El Forjista
Diario Crítica de la Argentina 5/10/2009
Serrat: "Ella no pasó en vano, continúa en la gente"
Se enteró de la muerte de
Mercedes Sosa por este diario, mientras pasaba unos días "en
algún lugar de Portugal". Su recuerdo, en este diálogo.
La voz de Serrat llega apagada a través del cable telefónico.
“Ella llevaba mucho tiempo enferma, pero había mejorado
tanto. Nos vimos por última vez hace pocos meses, cuando grabamos
juntos las pequeñas cosas”. Se refiere, claro, a “Aquellas
pequeñas cosas”, el tema del autor de “Mediterráneo”
que Sosa grabó para Cantora, su disco de duetos.
–¿Cómo la empezás a recordar ahora?
–Pues, por la última vez que estuve con ella. Pero tengo recuerdos de la Negra desde 1969 o 1970, desde mi primer viaje a la Argentina, porque la conocí en esos primeros viajes. Y desde entonces mantuvimos una relación afectuosa, que fue, artística y personalmente, muy fructífera. Ahora, a mí me emocionó mucho cuando me llamó para decirme que iba a grabar “Pequeñas cosas” y preguntarme si quería cantarla con ella. Me gustó mucho, porque ésa es una canción que tiene muchas versiones, pero creo que la que hicimos con la Negra es muy especial. Incluso, creo que no la he cantado con nadie, que es la única vez que esta canción tuvo un dueto conmigo. Así que, fijate, ha sido un regalo bonito que me hizo la vida.
–¿Qué crees que hacía a Mercedes Sosa una cantante tan extraordinaria, sus dotes como intérprete, su voz?
–Evidentemente, la suya era una voz extraordinaria, de una gran musicalidad y de una gran potencia. Pero yo creo que lo más importante en esto es el hecho de que la voz no solamente pasa por la garganta, sino también por el corazón. Y en el caso de la Negra, la voz pasaba por el corazón. Y ahí estaba, y tenía unas raíces muy profundas en el tiempo y el pueblo con el que le tocó vivir.
–También fue, en el mundo, un símbolo de libertad, a partir de su persecución por parte de la dictadura militar...
–Claro, pero a veces estas historias quedan algo confusas, porque la Negra fue una artista extraordinaira, que estaba en el aquí y el ahora, que no vivía en un Olimpo artístico, sino que pasaba por todo el tiempo histórico que le tocó vivir y por el pueblo con el que le tocó compartir ese momento histórico. Sucede siempre: cuando un artista se mueve con estos parámetros, suele tener problemas con el poder. Y sobre todo cuando el poder es un poder no democrático. El artista tendrá problemas con todos aquellos que coartan las libertades, que persiguen a sus ciudadanos, con todos aquellos que van en contra de algo tan hermoso como es la libre expresión. Y, entonces, claro que la Negra tuvo problemas, ¡¿cómo no los iba a tener?! Como los han tenido muchos artistas que se han manejado frente a la dictaduras o la opresión, porque ella se manejó con valentía.
–¿Qué te deja esta despedida?
–Es una noticia triste, pero la Negra no queda sólo
en la memoria de la gente, sino que queda también en el aprendizaje
de todos los que vengan a partir de ahora. La Negra se va a prolongar,
va a continuar en cantidad de gente. Porque ella no pasó en
vano. Y será un claro referente para todos, en este oficio
o en el oficio de la vida.
Diario Crítica de la Argentina 5/10/2009
Silvio Rodriguez: Como Yupanqui y Violeta, es oro sustancial de Los Andes
En muchos festivales coincidieron Mercedes Sosa y Silvio Rodríguez. Aquí el cantautor hace un breve repaso recordando con emoción al "tesoro de un patrimonio sin tiempo".
Quizá la había visto antes en Cuba, pero siempre me ha parecido que conocí a Mercedes Sosa en el estadio de béisbol de Santiago de los Caballeros, en la República Dominicana, una noche de diciembre de 1974. Ella se incorporaba a “Siete días con el pueblo”, un festival de canción comprometida que se venía celebrando desde hacía dos o tres jornadas. Aquella noche, las luces del estadio parecían romper la oscuridad y el pueblo reclamaba a sus cantores. En el pequeño espacio en que nos apretábamos los que esperábamos turno, me las arreglé para ubicarme al lado de ella, presentarme y decirle lo que la admiraba. Por último, azorado de mi propia locuacidad, tuve la mala pata de brindarle un trago, que rechazó arrugando la nariz. Mal comienzo, me dije.
La recuerdo otra noche, también recién llegada, en este caso a Cuba, para más señas en Casa de las Américas, ella junto a nuestra amiga común, Haydée Santamaría. Fuimos un grupito de cantores a recibirla, a gozar del privilegio de tenerla cerca por un rato. Por entonces la acompañaba un asombroso guitarrista que se llamaba Pepeto, el que, lamentablemente, no mucho después falleció. Entre Mercedes y Pepeto, más que conjunción, había un estado de gracia.
La recuerdo también en Managua, en un Festival por la Paz. Estaban Alí Primera, Chico Buarque, Isabel Parra, Daniel Viglietti, los hermanos Mejía Godoy y muchos más. Pocas veces como aquel día tuve un flujo de comunicación tan intensa con Mercedes. Fue algo extraverbal, una empatía poderosa que ocurrió entre ella y yo. Alguien que pasaba nos hizo un par de fotos que recogen un poco el momento. Siempre que las veo, me estremezco.
A principios de los años 80 me designaron para presentarla en Varadero, en uno de los dos festivales de la canción que dirigió la Nueva Trova. Y a mí, que tanto me corto en esos lances y que salgo sin guión, se me ocurrió decir que se trataba de alguien cuyo nombre era oro en la historia de la canción latinoamericana... Me acuerdo de que, mientras la ovacionaban, yo me bajé de allí con la sensación de haber dicho una estupidez, por comparar a Mercedes con el también llamado vil metal.
Hoy, con el dolor de la pérdida presente, lejos de aquel agitado Varadero, me doy cuenta de que dije lo correcto. Mercedes –como Yupanqui y Violeta– es oro sustancial de las raíces de los Andes, tesoro de nuestro patrimonio sin tiempo. Bienaventurada es Mercedes Sosa.
Diario Crítica de la Argentina 5/10/2009
Milton Nascimento: "Dejó su belleza desparramada por nuestros corazones"
El genial Milton Nascimento recuerda y despide a Mercedes Sosa
Reina de América Latina, corazón de nuestros países, amor de todos los compositores, músicos, del pueblo en general. Entró en mi vida por las manos de Vinícius de Morais y por las voces del grupo chileno Agua.
Cuando la vi por primera vez yo estaba con el Poetinha (Vinicius). En el escenario, parecía que tenía unos tres metros de altura y cuando Vinícius sugirió que fuésemos al camarín, le dije: “No voy, le tengo miedo”. Vinicius insistió y me agarró de la mano y, como padre e hijo nos encaminamos hacia allí.
Tuve la mayor sorpresa cuando escuché desde adentro, una voz llena de felicidad decir bien alto: “Milton”. Y de ahí nació nuestra colaboración, que fue linda, con mezcla de seriedad, de gracia. Una linda amistad. Grabamos muchas cosas, nos encontramos en mucho países. La primera canción que cantamos fue Volver a los 17 de Violeta Parra, chilena, en mi disco Geraes. Y nunca más paramos.
Grabamos también Sueño con serpientes del cubano Silvio Rodríguez en otro disco mío. Muchas cosas ocurrieron; de las más lindas fue un show en un estado de Buenos Aires que se convirtió en disco en vivo Corazón Americano, cantando también con el gran cantor León Gieco.
Últimamente le veía poco pues supe que estaba enferma. Ella estuvo en Río, cantó y yo no estaba en Brasil. Ella se fue, dejó su belleza desparramada por nuestros corazones. Sé que está allá con DIOS y los ángeles, ayudando a llenar de música el paraíso. Y todos están cuidando bien de ella. Y rezando por nosotros, que tanto lo precisamos.
Vaya, Mercedes y cuente nuestros casos, de la manera que sólo usted sabe. Y desparrame su sabiduría por los caminos que le fueron mostrados.
Con todo amor,
Su amigo
Milton.
Pagina 12 - 05/10/2009
Mercedes, la voz que fue un continente
“Tengo amor por lo que canto”, supo decir una vez, y quizá allí esté la clave para explicar por qué fue tan grande, por qué se lamenta tanto su partida.
Por Karina Micheletto
Ya no había espacio para la esperanza, sólo una triste
resignación amplificada por el peso de su figura, que trascendió
fronteras geográficas y artísticas. En la madrugada
de ayer, a los 74 años, falleció Mercedes Sosa, debido
a una disfunción renal cuyas complicaciones comprometieron
todo su organismo y derivaron en una falla cardiorrespiratoria. Desde
que se conoció la noticia de su grave estado de salud, en los
últimos días que pasó en la unidad de cuidados
intensivos del Sanatorio de la Trinidad –donde estaba internada
desde el 18 de septiembre–, una certeza quedó instalada:
con La Negra se va la gran voz de América. Se va, también,
como quedó enternecedoramente puesto en acto en su velatorio
–donde desde el mediodía de ayer desfilaron miles para
darle el último adiós–, una figura en gran medida
maternal, contenedora en más de un sentido.
Si Mercedes Sosa ha significado tanto para la multitud que quiso ir
al Congreso, para los que en estos días inundaron la web con
mensajes de amor, para los que desde todo el mundo la lloran, no fue
sólo por su condición de cantora excepcional (y así
se fue Mercedes, en pleno uso de esas facultades únicas). También
por lo que esta mujer eligió cantar, aquel canto con fundamento
que sostuvo hasta el final. Porque tuvo fundamento, su canto superó
incluso sus contradicciones –su derrotero político, su
coqueteo con Macri–. Y de eso, nunca se arrepintió.
Destino del canto
Mercedes Sosa nació el 9 de julio de 1935, el Día de
la Independencia, y en Tucumán. Toda una declaración
de principios para una mujer que terminaría representando un
relato posible de identidad argentina y latinoamericana. El día
de su nacimiento, los diarios todavía ocupaban sus páginas
con una noticia que dos semanas atrás había conmovido
al país, más allá de las fronteras de la música:
la muerte de Carlos Gardel. Lo mismo está ocurriendo desde
que se conoció la noticia del grave estado de salud de Mercedes,
aunque los medios ahora sean otros. Se iba a llamar Julia Argentina,
por la fecha patria en que le tocó nacer. Se iba a llamar también
Marta, según el deseo de su madre. Pero su padre, como hacen
algunos padres que van solos al registro civil, la anotó como
Haydée Mercedes. La madre nunca aceptó el cambio inconsulto:
puertas adentro de su casa, Mercedes fue la Marta. Más allá
del fugaz nombre artístico de Gladys Osorio, para el mundo
sería por siempre Mercedes, La Negra.
A fines de los ’50, era la esposa del artista. “Me enamoré
de sus canciones”, decía al explicar por qué se
había casado con Oscar Matus, desafiando a toda su familia,
y se había instalado en Mendoza. Todavía su voz no había
sido descubierta: el artista, el poeta, era su marido. Con esas canciones
que la enamoraron hizo su primer disco. Con Matus, Armando Tejada
Gómez, Tito Francia, Horacio Tusoli, Víctor Nieto, entre
otros artistas cuyanos, fundó el Movimiento del Nuevo Cancionero,
que marcaría la canción popular argentina e inspiraría
otras búsquedas, tal como sucedía con otros movimientos
similares en aquellos efervescentes ’60.
Mercedes Sosa fue Mercedes Sosa no sólo por ser una voz excepcional:
lo fue por abrazar, de allí en más, esa canción
con fundamento, superadora del paisaje, abarcadora de lo humano, acusadora
de lo social. Ella misma se definía en función de esa
elección, tal como se la escucha decir en el DVD que acompaña
su último trabajo, Cantora: “Estos premios colgados en
las paredes de mi casa no son solamente porque canto, son porque pienso.
Pienso en los seres humanos, en la injusticia. Pienso que si yo no
hubiera pensado de esta manera, otro hubiera sido mi destino. Hubiera
sido una cantora común. Eso me hace pensar que no me equivoqué.
Ni me equivoqué cuando comencé a pensar ideológicamente”.
La voz sin fronteras
En 1965 cantó de prepo en el Festival de Cosquín. Eran
los tiempos del “boom” del folklore, cuando este evento
realmente consagraba artistas y marcaba la agenda del género.
Al recordar aquel debut, Mercedes no ahorraba palos a la Comisión
de Cosquín, encargada de definir la programación. Hasta
sus últimos días se ocupó de recordar que aquella
vez actuó “en contra de los de la comisión”.
“Cafrune me presentó al costado del escenario, porque
la Comisión de Folklore no me dejaba subir”, detallaba
en un reportaje a este diario. “Yo siempre tuve problemas con
la comisión, no sé por qué... En ese tiempo porque
era comunista, sigo siéndolo, pero por entonces era mala palabra.
Canté con una cajita, nomás. Tuve un éxito muy
grande, y ahí ya me contrató la Philips para grabar.
Fue una actuación muy importante en mi carrera. Es más,
fue la definitiva.”
A partir de 1976 comenzó a hacérsele cada vez más
difícil trabajar, como a tantos artistas populares argentinos:
falta de lugares que la aceptaran en su programación, espectáculos
cancelados poco antes de comenzar, amenazas contra su vida. En 1978
irrumpió la policía en un recital en La Plata, la detuvieron
durante dieciocho horas y aterrorizaron al público (la anécdota
es bellamente contada en un mensaje dejado en su página web
oficial, ver aparte). Durante la dictadura llegó a editar Mercedes
Sosa, con temas de Víctor Jara y Pablo Neruda, Mercedes Sosa
interpreta a Yupanqui y Serenata para la tierra de uno. Pero ya casi
no conseguía trabajo, y en 1979 se exilió en París,
y luego en España.
A comienzos de 1982 volvió a cantar a la Argentina. Regresaba
a un país que aún se jactaba de tener las urnas “bien
guardadas”, pero en el que ya se permitían algunas “distracciones”.
Los conciertos que dio entonces en el teatro Opera –iban a ser
dos o tres, prácticamente sin difusión, y al final,
a fuerza del boca a boca, fueron trece a sala llena– no sólo
marcaron su regreso, sino también un hito en la escena nacional.
Entre los invitados de aquellos conciertos estuvieron Raúl
Barboza, Ariel Ramírez, Rodolfo Mederos y representantes del
rock como Charly García y León Gieco. Al invitar a cantar
a rockeros a sus conciertos, Mercedes avaló con su figura un
tipo de cruce que en rigor ya existía –Litto Nebbia cantando
una zamba con Domingo Cura en bombo, tal como se lo ve en la película
Rock hasta que se ponga el sol, Dino Saluzzi actuando en el Festival
de Rock de La Falda de 1980–, pero que de allí en más
se impondría como una marca de amplitud contenedora de su canto,
en un repertorio en el que supo incluir a Silvio Rodríguez
y Fito Páez, Cobián y Cadícamo y Pablo Milanés,
Daniel Toro y los nuevos autores de folklore. De aquella serie de
conciertos del Opera se editaron los LP En vivo en Argentina, una
de las obras más vendidas de la discografía nacional.
Así pasó a ser no sólo una voz incuestionable,
también una suerte de símbolo afín a cierto progresismo
urbano, que le cuestionaba tanto el haberse definido alguna vez como
comunista, como el pecado de ser de izquierdas y mientras tanto tener
un buen auto o una buena casa. Pero que sin embargo la adoptó
como la voz comprometida, la voz necesaria.
Como la cigarra
La historia de los últimos años de su carrera podrían
contarse entre recaídas y regresos con gloria, como un ave
fénix obstinada, con la potencia y el caudal de voz intactos,
maravillando cada vez. Hubo una enfermedad que la acompañó
en las últimas décadas de su vida: depresión
enmascarada, la llamaba ella, y decía que tenía un origen
muy claro en el sufrimiento del exilio.
La primera manifestación de esta depresión aguda la
llevó al borde de la muerte en 1997, después de presentar
Alta fidelidad. Mercedes Sosa canta a Charly García, un disco
que nunca pudo llevar a la presentación en vivo junto a su
amigo. Le llevó casi un año recuperarse, y lo hizo cantando,
como cada vez que volvió de esas largas temporadas en la cama.
Llamó al disco de aquel regreso Al despertar, se llevó
con ese trabajo el Premio Gardel al Disco del Año, volvió
a dar conciertos multitudinarios en la Argentina, volvió a
girar por el mundo. Volvió a cantar –siempre en compañía
de colegas de todos los géneros; por entonces estuvo en la
cancha de Boca con Luciano Pavarotti–, y por lo tanto volvió
a ser feliz.
“Sigo cantando, como la cigarra”, anunciaba. En 1999 lanzó
la Misa criolla, en 2001 grabó en vivo Acústico en el
Gran Rex. En 2002, junto a León Gieco y Víctor Heredia,
propuso Argentina quiere cantar. Las presentaciones con sus dos entrañables
amigos incluirían varias giras por el interior del país,
y también por Europa y Estados Unidos, pero no pudieron completar
el proyecto. Mercedes volvió a caer, volvieron las complicaciones
físicas, volvió a manifestarse aquella vieja depresión.
Entre 2003 y 2005 pasó momentos muy difíciles, con internaciones,
deshidrataciones y descompensaciones, agravadas en el último
tiempo por un par de caídas en el baño de su casa, una
de las cuales le resintió una vértebra. Fueron dos años
en los que pasó buena parte de su tiempo en la cama.
El año 2005 marcó su último gran regreso, y fue
con todo. Volvió con un disco bello y despojado, Corazón
libre, con dirección artística de Chango Farías
Gómez, editado por el prestigioso sello alemán Deutsche
Grammophon, que la eligió por considerarla “una de las
mejores voces del mundo entero”. Volvió también
a los escenarios, donde empezó a cantar sentada, y en un principio,
con un cinturón ortopédico ajustándole la cintura.
La debilidad física que exhibía, con varios kilos menos
de su peso habitual, conmovía. Necesitaba un sostén
para entrar al escenario –en ocasiones, una silla de ruedas–,
la ayudaban a llegar a la silla desde la que cantaría. Pero
se retiraba bailando, animándose a unos pasos al ritmo de “La
luna llena”, a veces acompañada por los tambores del
grupo La Chilinga.
Lo que conmovía, en realidad, era esa transformación
operada en vivo y en directo: tan pronto como entonaba el primer verso,
La Negra se volvía poderosa, gigante, indestructible. Su voz
estaba intacta, y no es una manera de decir: verdaderamente seguía
siendo la gran voz de América, una de las mejores del mundo,
una de las elegidas.
El acontecimiento que marcó el inicio de aquel regreso fue
la edición 2005 del Festival Músicas de Provincia (a
propósito: antes de Mauricio Macri Buenos Aires podía
darse lujos, como un festival de folklore. ¿Alguien lo recuerda?
¿A alguien le importa que la ciudad ya no lo tenga?). El 21
de diciembre de ese año, Mercedes cantó ante unas quince
mil personas en su provincia natal, en una visita que significó
el reconocimiento en suelo propio, con el Doctorado Honoris Causa
de la Universidad de Tucumán. Aquella actuación, dijo,
marcó el reencuentro con un público que recién
entonces la sentía próxima: “Hacía muchos
años que no iba, la última vez fue cuando murió
mi madre, en el ’99”, contó entonces. “Recién
ahí me empezaron a tratar como una artista no sólo tucumana
sino de todo el mundo. Porque siempre está esa cosa con los
artistas de acá: cómo puede ser famosa, si vive enfrente
de mi casa... Sentí que Tucumán recién me adoptó
entonces”.
Allí arrancó una gira que la llevó por cuanto
festival y provincia pudo cubrir por tierra: sus dolencias no le permitieron
volver a viajar en avión. Seguía cantando con una fuerza
de otro orden, allí donde se presentara; seguía escuchando
con fruición nuevas voces, nuevos autores, maravillándose
ante el poder de la canción. “¡Qué hermoso
que es cantar, Dios mío!”, repetía, y explicaba:
“Yo me enamoro de las canciones como se puede enamorar una de
un hombre. Tengo amor por lo que canto, por eso nunca pensé
en cantar para vivir. Yo canto porque amo hacerlo, desde siempre”.
Si parecía imparable, si parecía capaz de la perfección
vocal en cualquier contexto, parecía también que podía
pedírsele más. Comenzó a gestarse un proyecto
ambicioso: un disco –terminarían siendo dos– que
presenta a Mercedes como la gran voz capaz de congregar al abanico
más amplio de la canción iberoamericana, de Joan Manuel
Serrat a Shakira, de Caetano Veloso a Luis Alberto Spinetta, pasando
por Joaquín Sabina, Diego Torres, Jorge Drexler, Marcela Morelo,
Soledad, Calle 13, Charly García, León Gieco, Víctor
Heredia, Pedro Aznar, entre otros muchos.
Aquella fue su última producción, Cantora, que no llegó
a presentar formalmente. En el DVD que se salió con la edición
final del disco doble, se la ve a Mercedes como la madre que le aconseja
a Gustavo Cerati gárgaras de bicarbonato para poner a punto
la voz; exclamando una y otra vez cuánto le gusta cantar, pero
qué poco grabar; abrazando y dejándose abrazar por todos
sus colegas, recibiendo halagos, pero también ofreciéndolos.
Se ve, sobre todo, a la mujer que se sigue emocionando con la letra
de cada canción, que llora, que resalta versos, que explica
que ella los vivió, y por eso los canta con el alma, con la
voz y con todo el cuerpo.
Queda, como fondo musical de su vida, aquellos versos de “Barro
tal vez” que escribió un adolescente Luis Alberto Spinetta,
y que son parte de lo más alto del último disco de Mercedes,
subrayado su aire de zamba. Mercedes Sosa cantó lo que sintió,
sin una palabra de más, hasta el final. En eso se le fue la
vida.
Página 12 - 8/10/2009
Pachamama
Por Fito Páez
El legado de Mercedes Sosa es de vital importancia en
estas horas de Argentina, una enseñanza moral plena de luz.
Con sutileza y precisión desa-rrolló una obra que marcará
por siempre la historia de la música popular de este continente.
Su voluntad de libertad fue expuesta en cada recodo del largo camino
que forjó a través de muchas décadas en diferentes
álbumes y escenarios del mundo. De Matus a Violeta Parra, de
Ramírez a Atahualpa Yupanqui, de Teresa Parodi a Djavan, de
Peteco Carabajal a Spinetta, de Félix Luna a Charly García,
toda ella fue, es, una clase de lo que debiera ser una nación.
Una mujer integradora de esencias, una perfumista de la canción
en la búsqueda, no del aroma perfecto, sino del aroma del lugar.
Sanmartiniana, desprejuiciada por naturaleza, logró lo que
ningún dirigente pudo poner en funcionamiento en la historia
de esta tierra. Escuchó a todos, se vinculó con todos,
cantó con todos, nos emocionó a todos. Escuchar, vincular,
cantar, emocionar. Verbos inusuales, alejados de la vida política.
Como nadie, nos da una idea del significado de nación que nos
carga de responsabilidad y obliga a pensar en la infelicidad de un
país que no puede realizarse en plenitud. Su obra lo logra.
La fiereza en la elección de sus repertorios, los riesgos artísticos
que asume, el rigor a la hora del canto y la claridad de su voz de
terciopelo, la ausencia de miedos a las mercadotecnias, su seguridad
temeraria al momento de la grabación, sus ojos cerrados cuando
interpretaba y su boca de oro por delante de su bellísimo pelo
negro bajo esa nariz de águila, ésa es su estampa.
Ama, señora y dueña del lugar. Reinona de la canción.
Será imposible pensar la Argentina sin sus fundamentales versiones
de Leguizamón y Castilla, Guaraní, la tríada
modernista de La misa criolla, Mujeres argentinas y La Cantata sudamericana,
la vuelta a la democracia con Gieco, Tarragó Ros, Heredia y
García, su permanente curiosidad por los autores nuevos (a
quienes escuchaba en su casetera primero, después en su walkman
y después en su iPod), su admiración por el Chango Farías
Gomez y Chacho Muller, su falta absoluta de rivalidad con las demás
cantantes del barrio, a quienes amaba, sus ganas de abstraerse de
todo y su curiosidad inagotable sobre lo que sucedía en el
mundo... en fin, sin su locura abarcadora y contenedora.
Ha muerto la señora Mercedes Sosa. La Pachamama le decían.
Era una gran verdad, porque protegía y proveía. Madre
tierra y deidad. Su mirada, su presencia, nos condena al encuentro
y este es un inmenso desafío en ésta, la hora más
difícil de nuestra tremenda pérdida. Parecen palabras
grandes y lo son, pero más grande será construir un
lugar tomándola de ejemplo. Ladrillo a ladrillo y todos los
días con amor se construye una casa. Ese es su legado. Jamás
aceptaré que el lugar de su velatorio se llame el de los pasos
perdidos. En todo caso será el de los pasos ganados.