El Forjista
Venado Tuerto fue fundada el 26 de abril de 1884 por Eduardo Casey, está ubicada al sudoeste de la provincia de Santa Fe, a 335 km de la capital provincial, a 165 de Rosario y a 365 de la Ciudad de Buenos Aires. Alcanzó el estado de ciudad el 16 de diciembre de 1935.
Sobre el nombre de la ciudad existen varias versiones pero adoptaremos la que eligió el fundador según la cual en la zona existía un fuerte militar desde donde los soldados solían ver pastar a un venadito al que le faltaba un ojo que había perdido en un ataque de los pueblos originarios, por eso cada vez que lo veían lo consideran una alerta ante la proximidad de un malón, que les permitía a los soldados ponerse a resguardo ante el ataque, mientras que en épocas de sequía los soldados lo seguían para encontrar agua y pastizales, los hombres del fuerte le tomaron un indudable cariño porque se había transformado en un benefactor.
Al año siguiente de su creación había 15 casas, pero su crecimiento fue acelerado producto de los inmigrantes que se asentaban en la región, ya que en 1887 tenía 1616 habitantes.
La ciudad de Venado Tuerto fue un sitio central de los que se conoció como Pampa Gringa, producto de la gran cantidad de inmigrantes que se radicaron en la región particularmente para cumplir tareas rurales.
Entre 1857 y 1914 a la Argentina ingresaron 3.300.000 inmigrantes, para el año 1914 nuestro país tenía 7.880.000 habitantes de los cuales el 30% eran extranjeros.
De todos los ingresados la cuarta parte se instaló en zonas rurales en calidad de colonos en la zona cerealera, muchos de los llegados no hablaban el castellano por eso la función del maestro Silva también consistió en enseñar el idioma, su conocimiento del italiano le fue de gran utilidad al que debía recurrir para comunicarse con los recién llegados.
Sus servicios como músico eran requeridos para bailes y festejos no sólo en Venado Tuerto sino en pueblos cercanos, en cierta oportunidad fue convocado al pueblo de Carmen donde se decidió realizar una procesión para pedir por el fin de la sequía que castigaba los cultivos de los chacareros.
El cura párroco de ese pueblo era uno de los tantos que no conocía el castellano, así que sus sermones eran en italiano, situación que no impedía que los feligreses lo entendieran porque la mayoría hablaba el idioma, y los pocos que no lo hacían recurrían a algún familiar o amigo para la traducción, en tanto que otros directamente no se preocupaban por entender, conformes con saber que cumplían con Dios al concurrir a misa como buen católico, ellos no eran responsables si al pueblo se le asignaba un cura que hablaba un idioma distinto al de los nativos.
Luego de la procesión el sacerdote agradeció la presencia del maestro Fischia que había tenido la gentileza de concurrir con su banda musical para engrandecer los festejos del Santo Patrono.
Concluido el acto religioso el maestro Silva se acercó al cura para agradecerle la mención a su presencia, pero también para aclararle que él no se llamaba FIschia, sino Silva, ya que la traducción al castellano de la palabra fischia corresponde a silbido, anécdota que a Cayetano le hizo mucha gracia y por eso la contaba reiteradamente.
Pero no sólo hubo inocentes y graciosas confusiones en esa costumbre de transitar por los pueblos llevando la música con su banda, los hubo otros de muy distinto tipo, que también ocurrió después de acto al que había sido convocado, en ese festejo se había levantado una gran carpa donde se bailaba animadamente al compás de la música de la banda.
Cuando dos chacareros ubicados en las cercanías del palco comenzaron hacer comentarios a viva voz, muy posiblemente alentados por el consumo de alcohol, decían que si bien la música no estaba mal, el repertorio era bastante limitado, a lo que su acompañante respondió: “Que querés, es una banda dirigida por un negro. Es inútil no hay como los maestros italianos”.
No era la primera vez que el “negro” Silva debía escuchar comentarios similares haciendo referencia a su color de piel, por lo general dejaba pasar por alto esos comentarios insidiosos que buscaban que él reaccionara, pero esta vez no estaba dispuesto a ignorar la provocación, por eso se bajó del palco, se acercó a los desbocados y les habló en su propio dialecto piamontés, para decirles que aún siendo “negro” podía ser y de hecho lo era tan maestro como cualquier italiano.
Además procedió a explicarles que si la orquesta no tenía un repertorio más amplio se debía a la juventud de los integrantes, muchos de los cuales recién estaban comenzando en la banda que no llevaba mucho tiempo integrada, les refregó por la cara que ellos habían sido invitados por los vecinos en el deseo que los habitantes de ese pueblo pasaran un grato momento.
Los piamonteses quedaron estupefactos al escuchar que el “negro” les hablaba en su propio dialecto, además de no poder retrucar la solidez de los argumentos que el maestro estaba desarrollando.
Los chacareros racistas procedieron a disculparse, pero a uno de ellos se le escuchó decir cuando se retiraban: “¡Santo Dios! … yo no he visto jamás un italiano tan negro”.
Otra vez Cayetano debía enfrentarse a aquellos que se fijaban en el color de piel por sobre cualquier otra consideración y la utilizaban para hacer apreciaciones racistas que a Silva le fueron mostrando lo difícil que sería llegar a algún lugar destacado donde el talento y los conocimientos primaran por sobre los prejuicios y discriminaciones.