Saavedra lo obligaron a definirse a favor del movimiento transformador, la balanza se volcaba a favor de los patriotas. Los cuarteles eran un hervidero, los oficiales esperaban ansiosos las órdenes para actuar contra el virrey y sus aliados. A partir de ese momento, los enemigos declarados de la revolución sólo atinaron a postergar las resoluciones que el pueblo de Buenos Aires reclamaba con fervor.
Al arribar a su casa, Saavedra la encontró repleta de oficiales que los instigaban a ponerse del lado de la revolución. Le mostraron la proclama del virrey y le inquirieron una definición, el jefe militar señaló, por fin, que ya era tiempo de actuar contra el orden colonial.
Desde ahí se trasladaron a la casa de Nicolás Rodríguez Peña donde se encontraban entre otros: Belgrano, Castelli, Paso, Chiclana y Berutti; de la deliberación surgió la determinación de transmitir a los oidores del Cabildo, la opinión del partido patriota sobre la situación en que se encontraba la ciudad y les exigirían, con carácter de urgente, se convocara a un Cabildo Abierto para que los vecinos se expresaran sobre el momento político y las soluciones posibles a la crisis. Saavedra y Belgrano recibieron el mandato de entrevistarse con Lezica, alcalde de primer voto, mientras que Castelli habló con Julian de Leiva.
El Cabildo estaba presidido por Léxica y conformado por cinco criollos e igual cantidad de españoles, sin embargo la visión política de los criollos no difería demasiado de la posición reaccionaria de los españoles. Sin lugar a dudas, durante los hechos de mayo, el Cabildo fue claramente contrario a las transformaciones. Los alcaldes se horrorizaron antes las propuestas que les llevaron los patriotas, pero al ver la firmeza con que estos sustentaron sus posiciones, accedieron a transmitir la propuesta a Cisneros.
Mientras tanto, el clima político en la ciudad alcanzaba niveles muy pocas veces vivido con anterioridad, en los cuarteles se reunía la gente con la voluntad de prestar ayuda en todo lo que hiciera falta, los oficiales se debían esforzar para controlar que no se adoptaran medidas al margen de las dispuestas por el informal comando revolucionario.
Los jóvenes se reunían en las fondas, los más intrépidos arengaban a los parroquianos y los convocaban a derrocar al virrey. La tensión crecía, las casas de los criollos más notables adheridos a la causa nacional, se convirtieron en verdaderos foros de debate, donde se sucedían las reuniones. En las pulperías se trenzaban en polémicas, llegando incluso al intercambio de trompadas entre los adictos a los bandos en pugna.
Cada lugar público se convirtió en ámbito natural para expresar las tendencias políticas. El teatro no escapó a esa situación, en la noche del 20 de mayo, los patriotas y los defensores del sistema colonial se tomaron a golpes de puño, escuchándose en la sala algunos disparos que hicieron más confuso el episodio, las barras de jóvenes partidarios de la revolución, que comenzaron a organizarse en toda la ciudad, obligó a dos oidores a retirarse del teatro. Tal vez para usar una terminología más moderna podríamos hablar de "escrache".
La revolución se respiraba en todos los órdenes de la actividad pública, la colonia tocaba a su fin, en todos los niveles se actuaba para lograr el objetivo de los patriotas, a veces planificadamente y la mayor de las veces desordenadamente.
En ocasiones se ha querido mostrar los sucesos de Mayo como un simple golpe de estado, en donde la participación popular estaba ausente, los documentos y testimonios de participantes en los hechos, demostraron que buena parte de la sociedad participó en la gesta.
Hubo hombres como French y Berutti que actuaron en los barrios, otros como Francisco Planes que subieron a una mesa de una fonda para arengar a los concurrentes con encendidos discursos, fueron estos casos la cabal demostración que estamos ante un suceso histórico que contó con la adhesión de la población de la ciudad.
El 20 al mediodía los alcaldes del Cabildo se entrevistaron con Cisneros al que transmitieron las exigencias del comando revolucionario, el virrey en aras de ganar tiempo y de doblegar la voluntad de sus enemigos, decidió consultar a los jefes militares antes de adoptar cualquier decisión, creía que podrían convencerlos para que actuaran de igual forma que un año y medio antes, cuando salvaron a Liniers de ser derrocado por una rebelión. Pero ahora la situación era diferente, los patriotas habían aprendido de la experiencia anterior.
En la reunión con Cisneros, Saavedra le manifestó lo siguiente: "No queremos seguir la suerte de España, ni ser dominados por los franceses, hemos resuelto reasumir nuestro derecho y conservarnos por nosotros mismos. El que a V.E. dio autoridad para mandarnos, ya no existe por consiguiente V.E. tampoco la tiene, así, que no cuente con las fuerzas a mi mando para sostenerse en ellas".
Al virrey no le quedaba otra posibilidad que acceder a la petición de convocar al Cabildo Abierto. Martín Rodríguez, Rodríguez Peña y Belgrano habían propuesto que si para el 21 no se convocaba al plenario, se debía reunir a la tropa y al pueblo en la plaza para solicitar la renuncia de Cisneros. Así ocurrió y esta presión obligó al Cabildo a enviar al virrey una formal nota, solicitando la inmediata convocatoria.
El primer paso estaba dado, desorganizadamente, pero con una firme voluntad, los patriotas arrancaron al Cabildo y al virrey, el permiso para reunirse en un congreso que decidiría sobre el futuro del gobierno. Pero aún no estaba dicha la última palabra, los reaccionarios por un lado, y los dubitativos por otro, permitieron que la colonia durara unos días más, sin embargo, su certificado de defunción podía ser extendido.