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El Forjista

Lo que aprendimos de Jauretche

 

La colonización pedagógica

 

La primera edición  de “Los profetas del odio” fue de mayo de 1957 a los dos meses apareció la segunda, explicaba así los objetivos de ese trabajo: “Quiero poner en evidencia los factores culturales que se oponen a nuestro pleno desarrollo como Nación, a la prosperidad general y al bienestar de nuestro pueblo, y los instrumentos que preparan las condiciones intelectuales de indefensión del país”.

Ernesto Sábato en su libro “El otro rostro del peronismo”, había dicho “el motor de la historia es el resentimiento que, en el caso argentino, se acumula desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajador moderno, hasta conformar el germen del peronista, el principal resentido y olvidado”.

En septiembre del 1956 desde Montevideo Jauretche le envió una carta a Ernesto Sábato donde le contestó: “No, amigo Sábato. Lo que movilizó a las masas hacia Perón no fue el resentimiento fue la esperanza. Recuerde Ud. Aquellas multitudes de octubre del 45, dueñas de la ciudad durante dos días, que no rompieron una vidriera y cuyo mayor crimen fue lavarse los pies en Plaza de Mayo, provocando la indignación de la señora de Oyuela, rodeada de artefactos sanitarios.”

Esta discusión con Sábato fue la que gestó la idea de un libro donde se proponía polemizar con escritores que evidenciaban su desprecio por el peronismo y sus partidarios. Tiempo después le incorporó una yapa en la que desarrolló la cuestión de la colonización pedagógica.

Fue un enconado crítico de aquellos intelectuales que hicieron carrera denostando de todas las maneras posibles al movimiento nacional, ese cuestionamiento se convertía en una galardón que les permitía posicionarse favorablemente dentro del aparato cultural de la oligarquía: “En largos años de lucha al servicio de la idea de la emancipación nacional, me fue dado conocer la mentalidad de los hombres que se autodesignan como “intelectuales”, y su absoluto divorcio con la realidad del país, así como los obstáculos que ellos crean a la inteligencia argentina cuando busca su camino”.

Uno de dichos intelectuales fue el sociólogo Ezequiel Martínez Estrada sobre el que dijo: “Profetiza, abomina, injuria con ventilador y  nos va llevando precipitadamente a la convicción de que esto es un estercolero y en el estercolero sólo hay una flor: Ezequiel Martínez Estrada. Habla de todo, expurga minuciosamente el pasado, el presente y el futuro del país, sin perdonarle una llaga, una lacra, una náusea; pero, inútilmente buscará el lector –en esa prolija exposición de la infamia – una sola referencia a su condición semicolonial. Y desde luego la más mínima comprensión de los esfuerzos liberadores del proceso de emancipación que se intenta detener”.

Actualmente contamos con un escritor como Marcos Aguinis, seguramente con muchas menos luces que Martinez Estrada, que se encarga minuciosamente de denostar contra los argentinos, trayendo constantemente ejemplos de exterior sabiamente elegidos para cumplimentar con  su misión autodenigratoria. Pareciera que en el exterior sólo ocurren cosas buenas y las malas están concentradas en nuestras tierras. Esta suposición también forma parte de las muchas enseñanzas de don Arturo.  

Martínez Estrada negaba que el peronismo hubiese significado algún avance para la clase obrera, a tal punto llegaba su antiperonismo que consideraba negativamente los aumentos salariales con argumentos más propios  de un gran empresario que ve con horror como sus empleados pretenden obtener nuevos derechos: “Creó un cuerpo domiciliario de haraganes estafadores” Se refería a changarines, taxistas, mecánicos, plomeros que cobraban, según Martínez Estrada,  elevados montos por sus servicios “Ese lumpen proletariat tampoco conoce ningún oficio ni quiere aprenderlo; son advenedizos, pigmeos de los políticos a quienes desprecian, rateros de la prole de los grandes ladrones de despachos ministeriales. No hay otra salida que llamarlos, pagarles y sufrir la estafa porque el caño se desuelda, el mosaico salta, la radio no funciona”.

Jauretche respondía en su libro: “La prosperidad de los de abajo, ¿ha molestado a los de arriba? No a los de arriba, porque el empresario sabe que esa prosperidad general es condición necesaria de las buenas ventas, es mercado comprador para sus  productos. Molesta solamente al escalón inmediato superior, a esa clase de quiero y no puedo de la pobreza vergonzante, a quien parece disminuir socialmente el ascenso de los que estaban un poco más abajo, porque se alteran sus jerarquías rutinarias de la importancia social”.

Uno de sus fuertes estaba en la argumentación, muchas de las más sólidas defensas de la gestión del peronismo salieron de su pluma: “Es cierto que la plena ocupación apareja males que son sus inevitables consecuencias. Desde el momento en que se restringe la oferta de mano de obra y el empresario no puede elegir, disminuye el rinde unitario porque el obrero deficitario baja los promedios y relajando la disciplina del taller incide sobre la productividad de los más capacitados. Esto ocurre aquí y en todo el mundo, pero el empresario sabe que esos inconvenientes se compensan en el mercado de ventas por la presión compradora de la ocupación total. Con desocupación el empresario puede seleccionar sus obreros, pero los compradores a su vez, disminuidos en su poder adquisitivo, seleccionan los precios y las calidades”.

En otro lugar explicó la cuestión de la inflación que también fue una de las excusas para cuestionar al peronismo, explicó de una manera sencilla la inflación controlada que se produce cuando existen  gobiernos populares: “La abundancia de dinero en las clases pobres se traduce en el mercado por una mayor compra de artículos alimenticios que naturalmente eleva los precios por la universalización del consumo, pero ésta es una consecuencia que obedece a causa socialmente útiles. Nadie, porque abunde el dinero, va a comer diez kilos de tallarines, pero ocurre que comen tallarines muchos que antes no los comían. La baratura de la alimentación al precio que coman pocos y poco, no es verdaderamente un ideal de política social”.

También realizó una crítica a Borges que hizo del antiperonismo una cuestión cuasi religiosa, Jauretche recordó cuando el afamado escritor escribió en su juventud el prólogo del libro “El paso de los libres”. Poco tiempo después Borges  actuó como si nunca hubiese redactado tal prólogo, no obstante Jauretche no desconocía su calidad literaria al punto que escribió: “no importa la insignificancia del hombre, sino la grandeza del artista”. “Tenemos que luchar por ellos: ellos también son parte de nuestro destino, y a pesar de ellos darles un lugar en la historia cumpliendo en la historia con nuestro deber”. No han actuado con igual generosidad los enemigos del peronismo que han silenciado deliberadamente a un escritor magnífico como Leopoldo Marechal o a un artista extraordinario como Hugo del Carril.

La idea de la colonización pedagógica que luego desarrolló de manera pormenorizada la adoptó de un libro de Jorge Abelardo Ramos del año 1954, “Crisis y resurrección de la literatura argentina”, ahí se decía: “En las naciones coloniales, despojadas del poder político directo y sometidas a las fuerzas de ocupación extranjeras los problemas de la penetración cultural pueden revestir menos importancia para el imperialismo, puesto que sus privilegios económicos están asegurados por la persuasión de su artillería. La formación de una conciencia nacional en ese tipo de países no encuentra obstáculos, sino que, por el contrario, es estimulada por la simple presencia de la potencia extranjera en el suelo natal…”.

Ramos seguía desarrollando la idea explicando: “En la medida que la colonización pedagógica –según la feliz expresión de Spranger, un imperialista alemán- no se ha realizado, sólo predomina en la colonia el interés económico fundado en la garantía de las armas. Pero en las semi-colonias, que gozan de un status político independiente decorado por la ficción jurídica, aquella “colonización pedagógica” se revela esencial, pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio imperialista, y ya es sabido que las ideas, en cierto grado de su evolución, se truecan en fuerza material. De este hecho nace la tremenda importancia de un estudio circunstanciado de la cultura argentina o pseudo-argentina, forjada por un signo de dictadura espiritual oligárquica… La cuestión está planteada en los hechos mismos,  en la europeización y alienación escandalosa de nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosófico, de la crítica histórica, del cuento y el ensayo. Trasciende a todos los dominios del pensamiento y de la creación estética y su expresión es tal general que rechaza la idea de una tendencia efímera”.

Ante esta situación Jauretche consideró como una tarea primordial contrarrestar esa invasión de la cultura con que las potencias se proponían dominarnos, podríamos decir que esa fue la lucha de toda su vida y la de su entrañable amigo Scalabrini Ortiz: “Así, en la Argentina, el establecimiento de una verdadera cultura lleva necesariamente a combatir la “cultura” ordenada por la dependencia colonial. Implica, por lo pronto, una revisión respecto del pasado nacida de la búsqueda de las propias raíces que obliga a restaurar el prestigio de quienes fueron sumergidos por no ingresar a las jerarquías oficializadas; el impulso que destruye los falsos héroes consagra paralelamente a otros que responden a las exigencias de una verdadera cultura nacional. Es una especie de Renacimiento, de fe en la genuinidad de lo nacional que vertebra la violencia crítica a la “intelligentzia” colonizada, que sólo tiene un valor sucedáneo, carente de originalidad como simple repetición de ajenos repertorios”.

Jauretche comprendió como ningún otro que el combate por ganar las mentes de sus compatriotas era fundamental: “Sólo por la victoria en esta contienda evitaremos que bajo la apariencia de los valores universales se sigan introduciendo como tales los valores relativos correspondientes sólo a un momento histórico o lugar geográfico, cuya apariencia de universalidad surge exclusivamente del poder de expansión universal que les dan los centros donde nacen, con la irradiación que surge de su carácter metropolitano. Tomar como absolutos esos valores relativos es un defecto que está en la génesis de nuestra “intelligentzia” y de ahí su colonialismo”.

Denunció a aquella intelectualidad dócil a la penetración de ideas extranjerizantes a la que denominó “Intelligentzia” en tanto correa de transmisión de los postulados que necesitaba la oligarquía para imponer sus condiciones. Bajo la alternativa “Civilización o Barbarie” se colocó a todo lo autóctono como lo contrario a la cultura, por eso hasta se llegó a pensar en reemplazar a la población nativa por un flujo inmigratorio que produjera aquí un espejo de Europa.

Su descubrimiento de las zonceras puso en evidencia muchos ejemplos de políticos o intelectuales que vivieron pendientes del exterior, a la vez que despreciaban lo nuestro. Esteban Echeverría llegó al punto de afirmar que “la Patria no es el suelo en que se ha nacido”, pensamiento que llevaba irremediablemente a desechar la validez del concepto de soberanía. 

“En cuanto la Patria ‘no es el suelo en que se ha nacido’, como dice Echeverría y ese pensamiento es propuesto para las sucesivas generaciones de argentinos, y muy especialmente para la gente de las Fuerzas Armadas, el sentido de nacionalidad pierde su base y pasa a apoyarse en supuestos ideológicos. La soberanía y la independencia se derrumban con la concepción institucional de la Patria y se derrumba la solidaridad con el pueblo en cuanto expresión humana del hecho territorial. El camino está abierto para todas las formas de la traición; la solidaridad con formas institucionales o de vida, determinados órdenes sociales, convicciones internacionales, etc. en que el patriotismo es una posición ideológica, que en caso necesario puede volverse contra el propio territorio y el propio pueblo”.

En tanto, la Universidad en el país liberal tiene la función de solucionar el problema de las minorías acomodadas y las clases medias de tal manera que puedan seleccionarse algunos elementos para ser incorporados dentro de la estructura económica que responde al sistema colonial. En un país con un modelo de producción de materias primas no se necesitan técnicos basta con abogados, contadores y profesores al servicio del régimen.

Esa Universidad produce profesionales que se despreocupan del destino nacional y se concentran en el ascenso individual: “Cuando más desvinculado de la realidad a que pertenece, es más perfecto como técnico”.

En cambio necesitamos imperiosamente profesionales comprometidos y que por lo tanto deben estar politizados, contrariando el lema de la dictadura que luego fue repetido hasta el cansancio por lo gurúes del neoliberalismo:”A la facultad se va a estudiar”, bregando por una Universidad aislada y a espaldad del país, Jauretche proponía algo muy diferente: “El país necesita una Universidad profundamente politizada; que el estudiante sea parte activa de la sociedad y que incorpore a la técnica universalista la preocupación por las necesidades de la comunidad, el afán de resolverlas, y que, por consecuencia, no vea en la técnica el fin, sino el medio para la realización nacional”.

En momentos claves de nuestra historia como 1930 y 1955, con golpes de estados que proscribieron y persiguieron a las mayorías, los estudiantes universitarios optaron por el bando equivocado, incluso ayudaron a generar las condiciones de desestabilización de los gobiernos populares. Muchos de ellos provenían de sectores sociales que creían ser superiores al resto de los argentinos a los que miraban con desprecio.

La colonización pedagógica se complementa con un mecanismo generador de prestigio que le permite otorgar autoridad a cierta personalidad para que encargue de difundir las ideas que al aparato cultural oligárquico le interesa emitir. Se genera un circuito que se realimenta, se inventa el prestigio del personaje, para que luego utilizando ese prestigio sean escuchados los mensajes que el medio le indica que debe propalar.

Ese prestigio virtual se construye con la aparición constante en los grandes medios, con premios que esos medios entregan, o siendo designados en academias que no tienen otra finalidad que prestigiar a las cacatúas del pensamiento liberal dominante. Se trata como vemos de una construcción ficticia donde no es imprescindible que el personaje tenga cualidades reales, si las tiene mejor, pero sino se conformarán con lo que hay.

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