El Forjista

El triángulo de Cristina

Roberto Caballero - Tiempo Argentino - 17 de abril de 2012

Cuando Bernardo Neustadt, en la década del ’90, practicaba la autopsia en TV de un teléfono preguntándose en voz alta dónde, en qué parte del dichoso artefacto estaba la soberanía, muchos enmudecían y otros aprobaban cómplices, sin saber que era una invitación al precipicio. Tuvieron que pasar 20 años para que Cristina Kirchner, agitando un tubo de ensayo con petróleo negro de la Patagonia, anunciara el retorno de YPF a manos nacionales y todos entendiéramos el significado concreto de la palabra soberanía, con algo o mucho de orgullo.

Los primeros 100 días del segundo mandato de Cristina están jalonados por la recuperación de este concepto fundamental. Ayer fue el turno de la energía y los recursos hidrocarburíferos. ¿Pero qué fue, acaso, la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, sino la toma del control para el Estado de una herramienta clave de la soberanía económica? En el medio, estuvo el reclamo por Malvinas, símbolo de la soberanía política y territorial, esta vez desde un discurso democrático, que arrebata a la derecha bélica y al Reino Unido argumentos para mantener la ocupación colonial sobre nuestras islas. Hablamos de un triángulo sobre el que se asienta cualquier proyecto de Nación: soberanía política y territorial, económica y energética.

Al propio kirchnerismo, tres veces reelegido por el voto popular, le llevó nueve años comenzar a desarmar esa bomba de relojería que heredó del neoliberalismo, con un Estado atado de pies y manos para decidir con autonomía de los grupos económicos. Falta mucho, pero falta menos.

En 2003, Néstor Kirchner recibió un país en llamas, literalmente. Casi sin votos, sin reservas, sin apoyo internacional y sin partido propio, marcó un rumbo de reconstrucción nacional, pero fue después del lockout agropecuario de la 125, con su aprendizaje social y político fulminante, que la arquitectura de los ’90 comenzó a ser cuestionada en sus cimientos. De verdad. Ahora comienzan a verse los resultados.

Hay que decir que el kirchnerismo se refugió en lo mejor del linaje histórico de los movimientos nacionales y populares, sin dejar de avanzar y de medir, en cada paso, la correlación de fuerzas para ser exitoso, abjurando de las declamaciones y haciéndose fuerte en los hechos. Sorprendió así tanto a la derecha económica –que lo detesta– como a los módicos inspectores de revoluciones que se escudan en el maximalismo para correrlo torpemente por izquierda.

Ayer mismo, después de que la presidenta anunciara que YPF vuelve a manos argentinas, no faltaron los que le salieron a recordar que, desde Santa Cruz, ella y su marido votaron la privatización en los ’90. Como si el pasado y el presente fueran una misma cosa, sin experiencia histórica de por medio. San Martín fue un ardoroso combatiente realista antes de convertirse en el general de hombres libres que derrotó a la misma corona española a la que había servido. ¿Es menos padre de la Patria por eso? ¿O eso mismo lo hizo grande?
En 2010, cuando Cristina cumplía 1000 días de su primer gobierno, el autor de estas líneas escribía en la revista Veintitrés: “Siento que Cristina es un dedo que apunta a todo el progresismo argentino. Y me parece que esta mujer cabalga sobre un tiempo histórico que ella no eligió pero la rema, y la rema con bastante eficacia. La Historia la juzgará bien, o mejor dicho, es posible que en la comparación con otros gobernantes salga ganando. Compite con Menem, con De la Rúa, con un Alfonsín acorralado por los militares, con el Duhalde de Kosteki y Santillán. Estoy seguro, estos mil días la dejan bastante bien parada (…)

Pero con la libertad de conciencia que tiene que tener un periodista le reclama, a viva voz, porque también son malos los monopolios en la siderurgia, en la industria láctea, en la harinera, en la arrocera, en la azucarera y en las textiles, que distorsionan los precios de los productos que consumen los que viven de un salario; los productos que compran nuestros jubilados, que pagan el 21% de IVA en toda la canasta, como si fueran Ernestina de Noble, que sí tiene para pagarlo. No puede haber paritarias para que los formadores de precios se lleven la parte del león. Eso creo. Y yo sé que quizás ella, Cristina, sepa todo esto. Y sé, también, que tal vez ella quiera cambiarlo, pero es cierto que todo esto tiene un costo altísimo, y que la sociedad promedio está más a la derecha de todo esto que venimos hablando. Quizá le haga falta más fuerza para enfrentarse a lo que hay que enfrentarse. Cojones tiene, quién lo duda. Tal vez, digo, haga falta que la democracia estatice YPF para acumular poder y disciplinar a los que no quieren que nada cambie en serio. ¿O no?”

Ahora sé, más que nunca, que ella lo sabía mejor que yo. 

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