El Forjista
La invasión de las tropas napoleónicas a España, la obligaron a aliarse con Inglaterra, que buscó la forma de obtener los mayores beneficios económicos. El 14 de enero se firmó el tratado que los unía.
Al llegar Cisneros al Virreinato conocía el tratado. Ya Liniers había necesitado recurrir a contribuciones forzosas para paliar las urgencias del fisco, fundamentalmente para mantener a las nuevas milicias surgidas con las invasiones inglesas.
Al poco tiempo del arribo de Cisneros, dos comerciantes ingleses solicitaron permiso para descargar sus productos en el puerto. El virrey decidió recabar la opinión del Consulado y el Cabildo sobre la apertura del puerto.
Cisneros había observado que las leyes contra el contrabando no se cumplían, por lo que creía que al permitir el comercio con los ingleses podría poner fin al tráfico ilegal de mercaderías y a la vez obtener fondos para las exhaustas arcas del estado.
El síndico del Consulado, Manuel Gregorio Yañiz, realizó un escrito donde opinaba en forma contraria a la apertura del comercio con extranjeros. Entre sus argumentos se destacaban dos, la ruina de las artesanías del Virreinato por la introducción de manufacturas inglesas, y la fuga de metales preciosos al exterior por la falta de mercancías para cambiar por los productos importados.
Decía Yañiz: "Sería temeridad querer equilibrar la industria Americana con la inglesa. Estos sagaces maquinistas nos han traído ya ponchos que es el principal ramo de la industria cordobesa y santiagueña, y también se le ha asegurado al síndico que han traído estribo de palo vuelta al uso del país ... Los pueden dar baratos y por consiguiente arruinarán nuestras fábricas y reducirán a la indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres que se mantiene con sus hilados y tejidos, en forma que, por donde quiera que se mire no se más que desolación y miseria".
Y agregaba: "¿ Qué sería del infeliz artesano digno en todos los tiempos de la protección de un gobierno ilustrado? ¿No es verdad que se verían en la necesidad de cerrar sus tiendas y abandonar para siempre sus talleres el zapatero, el herrero, el carpintero, y tanta multitud de artesanos que con el sudor de su rostro sostienen con honradez muchas numerosas familias? Es voz demasiado común que entre los buques que tenemos a la vista, uno sólo tiene a su bordo diez y nueve mil pares de botas . . . Que golpe éste señor Excmo. Para el gremio de Zapateros de toda especie de cueros o pieles".
A pesar de la opinión de Yañiz, el Consulado por mayoría decidió aprobar la apertura del comercio aunque con ciertas restricciones. El Consulado elevó su propuesta que contemplaba la aceptación del comercio con los ingleses por medio de agentes españoles, prohibiendo la introducción de algunos productos como ropa, muebles y coches; se permitió el tráfico por sólo dos años y se proponía la obligación de llevarse las dos terceras partes del tonelaje en cueros y el resto en distintos frutos del país.
En el Cabildo también se discutió la cuestión, resultando aprobada pero con la limitación en la introducción de mercadería extranjera que compitiera con las que se producían en el interior del Virreinato. Se debía prohibir a los ingleses abrir casas de comercio obligándolos a actuar a través de consignatarios españoles, se les debía limitar el tiempo para este comercio y debían exportar las dos terceras partes en frutos del país. Las propuestas del Cabildo no diferían de las realizadas por el Consulado.
El
Cabildo respondió a Cisneros en los siguientes términos: "Que si
no es un bien o beneficio permitir al inglés alguna clase de comercio
con nosotros, es cuando menos un mal necesario e indispensable en las
actuales circunstancias".
La
posición de los comerciantes monopolistas estaba perdida cuando decidió
intervenir en el debate el representante del Consulado de Cádiz, Francisco
de Agüero, precisamente él asumió la voz en defensa del sector más perjudicado
por la medida. En el informe de Agüero se señalaban argumentaciones
similares a las de Yañiz.
Agüero
decía: "Pero el más sensible y que tocamos más de cerca es el que
van a sufrir muchas de nuestra Provincias Interiores que con la entrada
de Efectos Ingleses en estos puertos van a experimentar una ruina inevitable,
y a encenderse acaso entre ellas el fuego de la división y la rivalidad
. . . Y sino reflexiónese que será de la Provincia de Cochabamba si
se abarrotan estas Ciudades de toda clase de Efectos Ingleses. Esta
Provincia de las más industriosas que tenemos cuya principal y acaso
única riqueza, consiste en sus hilados y tejidos con los cuales abastecen
este Reino y el de Chile. ¿Qué salida les darán, ó a que precio podrán
venderlos a la par de las manufacturas inglesas? . . . La misma suerte
espera a las Provincias de Córdoba, Santiago del Estero y Salta de este
Virreinato; Pugno, el Cuzco, y otras del de Lima: sus Ponchos, Frazadas,
Gergas, Picotes, Pañetas, Bayetas y Bayetones ordinarios de que hay
tanto consumo en todas estas provincias y Reinos, no habrá seguramente
quien los compre, pues serán siempre preferidas las manufacturas de
lana ordinaria que los ingleses sabrán traer".
Para
el apoderado del Consulado de Cádiz la medida traería consecuencias
nefastas como la ruina del comercio español, ruina de la ya débil marina
mercante española, golpe a las fábricas de la península, decadencia
de las artes, industrias y agricultura, desunión de las colonias y ruptura
de los vínculos con España. También se basaba en razones religiosas
argumentando que el comercio con los ingleses, al romper lazos con España,
afectarían la moral, las costumbres y la religión. La religión inglesa,
según Agüero, ahuyentaría la fe.
Las propuestas de Agüero consistían en contraer un empréstito, imponer contribuciones sobre las propiedades de tierras, renta a las fincas, rebaja de los sueldos militares, civiles y eclesiásticos y establecimiento de una gran lotería.
Moreno
decidió contrarrestar a las afirmaciones tanto de Yañiz como de Agüero.
Lo hizo a través de la Representación de los Hacendados, escrito donde
dirigió sus dardos contra los comerciantes españoles que constituyeron,
según vimos, el sector con mayor poder dentro la sociedad colonial.
Los
criollos contaban con sobrados motivos para desconfiar de los argumentos
de los opositores al comercio con otros países, pues estos representaban
a los comerciantes que en reiteradas oportunidades comerciaron con los ingleses en forma clandestina,
sustrayendo ingresos al fisco.
Para
los comerciantes de Buenos Aires la única forma de resolver las dificultades
financieras era descargando todo el peso de la crisis sobre los otros
sectores de la sociedad, esto surge claramente en la propuesta de Agüero
de disminuir salarios. El temor de los mercaderes porteños se centraba
en la posibilidad cierta, que la medida pusiera fin al monopolio ejercido
por ese reducido grupo de comerciantes habilitados.
Moreno
respaldó la medida de apertura del comercio pues tendía a fortalecer
las finanzas del estado, única forma de mantener en actividad al ejército
donde tenían preponderancia los criollos y al que algunos comerciantes
y funcionarios españoles querían desintegrar. No desconocía las satrapías
de la que eran capaces los ingleses, especialmente si en la ciudad había
gobernantes dóciles a sus dictados, pero un gobierno con decisión nacional
podía utilizar los excedentes producto de las salidas de cueros y demás
exportaciones, para iniciar un desarrollo económico independiente.
La
voluntad de los hacendados y labradores al recurrir al estudio de Moreno,
uno de los más prestigiosos de la ciudad, era poder exportar sus productos
sin trabas, sin caer en las manos de los comerciantes que dominaban
el comercio exterior.
El
Cabildo y el Consulado, como así también Moreno eran partidarios de
la apertura del puerto, con ciertas restricciones que impidieran el
abuso inglés. Esta idea contaba con mayor cantidad de adeptos que la
de Agüero y Yañiz, porque se trataba de una necesidad imperiosa y no
de disquisiciones teóricas. Moreno no hizo otra cosa que interpretar esa necesidad, basándose en el conocimiento que
tenía de la situación europea y americana.
La
Representación fue fechada el 30 de septiembre de 1809 y presentada
ante Cisneros el 6 de octubre, pero no fue publicada hasta 1810 pues
el virrey no lo permitió. Poco después de conocer la Representación,
Cisneros citó a Moreno al Fuerte y le ofreció un puesto en España, que
el joven abogado no dudó en rechazar. Cisneros buscaba sacarse de encima
a un criollo que tenía ideas que podían ser peligrosas para los gobernantes
coloniales.
El
2 de noviembre de 1809 el virrey llamó a una junta consultiva y presentó
los informes favorables del Cabildo y el Consulado, la junta coincidió
con esas opiniones.
Por
el decreto del 6 de noviembre
se permitió la introducción de mercaderías extranjeras, siempre que
fueran consignadas a comerciantes españoles, los productos competitivos
con los del país tuvieron un recargo del 12 %, quedaba prohibida la
importación de vinos, vinagres y aceites; y se negaba todo permiso para
extraer oro y plata.
Una
vez que el decreto se puso en práctica, los ingleses hicieron todo lo
posible para llevarse el metálico y evadir de esta forma la reglamentación,
la mayoría de los buques no pasaban sus productos por la aduana. Ante
tamaña violación, Cisneros decidió la expulsión de los comerciantes
ingleses, dándoles ochos días para abandonar el Virreinato. Los ingleses
contaron con el amparo de Lord Strangford, embajador en el Brasil, quién
presionó al virrey para que alargue el plazo, fue entonces cuando Cisneros
concedió cuatro meses para que los comerciantes ingleses concluyeran
sus negocios y se retiraran de este puerto.
No obstante estos inconvenientes, la recaudación de la aduana en los cuatro meses posteriores a la apertura del comercio igualó a la totalidad de los ingresos de todo el año 1806.