El Forjista

Biografía de Domingo Faustino Sarmiento

Sarmiento, el prócer de la oligarquía

Capítulo 10 – Desprecio por América Latina y amor por Europa

 

Como ocurre normalmente con nuestros liberales que apoyaron todas las dictaduras que padecimos frecuentemente, Sarmiento tampoco creyó en que en América Latina mereciéramos gozar de la libertad, no estábamos a la altura de los países europeos quienes sí eran dignos de ser libres de acuerdo a su particular criterio, por eso afirmó: “Nosotros pensamos que en los estados sudamericanos la palabra libertad importa sainete ridículo, melodrama horrible y larguísima comedia que no manifiesta tener fin”.

Su desprecio por lo latinoamericano incluía a España o sea cualquier raíz que haya producido nuestra identidad nacional, por eso en Facundo decía que “No fue dado a los españoles el instinto de navegación, que poseen en tan alto grado los sajones del Norte” y cuando estuvo en ese país continuó criticándola llegando al extremo de negarle cualquier habilidad para la literatura y el arte.

En Chile fue designado miembro de la Facultad de Filosofía y Humanidades, el 17 de octubre de 1843 en el acto de inauguración de la Universidad lee su trabajo “Memoria sobre ortografía americana” donde se dedicó a denigrar a España y los españoles atacando a la lengua y literatura de esa procedencia.

Consideraba que su enemigo Rosas era un producto de esa tradición hispánica y precisamente por eso merecía ser combatido: “Rosas es hijo legítimo de la vieja España bárbara y despótica” y “ha querido realizar en la República Argentina lo que Felipe II realizó en España”. Rosas era según Sarmiento: “la inquisición política de la antigua España personificada” y le efectúa un cuestionamiento que parece hablar más de Sarmiento que de Rosas, lo define: “enemigo de todo lo que no es nacional”.

Encontrándose en Chile, el gobierno de Bulnes impulsó un congreso americano sin la participación de los Estados Unidos, Sarmiento fervoroso admirador de ese país se declaró contrario a la idea, puede ser que también haya tenido sus prevenciones porque Rosas pudiera tener influencia en ese congreso, pero lo cierto es que el sanjuanino siempre se mostró contrario a cualquier pronunciamiento que promoviera la unidad de los pueblos de América Latina.

Por el contrario, Alberdi se declaró a favor del proyecto, por lo cual Sarmiento le respondió en una docena de artículos lo que muestra su obsesión por la cuestión. El congreso fracasó tres años después y América Latina volvió a dejar pasar la oportunidad para retornar a la senda libertadora de Bolívar y San Martín.

En tanto cuando pasó por Montevideo antes de emprender su viaje a Europa, esa ciudad que se encontraba inundada por extranjeros que se aglutinaban para derrocar a Rosas, nuestro prócer se desvivió en elogios a los europeos y denostó a los uruguayos a quienes acusó de que sólo se interesaban por beber.

De regreso de los Estados Unidos para ocupar la presidencia de su país, al detenerse en Santo Domingo se burló de los dominicanos que resistían la prepotencia norteamericana que pretendía que se le arrendara forzosamente parte del territorio dominicano. Mientras que en ese mismo viaje al visualizar una isla que estaba hundida producto de la erupción de un volcán exclamó: “¿Por qué no hace lo mismo Dios con toda esta América?”. Obviamente excluía el Norte del Continente.

Detestaba  a los argentinos en particular aquellos obligados a vivir en la pobreza y lo decía sin tapujos: “Da compasión y vergüenza en la República Argentina comparar la colonia alemana o escocesa del sur de Buenos Aires, y la villa que se forma en el interior; en la primera las casitas son pintadas, al frente de la casa siempre aseado, adornado de flores y arbustillos graciosos…” “La villa nacional es el reverso, indigno de esta medalla; niños sucios y cubiertos de harapos viven con una jauría de perros; hombres tendidos por el suelo en la más completa inacción, el desaseo y la pobreza por todas partes, una mesita y petacas por todo amueblado, ranchos miserables por habitación y un aspecto general de barbarie y de incurria los hacen notables”.

Nunca se preguntó por las razones de esa pobreza y mucho menos por los responsables: “Las privaciones indispensables justifican la pereza natural, y la frugalidad en los goces trae enseguida todas las exterioridades de la barbarie”. Ha sido una constante de los sectores reaccionarios acusar a las clases humildes de los males nacionales en vez de hacerlo con quienes efectivamente comandaron el país.  

Trataba de establecer disparatadas teorías que asociaban la barbarie con el campo, mientras que a las ciudades las consideraba sinónimo de cultura: “El progreso moral, la cultura de la inteligencia descuidada en la tribu árabe o tártara, es aquí no sólo descuidada, sino imposible. ¿Dónde colocar la escuela para que asistan a recibir lecciones los niños diseminados a diez leguas de distancia en todas las direcciones? Así, pues, la civilización es del todo irrealizable, la barbarie es normal, y gracias si las costumbres domésticas conservan un corto depósito de moral”.

Disparatadamente  le atribuía a la gente de campo una tendencia a cometer asesinatos por la sola razón que fueran capaces de matar una res: “…desde la infancia están habituados a matar las reses y que este acto de crueldad necesaria los familiariza con el derramamiento de sangre y endurece su corazón contra los gemidos de sus víctimas”.

Se consideraba una persona culta en medio de un país lleno de brutos y desde su pedestal miraba a los demás, para denostar contra aquellos que no se sometían al poder político porteño, referido a los habitantes de los llanos donde surgieron caudillos como Quiroga y Peñaloza, decía en el Facundo: “El llanista es el único que ignora que es el ser más desgraciado, más miserable y más bárbaro: y gracias a esto vive contento y feliz cuando el hambre no le acosa”.

Cuestionando el lema de Facundo “Religión o muerte”, llegaba a convertir la cuestión religiosa en un tema donde los americanos tampoco  podíamos igualar a la culta Europa, sólo allá era auténtico el sentimiento religioso por aquí todo era una farsa: “¿Hubo cuestión religiosa en la República Argentina? Yo lo negaría rotundamente, si no supiese qué cuando más bárbaro, y por tanto más irreligioso es un pueblo, tanto más susceptible es de preocuparse y fanatizarse. Pero las masas no se movieron espontáneamente, y los que adoptaron aquel lema, Facundo, López, Bustos, etc., eran completamente indiferentes. Esto es capital. Las guerras religiosas del siglo XV en Europa son mantenidas de ambas partes por creyentes sinceros, exaltados, fanáticos y decididos hasta el martirio, sin miras políticas, sin ambición. Los puritanos leían la Biblia en el momento antes del combate, oraban y se preparaban con ayunos y penitencias”.

Al contraponer al unitario general Paz con el federal Quiroga, realizó una exaltación del primero diciendo: “Paz es militar a la europea…”  “Es el espíritu guerrero de la Europa hasta en el arma que ha servido, es artillero y por tanto, matemático, científico, calculador.”“Es un militar hábil y un administrador honrado, que ha sabido conservar las tradiciones europeas y civiles, y que espera de la ciencia lo que otros aguardan de la fuerza brutal; en, en una palabra, el representante legítimo de las ciudades, de la civilización europea, que estamos amenazados de ver interrumpida en nuestra patria”.
Ser europeo o parecerlo era el mayor elogio que podía emitir, en tanto ser americano o salvaje que era casi lo mismo.

Nada de lo que pasara en estas tierras podía ser comparable con cualquier cosa que ocurriera en la culta Europa, hasta el terror en ese continente tenía visos mucho más rescatable al de los bárbaros de aquí: “El terror de 1793 en Francia era un efecto, no un instrumento; Robespierre no guillotinaba nobles y sacerdotes para crearse una reputación, ni elevarse él sobre los cadáveres que amontonaba. Era un alma adusta y severa aquella que había creído que era preciso amputar a Francia todos sus miembros aristocráticos para cimentar la revolución. ‘Nuestros nombres – decía Danton- bajarán a la posteridad execrados, pero habremos salvado la República’. El terror entre nosotros es una invención gubernativa para ahogar toda conciencia, todo espíritu de ciudad, y forzar, al fin, a los hombres a reconocer como cabeza pensadora el pie que les oprime la garganta; es un desquite que toma el hombre inepto armado del puñal para vengarse del desprecio que sabe que su nulidad inspira a un público que le es infinitamente superior”.

Sin embargo el terror por estas tierras podía más bien atribuirse a quienes integraban el partido de Sarmiento que a sus enemigos.

Su admiración por Europa tenía mucho de superficial, de moda, se detenía ostensiblemente en las formas y desechaba considerar el fondo de los asuntos: “El bloqueo francés fue la vía pública por la cual llegó a manifestarse sin embozo el sentimiento llamado propiamente americanismo. Todo lo que de bárbaros tenemos, todo lo que nos separa de la Europa culta, se mostró desde entonces en la República Argentina, organizado en sistema y dispuesto a formar de nosotros una entidad aparte de los pueblos de procedencia europea. A la par de la destrucción de todas la instituciones que nos esforzamos por todas partes en copiar de la Europa, iba la persecución al frac, a la moda, a las patillas, a los peales del calzón, a la forma del cuello del chaleco, y al peinado que traía el figurín; y a estas exterioridades europeas se substituía el pantalón ancho y suelto, el chaleco colorado, la chaqueta corta, el poncho, como trajes nacionales, eminentemente americanos…”.

Aliarse a una potencia extranjera para enfrentar al gobierno nacional que tenía un entusiasta apoyo en los sectores populares, según reconociera el mismo Sarmiento, era un claro caso de cipayismo, palabra en desuso pero que define con mayor claridad la tendencia del sanjuanino. Él mismo confesó su colaboración con los invasores. Luego de hacer el elogio del Salón Literario de Buenos Aires, enemigos acérrimos de Rosas que terminaron huyendo a Montevideo: “He necesitado entrar en estos pormenores para caracterizar un gran movimiento que se operaba por entonces en Montevideo, y que ha escandalizado a toda América, dando a Rosas una poderosa arma moral para robustecer su gobierno y su principio americano. Hablo de la alianza de los enemigos de Rosas con los franceses que bloqueaban a Buenos Aires, que Rosas ha echado en cara eternamente, como un baldón, a los unitarios. Pero, en honor  de la verdad histórica y de la justicia, debo declarar, ya que la ocasión se presenta, que los verdaderos unitarios, los hombres que figuraron hasta 1829, no son responsables de aquella alianza; los que cometieron aquel delito de leso americanismo, los que se echaron en brazos de Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas en las orillas del Plata, fueron los jóvenes; en una palabra, fuimos ¡nosotros! Sé muy bien que en los Estados Americanos halla eco Rosas, aún entre los hombres liberales y eminentemente civilizados, sobre este delicado punto, y que para muchos es todavía un error afrentoso el haberse el haberse asociado los argentinos a los extranjeros para derrocar a un tirano. Pero cada uno debe reposar en sus convicciones y  no descender a justificarse de lo que cree firmemente y sostiene de palabra y obra. Así, pues, diré, en despecho de quienquiera que sea, que la gloria de haber comprendido que había alianza íntima entre los enemigos de Rosas y los poderes civilizados de Europa, nos perteneció toda entera a nosotros”.

Llegaba a reconocerle a algunos unitarios cierto grado de patriotismo por el cual se negaban a aliarse con potencias extranjeras para intervenir en el país: “Los unitarios más eminentes, como los americanos, como Rosas y sus satélites, estaba demasiado preocupados de esa idea de nacionalidad, que es el patrimonio del hombre desde la tribu salvaje, y que le hace mirar con horror al extranjero”.

Pero Sarmiento y sus correligionarios no tenían ningún tipo de escrúpulos estaban dispuestos a una alianza con las potencias coloniales: “La juventud de Buenos Aires llevaba consigo esta idea fecunda de la fraternidad de intereses con la Francia y la Inglaterra; llevaba el amor a los pueblos europeos asociado al amor de la civilización, a las instituciones y a las letras que la Europa nos había legado, y que Rosas destruía en nombre de la América, substituyendo otro vestido al vestido europeo. Esta juventud, impregnada de las ideas civilizadoras de la literatura europea, iba a buscar en los europeos enemigos de Rosas sus antecesores, sus padres, sus modelos, apoyo contra la América, tal como la presentaba Rosas, bárbara como el Asia, despótica y sanguinaria como la Turquía, persiguiendo y despreciando la inteligencia como el mahometismo”.

Para justificar esa alianza señalaba que los invasores se habían comprometido a respetar el territorio nacional, al parecer los ríos interiores no eran considerados por Sarmiento como parte del territorio, el 20 de noviembre de 1845, el mismo año del Facundo, se efectuó la heroica batalla de la Vuelta de Obligado para enfrentar la prepotencia de Francia e Inglaterra, a quienes nuestro “prócer” apoyaba.
   

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