El Forjista
Cayetano estaba muy cómodo cuando fue designado en Campo de Mayo, además a diferencia de sus superiores anteriores, estos lo trataban con suma deferencia hasta el punto que fue el jefe del regimiento quién pidió que fuera designado Silva como director de la banda ya que lo conocía de otro destino y mantenía una gran estima por el músico.
Tomó la decisión mudar a San Miguel a su numerosa y creciente familia, donde pasó seis meses muy a gusto, y llegó a hacer planes para adquirir la casita que estaba alquilando.
Pero la vida depara sorpresas desagradables que pueden hundir en un abismo a las personas y del cual resulta muy difícil recuperarse, Cayetano sufrió un golpe inesperado cuando le anunciaron que por disposición de Ministerio de Guerra se le ordenaba trasladarse a un nuevo destino, el regimiento 15 de infantería con asiento en la provincia de San Juan.
Reaccionó con furia, la cual parecía absolutamente justificada porque desde esa decisión su vida entró en una pendiente de la que nunca pudo recuperarse las que se agravaron por decisiones que él mismo adoptó.
Tal fue su enojo que pasó por su mente la idea de volver a renunciar al ejército que tan arbitrariamente disponía de su vida sin siquiera considerar el corto período en que se le imponía un nuevo traslado.
Sin embargo, su situación económica si bien había mejorado un poco distaba de ser floreciente y debía pensar en su familia, esta razón y la promesa de sus superiores en Campo de Mayo en el sentido que iniciarían gestiones tendientes a restaurarlo en el cargo, confluyeron para que hiciera su valija que además de ropa estaba cargada de rabia.
Así viajó a San Juan con la convicción que nadie podía sacarle de la cabeza que su traslado se debía a que en su puesto en Campo de Mayo quería ubicarse a algún acomodado con amistades en la superioridad del ejército.
Sin embargo, los primeros meses en la provincia cuyana fueron agradables, encontró a viejos camaradas que conocía de destinos anteriores, el restablecimiento de esas amistades lo hicieron olvidar su enojo y su idea de renunciar.
Su esposa Filomena también fue determinante en la decisión de no renunciar y viajar al nuevo destino, recibió con un enorme alivio las noticias que le llegaban desde San Juan en el sentido que el nuevo puesto no era motivo de disgustos, parecía tener un ánimo muy diferente con el que lo había visto partir de Buenos Aires.
También en San Juan el maestro hizo gala de la facilidad de relacionarse con las personas que lo mantuvieron estrechamente conectado con la sociedad civil, que supo reconocer prontamente sus cualidades musicales y su predisposición permanente a concurrir a donde fuera convocado para animar bailes o fiestas.
Las autoridades del regimiento le permitieron licencias como la de armar una orquesta a la que se bautizó Del Centenario porque con ella la que animaría los festejos del primer centenario de la Revolución de Mayo, también se le permitió dar clases particulares que fueron muy requeridas especialmente por jóvenes de ambos sexos.
Todas estas actividades que desplegó le permitieron hacerse de unos pesos adicionales y colaboraron para que pudiera adoptar la decisión de trasladar a toda su familia a San Juan.
Pero todo se desbarranca a raíz de un ofrecimiento realizado por el gobernador de la provincia que le propone que asuma la dirección de la Banda de la Policía, a pesar de que sus compañeros y superiores en el ejército le insistieron para que se quede, el 27 de marzo de 1911 presenta la renuncia al ejército.
Ahí comenzarán sus problemas que parecerán no tener fin, la banda de la policía tenía de subdirector a Nicolás Colecchia que recibe de malas maneras al nuevo director porque creía tener derecho a ese puesto.
Colecchia comenzó un boicot, pidiendo continuas licencias para no cumplir con su función y lo hacía sin dirigirse al director al cual desconocía, a raíz de semejante actitud fue desplazado, motivando una campaña que llegó a los diarios por parte de los amigos del subdirector desplazado, se lanzaron todo tipos de epítetos racistas y xenófobos como el de “negro advenedizo” o se hacía referencia a su condición de extranjero, las calumnias llegaron a nivel de violencia verbal y mentiras que tuvieron las desfachatez de poner en duda su autoría de la Marcha de San Lorenzo.
Silva no dudó de calificar de mafia a sus detractores organizados que no podían admitir que un “negro” ocupara ese cargo, los ataques recrudecieron cuando terminó su mandato como gobernador el que lo había designado en ese puesto, a tal punto llegaba la saña que empezaron a inmiscuirse en asuntos privados, si bien el maestro confiaba en sus dotes de periodista para responder, se dio cuenta que ese dicho “miente que algo queda” de tanto repetir una mentira termina haciendo daño.
Otras de las acusaciones que recibió como para escandalizar a la sociedad fue la de ateo lo que motivó la intervención de algunas damas asiduas concurrentes a misas comenzaran a inmiscuirse en el conflicto, también salió a la luz la condición de masón de Silva, llegó un punto en que decidió renunciar la que presentó el 1° de diciembre de 1911, así y todo la difamación continuó hasta que decidió abandonar San Juan para dirigirse a Mendoza en busca de mejores aires para su trabajo.