El Forjista

Radiografía del odio

 

La utilización del odio como arma empleada por la clase dominante, que aquí llamaremos oligarquía, no es ninguna novedad, nuestra historia está plagada de hechos que lo confirman y que muestran hasta que extremos puede llegar esa clase social en la utilización de la violencia para mantener sus privilegios.

Precisamente por su condición minoritaria necesitan sumar voluntades para combatir en sus guerras, lo hacen comprándolas o instalando el odio en mentes y corazones para convencerlos que hay enemigos comunes a los que se debe eliminar.

La historia de las infamias de la oligarquía aún no fue escrita, así que sólo nos limitaremos a hacer mención a unos pocos eventos que son demostrativos de lo que estamos indicando.

En 1828 hombres de la oligarquía porteña como Juan Cruz Varela, Julián Segundo de Agüero y Salvador María del Carril instigaron al general Juan Lavalle para que fusilara al gobernador Manuel Dorrego, después de haberlo derrocado y encarcelado.

“Nada de medias tintas” le decía Varela; “Hay que cortar la primera cabeza de la Hidra” afirmaba Agüero, mientras que del Carril lo instaba sin vueltas: “Hablo del fusilamiento de Dorrego. Hemos estado de acuerdo antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla”.

El asesinato se consumó el 13 de diciembre de ese año, fusilamiento que Lavalle no se animó a presenciar a pesar de haberlo ordenado.

Saltemos algunos años para llegar a posicionarnos ante la presencia de Domingo Faustino Sarmiento, al que Jorge Luis Borges, en sus años jóvenes de simpatías con el yrigoyenismo calificó de “gran odiador”, su fórmula de “Civilización o Barbarie” fue durante largas décadas la consigan de la clase dominante para identificar y descalificar a sus enemigos.

Los bárbaros eran los caudillos del interior y sus gauchos que en condiciones muy precarias enfrentaron la soberbia y la mezquindad de la ciudad de Buenos Aires y sus tropas bien provistas que con la guerra de policía que diseñaron Mitre y Sarmiento exterminaron de la manera más cruel toda la resistencia del federalismo para implantar un sistema económico de libre cambio que beneficiaba a una minoría porteña en su comercio con Gran Bretaña.

De Civilización o Barbarie se desprende la recomendación que Sarmiento le hace a Mitre cuando le dice: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos.”

Y como último ejemplo de la utilización del odio como arma política, recordemos el bombardeo de la Plaza de Mayo consumado el 16 de junio de 1955 por aviadores de la marina y la aeronáutica donde murieron según las cifras oficiales 355 personas y hubo 600 heridos, aunque lo más probable es que hayan sido muchas más.

¿Cuál es el proceso mental que sufre una persona que está dispuesta a matar a compatriotas indefensos y lo hacen sin que después mostraran ningún rasgo de arrepentimiento? Precisamente la instalación del odio en esos corazones y esas mentes es la que posibilita esta degradación humana que los insensibiliza hasta el punto de estar dispuestos a cometer cualquier crimen.

 

Deshumanizar al enemigo

Ya lo explicaron destacados pensadores, la necesidad de deshumanizar al enemigo de tal forma que después se lo pueda exterminar sin culpa, después de ese proceso, ya no se lo visualiza como un ser humano, precisamente ese era el sentido que tenía la definición sarmientina de considerar bárbaros a sus enemigos.

Relató el pensador humanista alemán Erich Fromm que una de las grandes decepciones de su vida se produjo en su adolescencia al momento de estallar la Primera Guerra Mundial, porque muchas personas que hasta momentos antes eran declarados pacifistas, se subieron al carro de la guerra que incentivaba el gobierno de su país.

Esa fue una de las razones que llevaron a Fromm a estudiar esa situación para verificar el alto grado de lavado de cerebros que se necesita para convencer a una población de un supuesto peligro, a veces inexistente, para que vaya decidida a los campos de batalla, eso no ocurriría si los gobernantes reconocieran que la guerra es para satisfacer intereses económicos o a ambiciones de una minoritaria clase gobernante.

Noam Chomsky también fue un estudioso de ese proceso que hace que ejemplares ciudadanos puedan convertirse en exaltados odiadores dispuestos a marchar a una guerra a destruir al enemigo, nos cuenta Chomsky que la primera operación moderna de propaganda realizada por un gobierno se consumó en Estados Unidos por el presidente Woodrow Wilson quién en 1916 mientras se desarrollaba la Primera Guerra Mundial llegó al gobierno con un programa pacifista para cambiar su actitud después de asumir.

Wilson se abocó a contratar intelectuales para que convencieran a los estadounidenses de la conveniencia de participar en el conflicto armado, lo que hicieron esos intelectuales fue inventar supuestas atrocidades cometidas por los enemigos, hasta el extremo de mostrarlos como inhumanos criminales, a los que sería justo matar sin culpa alguna.

Odio y violencia marchan unidas por eso es indispensable actuar cuando en una sociedad aparecen muestras de odio porque no tardará en aflorar la violencia, como dice el escritor colombiano Alonso Sánchez Baute, autor del libro “Las formas del odio”: “… el odio es la gasolina de la violencia al estimular la intolerancia lo que impide una solución civilizada a los problemas”

Cuando hablamos de odio no nos referimos a una reacción extemporánea sino a algo construido minuciosamente, planificado por quienes lo alientan, tampoco es improvisada la violencia que del odio se desprende.

Así lo explica la escritora alemana Carolin Emcke en su libro “Contra el odio” cuando dice: “El odio acérrimo y encendido es producto de unas prácticas y convicciones fríamente calculadas, largamente cultivadas y transmitida durante generaciones”.

Existen ideologías que tienen su base de sustentación en la generación de odio y que sacan rédito político de él.

Una particularidad de los mecanismos de construcción del odio es la generalización, si un inmigrante comete un delito, los odiadores, entre ellos algunos instalados en medios de comunicación, transforman ese acto individual en colectivo, donde todos los inmigrantes pasan a ser peligrosos, instalando de esa manera una imagen para que luego se justifiquen las acciones de odio contra todos los inmigrantes.

 

Las formas del odio

Una de las formas más conocidas del odio es el racismo, que ha tenido en el antisemitismo nazi su expresión más brutal y catastrófica, provocando el genocidio más atroz que padeció la Humanidad.

Sin embargo, en la actualidad el racismo sigue siendo un problema generalizado, continuó mostrando su peor cara en los Estados Unidos durante el mandato de Trump con la salida de los placares de los supremacistas blancos que han mostrado de manera descarada su odio enfermizo y armado, país que además tiene una larga historia de brutalidad criminal policial contra los afroamericanos.

A esa situación debe agregarse la reaparición en casi todos los países de Europa de grupos neonazis, continente donde la islamofobia se ha presentado como otra forma del racismo, y su pariente cercano la xenofobia que se ha desplegado con un ataque permanente a los inmigrantes a los que se acusa de problemas que hay que buscarlos en los propios gobernantes.

En nuestro país hay una justa preocupación por la misoginia que ha provocado que en el 2021 se produjeran 256 femicidios, que han tenido una respuesta movilizadora de las mujeres a partir del colectivo “Ni una menos”, a pesar de lo cual las agresiones y abusos contra las mujeres lejos está de disminuir.

La homofobia también se ha manifestado en el país a partir de ataques a personas o a sitios donde se reúnen miembros del colectivo LGBTIQ, aún persisten muchos odiadores que miran con desprecio a este colectivo si bien ha logrado avances de importancia especialmente durante el gobierno de Cristina Kirchner.

Carolin Emcke nos advierte que una forma muy particular de discriminación se expresa a través de señalar que las mujeres y los homosexuales ya han alcanzado suficientes derechos y deben dejar de seguir reclamando, como si existiera una cuota asignada de derechos.

Hay una forma de odio que permanece casi oculto en la Argentina que es la aporofobia, el desprecio a los pobres, que está muy asociado al antiperonismo y el antikirchnerismo, antiguamente se manifestaba en el desprecio y la discriminación al “cabecita negra” y que ahora se utilizan expresiones que quitan el color negro para disimular su pretensión racial, pero se los descalifica a través de títulos como “planeros” o simplemente asociándolos con la vagancia.

Actualmente vemos en las redes a gran cantidad de odiadores que se definen como AntiK, no se pueden definir por la positiva sino como negadores de una idea que tiene la adhesión de un porcentaje importante de argentinos, hemos escuchado y visto a Alfredo Leuco predicar un país “sin kirchneristas”, el pseudo periodista y su audiencia ¿acaso pretenden exterminar kirchneristas?

Otra forma de odio político, también ocultado por los grandes medios que suelen promover la intolerancia ideológica, es el macartismo del que en la última elección hicieron uso los libertarios refiriéndose a los “zurdos de mierda”, ante la sonrisa cómplice de algunos comunicadores.

 

El odio aquí y ahora

El libro de Arturo Jauretche “Los profetas del odio” fue publicado en junio de 1957, en plena dictadura de Aramburu, acompañado con una inmensa repercusión lo que motivó que dos meses después apareciera la segunda edición.

Eran los años siniestros donde estaba en vigencia ese compendio del odio de clase que era el Decreto Ley 4161 del año 1956 por el cual era delito el sólo hecho de nombrar a Perón o a Eva, la persecución, el asesinato y la tortura a peronistas era habitual, para eso fue necesario imponer la idea que todo peronista era corrupto para así justificar la represión criminal.

Los señalados por Jauretche eran fundamentalmente intelectuales con una mentalidad colonizada que mostraban su desprecio por todo lo que tuviera relación con lo popular y nacional.

Hoy la situación es distinta, son los medios los principales generadores de odio, desde el momento en que los dueños de esos medios concentrados han pasado a integrar la oligarquía que ha saqueado el país reiteradamente y que trata de evitar por todos los medios el regreso de gobiernos populares.

Este proceso de odio de clase se ha agudizado con el surgimiento de las redes, en las cuales no sólo participan ciudadanos anónimos dejando salir su resentimiento, también colaboran pseudo periodistas y políticos de derecha incentivando la violencia verbal contra todo aquello que tenga algún viso de lo que ellos llaman populismo, un término utilizado intencionalmente para denostar al pueblo.

Los intelectuales señalados por Jauretche disimulaban su odio detrás de teorías supuestamente científicas o tras un léxico refinado y depurado, hoy eso no ocurre los odiadores salieron del placar y actúan sin pruritos de ningún tipo, tratando que los ataques y la violencia se convierta en algo cotidiano y casi normal.

Dejan fluir con un dejo de orgullo su odio ya sea en forma de racismo, xenofobia, misoginia, homofobia, aporofobia, o cualquier cara que adopte el odio, deseándole todas clase de males, incluida la muerte a quienes consideran sus enemigos.

Una particularidad de los odiadores es que todo lo arreglan con la muerte, por eso se la pasan deseándosela a sus adversarios, sus antepasados fueron capaces de pintar ¡Viva el cáncer! en las paredes de Buenos Aires.

Con toda razón Erich Fromm consideraba que: “No hay distinción más fundamental entre los hombres, psicológica y moralmente, que la que existe entre los que aman la muerte y los que aman la vida, entre los necrófilos y los biófilos”.

Fromm señalaba que una particularidad del necrófilo es que la única manera que encuentra para solucionar un problema es a través de la fuerza o la violencia, es la única solución para todo, su herramienta la destrucción.

 

El papel de cada uno

Para instalar el odio en una sociedad se necesitan que quienes lo alientan y lo transmiten cumplan distintos roles, empezando por aquellos que resultan ser los principales beneficiarios en tanto miembros de la clase dominante.

En el libro mencionado de Jauretche aparece una carta que le envió a Sábato, porque el escritor había afirmado en un libro que fue el resentimiento de las masas el motor que las había impulsado a apoyar al peronismo, la contestación de Jauretche fue: “No, amigo Sábato. Lo que movilizó a las masas hacia Perón, no fue el resentimiento, fue la esperanza”.

En esa misma carta Jauretche le reconoce a Sábato, que a pesar de haber adherido al golpe contra Perón, tuvo la valentía de denunciar las torturas aplicadas por el gobierno de Aramburu contra los peronistas prisioneros.

Volviendo a la contestación de Jauretche, tiempo después completó esa definición señalando: “La multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor.”

Y aquí está el centro de la cuestión de por qué la oligarquía necesita del odio, para mantener sus privilegios que cada día se manifiestan en una creciente desigualdad como puede comprobarse en nuestro país y en todo el mundo, el papel del neoliberalismo es ese, que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres, más allá de que se trate de disfrazarlo con distintos trajes a medida que fracasa en los países donde se aplican sus recetas de hambre y saqueo.

Otro componente fundamental de ese dispositivo de odio al servicio de la clase dominante son los que llamamos los mercaderes del odio, aquellos comunicadores ubicados en los medios de comunicación de la derecha que buscan de manera indisimulada provocar le reacción de sus destinatarios para que enfoquen todo su desprecio militante hacia aquellos que están dispuestos a confrontar con la oligarquía y no se someten a sus intereses.

Estos mercaderes del odio tienen la función de disciplinar a la sociedad y para eso están dispuestos a utilizar cualquier recurso como las noticias falsas, la difamación y la calumnia para desprestigiar a dirigentes políticos, jueces, gremialistas, etc. en un acto de domesticación masiva que busca la disciplinada obediencia a la oligarquía.

Hemos asistido al deleznable acto de la compra de almas, en la cual periodistas “rebeldes” se vendieron indisimuladamente a los propietarios de los medios concentrados a los que hasta unas semanas antes criticaban fuertemente, y con razón.

Pero la función de algunos de esos mercaderes del odio va mucho más allá y no dudan en actuar en las redes como desenfrenados odiadores como quedó en evidencia en un estudio realizado por Amnesty Internacional que mostró la participación de Eduardo Feinmann y el diputado Fernando Iglesias en ataques organizados por las granjas de trolls del macrismo.

Escuchemos nuevamente a la escritora Carolin Emcke cuando expresa: “… el odio y el miedo también se ven alimentados por quienes esperan sacar beneficio. No importa si estos mercaderes del miedo están pensando en términos de índice de audiencia o número de votos”

 

Ciudadanos al ataque

Y falta un protagonista fundamental que son aquellos ciudadanos comunes que pueden convertirse en odiadores, obviamente una de las condiciones para que eso sea posible es el bombardeo constante de los medios de la oligarquía que generan odio intencionalmente dirigido contra los enemigos del poder económico.

Pero ese ciudadano tendría la libertad de buscar otros medios con otros mensajes menos destructivos ¿por qué no lo hace?

Una pista la da el escritor colombiano ya mencionado anteriormente Sanchez Baute cuando dice que en las redes hay gente que busca pelearse para dejar salir todas sus frustraciones.

Precisamente el odio está íntimamente vinculado al fracaso, difícilmente alguien que está conforme con lo conseguido en la vida, tenga tiempo y ganas de desearle algún mal a sus semejantes, lo vemos en algunas marchas convocadas por la derecha y sus cacerolazos a personas deseando muertes, cárceles y otras desgracias a quienes no piensan como ellos, ¿cómo se llega a ese estado de alteración?, si no es a través de haber llevado una vida plagada de frustraciones, incubando un resentimiento que en algún momento explota.

Cuando Fromm mencionaba a aquellos atraídos por la muerte también lo relacionaba con una vida plagada de fracasos: “Morir es dolorosamente amargo, pero la idea de tener que morir sin haber vivido es insoportable”.

Pero existe algo más para llegar a ese estado de alteración promovida por el odio, cual es cometer el grave error al determinar a los responsables de los fracasos, lo que ocurre cuando se acusa a inmigrantes, a los pobres o a gobiernos populares por las frustraciones padecidas, cuando deberían dirigir sus miras hacia sí mismos, el ámbito familiar o laboral, o hacia el poder de la oligarquía, pero dirigir su resentimiento hacia los verdaderos responsables implican riesgos.

Asumir la propia responsabilidad por los fracasos, o enfrentar a la autoridad familiar o laboral, o directamente acusar a quienes gobernaron el país con políticas que llevaron al desastre implica enfrentar al poder lo cual significa tener coraje, en cambio es mucho más fácil responsabilizar a los débiles por las frustraciones.

Concluimos que aquellas personas que odian lo hacen por sus frustraciones y la cobardía de no animarse a dirigir su reacción hacia los verdaderos responsables de sus fracasos.

Cuando se dirige la culpa hacia los verdaderos responsables de nuestros fracasos, el odio se puede convertir en otra cosa muy diferente, en rebeldía que puede ser algo positivo si en vez del odio que busca el mal de nuestros semejantes, se transforma en la búsqueda de transformar la sociedad para hacerla más justa en beneficio de la mayoría.

La cuestión es diferente cuando se trata de personas jóvenes, lo que los puede llevar a odiar es más bien la desesperanza, un joven que está dedicado a estudiar algo que le guste y con un trabajo digno, difícilmente tenga espacio en su corazón para odiar, por eso es que es imprescindibles que los gobiernos se dediquen a garantizar la posibilidad de estudiar como ocurrió durante los gobiernos kirchneristas con la creación de Universidades en el Gran Buenos Aires, que tanto molestaron al macrismo, y generando condiciones para que los jóvenes tengan posibilidades de trabajar en empresas que respeten los derechos laborales.

Y para terminar, definamos a otras personas que permiten que el odio cunda en nuestra sociedad, que son los indiferentes, aquellos que son meros espectadores neutrales de los actos de odio, manteniendo silencio y dejando que los hechos ocurran sin condenar los sucesos, con la expectativa que ellos nunca serán víctimas de actos como estos, pero no se percatan que también contribuyen a la expansión del odio.

 

Enfrentar al odio

Sánchez Baute dice que lo contrario al odio, no es el amor sino la empatía, la capacidad de identificarse con el prójimo, compartiendo emociones y dificultades, mientras alguien empático es tolerante, el odiador es intolerante.

Carolin Emcke nos dice que la forma de combatirlo o al menos debilitarlo: “El gesto más importante contra el odio tal vez sea no caer en el individualismo. No dejarse confinar en la tranquilidad de la esfera privada, en la protección que brindan el refugio o el entorno más próximo. El movimiento más importante tal vez, sea salir de uno mismo y dirigirse hacia los demás para reabrir juntos los espacios sociales y políticos”.

Además señala que no basta con repudiar el odio y la violencia, hay que analizar sus estrategias de tal forma de adoptar medidas que sirvan para aminorar sus nefastas consecuencias.

Por supuesto que es absurdo enfrentar al odio con odio, a los antidemocráticos, y quienes odian por lo general lo son, deben enfrentárselos con más democracia y Estado de Derecho.

Hay que enfrentar el odio con valentía, repudiar toda forma de humillación y degradación cotidiana a la vez que se promuevan leyes que garanticen mayores derechos para los excluidos.

La herramienta más poderosa es la solidaridad que es la forma de resistencia contra la marginación que intenta imponer el poder económico y sus serviles odiadores.

Precisamente la derecha en nuestro país detesta la solidaridad, por eso en las redes atacan periódicamente a Juan Carr que es el símbolo más potente de la solidaridad en la Argentina, pero el trabajo humanitario de personas como Carr los deja expuestos y por eso buscan difamarlo.

Como venimos señalando los medios hegemónicos se han transformado en maquinarias de odio, no puede ser que esos medios sean subvencionados con pauta oficial, la que debería ser inmediatamente suspendida a aquellos que difundan mensajes que promuevan la violencia y la discriminación.

En igual sentido se imprescindible repensar una Ley de Medios que aliente la pluralidad donde puedan escucharse mensajes que alienten la sana discusión de ideas sin intolerancia ni mensajes discriminatorios.

Por cierto, si el movimiento popular tuviera más medios de comunicación disponibles sería más fácil esta pelea, en la que hay que enfrentar a los monstruos de la mentira y el engaño, aún hay muchos argentinos prisioneros de esa maquinaria nefasta que siempre actúa contra el país y su pueblo.

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