El Forjista
La sociedad argentina nunca reconoció que gran parte de la fuerza de trabajo que ayudó a construirla fue de origen africano, ni tampoco que nuestro suelo fue regado con su sangre que quedó en los campos de batalla donde se consumó la expulsión del dominio imperial.
Pero además de ocultar ese pasado también se intentó construir una historia color de rosa de la esclavitud, el adalid del liberalismo Bartolomé Mitre llegó a decir: “entraban a formar parte de la familia con la que se identificaban, siendo tratados con suavidad y soportando un trabajo fácil, no más penoso que el de sus amos, en medio de una abundancia que hacía grata la vida”.
Vicente Quesada en 1881 fue el primero en reconocer la importancia de la presencia africana, aunque también intentaba construir esa idea de amos dulces y esclavos felices “la esclavitud en esta parte de la América española no fue cruel para los pobres negros”.
Por el contrario Paul Groussac salió en 1897 a desmentir esa visión idílica: “los negros y mulatos urbanos…pertenecían a la casa del amo o patrón, no como miembros de la familia …. Sino como parte de su fortuna: Something better than a dog, a little dearer than a horse”.
El arqueólogo e investigador Daniel Scháveltzon señala que: “Y al final de la masacre sin armas fue la destrucción de la memoria para crear un imaginario de paz y buenas relaciones con el amo”.
La realidad era muy diferente a la que intentaron pintar Mitre y Quesada comenzado porque eran cazados como animales en África, separados de sus familias, para ser trasladados en barcos encadenados donde debían hacer sus necesidades en el mismo lugar en donde comían, viaje en que morían el 40%, mientras otro 10% fallecía antes de ser vendidos, constituyendo uno de los grandes genocidios de la humanidad que permanece silenciado.
Una vez llegados se los ubicaba en barracones con techo de paja donde se hacinaban los esclavos tanto sanos como enfermos, no había baños ni hospital era más barato dejarlos morir que atenderlos y darles alimentos suficientes.
En esos lugares convivían muertos y vivos, en las Actas del Cabildo había documentos donde se mostraba la preocupación por el olor que impregnaba parte de la ciudad producto de esas barracas los días de viento, además había preocupación por la posibilidad del contagio de alguna enfermedad.
Estaban aquellos esclavos a los que no era posible vender que eran arrojados a la calle, al frío, sin conocer el idioma, la mayoría de ellos morían en las plazas.
Los sobrevivientes eran marcados a fuego como si se tratara de ganado norma habitual hasta 1784 cuando fue prohibido, aunque durante muchos años más se vio a esclavos marcados.
La mortalidad infantil era muy alta incluso entre libertos y la natalidad muy baja producto de la negativa a que sus hijos siguieran el mismo camino, además sus amos no veían con buenos ojos que sus esclavas quedaran embarazadas, no lo consideraban un buen negocio.
Por ley un esclavo sólo tenía libres dos horas a la semana y eran para ir a misa el domingo, faltar era penado con 80 latigazos, en las estancias las parejas sólo se les dejaba cohabitar el sábado a la noche.
En 1803 el síndico procurador del Cabildo de Buenos Aires se quejaba porque las empresas encargadas del tráfico de esclavos no enterraban a los esclavos que morían, arrojándolos en plazas mientras que en otras oportunidades llevaban los cadáveres arrastrando atados a un caballo.
Siempre los poderosos encontraban un argumento para mantener ese deleznable negocio, en 1812 un diario de Buenos Aires explicaba: “Vuestra apetecida libertad acaso no podrá decretarse en el momento, como lo ansía la humanidad y la razón, porque por desgracia lucha en oposición con el derecho sagrado de la libertad individual y porque educados y envejecidos en el abatimiento y la servidumbre sois casi incapaces de conduciros desde luego por vosotros mismos…”
La oligarquía como sus intelectuales se enorgullecían de haber exterminado a los pueblos originarios como de la desaparición de los afrodescendientes, incluso hubo un claro intento de exterminar al gaucho que según Sarmiento lo único que tenían de humano era la sangre, por eso le recomendaba a Mitre que no ahorrara sangre de gauchos.
Un intelectual como Miguel Cané, representante de la generación del 80, escribió: “aquí somos todos blancos, lo que no corresponde a esas características tiene tan poca importancia como la de los gitanos en España o Inglaterra”, este mismo escritor viajando por el Caribe describe a los habitantes de la isla Martinica: “me daban la idea de orangutanes bramando de lascivia”.
Daniel Schavelzón explica los siguiente: “Los afroargentinos no se evaporaron por un sortilegio de magia, los que pasó fue responsabilidad de una sociedad liberal que logró lo que realmente quería: construir una nación blanca, la más blanca de América, José Ingenieros en 1901, ya como adalid de la blancura racial lo dijo que absoluta precisión; ‘la superioridad de la raza blanca es un hecho aceptado hasta por los que niegan la existencia de la lucha de razas’. Porque Ingenieros, haciendo un malabarismo con las ideas de Marx, transformó la lucha de clases en lucha de razas….”
Otro asunto particularmente silenciado es que las órdenes religiosas y los sacerdotes también tenían esclavos, trabajando para ellos ya sea en emprendimientos productivos o en el servicio personal, no parecían ver ninguna contradicción entre ese horrendo comercio y las enseñanzas de Jesús.
Los afrodescendientes participaron en todas las guerras que desangraron nuestro país, por lo general como carne de cañón, comenzaron a intervenir en las invasiones inglesas, luego en la guerra de la independencia, la guerra contra el Brasil, las luchas intestinas entre unitarios y federales y en la ominosa Guerra del Paraguay, esa fue una de las razones de su desaparición, pero hubo otras causas.
Razones de insalubridad en la que vivían también incidieron en una alta mortalidad de los afrodescendientes que se agravó por las dos epidemias que asolaron nuestro país la de cólera en 1867 y la de fiebre amarilla en 1871
En 1818 la mortalidad entre los esclavos alcanzaba al 44 % en varones y 37 % en mujeres que era del 24 y 25 entre los blancos.
Ya señalamos la baja natalidad entre los afrodescendientes y por último un fenómeno del que Cayetano Silva fue un ejemplo: “el blanqueamiento”, el casamiento interracial, que en medio de esa oleada de inmigración europea se fue perdiendo la tonalidad más oscura en la piel, y ya fuera más difícil determinar quienes tenían genes de origen africanos.
Todas estas causas hicieron que al comenzar el siglo XX casi no existieran afrodescendientes en nuestro país.
En el censo en 1895 sus directores escribieron: “no tardará en quedar la población unificada por completo formando una nueva y hermosa raza blanca”.
En su libro Conflictos y armonías de las razas en América en 1883 Sarmiento se vanagloriaba : “un día echáis la vista en torno vuestro y no ves… negros esclavos… extinguidos en no menos de medio siglo en toda la América española” eso era cierto nuestro país.