El Forjista
El autor de este libro publicado en 2020 es un filósofo y profesor estadounidense, que tiene una visión bastante elogiosa de los gobernantes de su país anteriores a la década del 80, pero es muy crítico de aquellos presidentes que gobernaron desde el gobierno de Ronald Reagan que junto con Margaret Thatcher establecieron el neoliberalismo que incrementó de manera astronómica la desigualdad social en todos los países en que se aplicaron sus recetas.
Como el nombre del libro lo denuncia, Sandel es sumamente crítico de la meritocracia a la cual le asigna responsabilidad en que en el 2016 llegara a la presidente de los Estados Unidos alguien tan nefasto como Donald Trump.
Para el autor tanto el triunfo de Trump como el del Brexit en Gran Bretaña son una consecuencia de décadas de políticas que fomentaron la desigualdad y una globalización que benefició a una oligarquía perjudicando a las mayorías, por no decir a casi todos.
Los votantes varones de clase trabajadora apoyaron mayoritariamente a Trump y su prédica xenófoba que le echaba la culpa a inmigrantes, a la globalización y a las elites que gobernaron anteriormente, es decir Trump ganó por la insensibilidad social de gobiernos que permitieron que se perdieran innumerables puestos de trabajo pero que además despreciaron el rol en la sociedad de la clase obrera.
Todo comenzó con Thatcher y Reagan pero los representantes de otros partidos que le siguieron como los demócratas Bill Clinton y Barack Obama y el laborista Tony Blair en Gran Bretaña, no modificaron en nada esa política convirtiéndose en fervorosos defensores de la meritocracia sin cambiar las políticas de libre mercado que destruían empleos y generaban mayor desigualdad.
El Partido Demócrata hacía tiempo que había dejado de representar a los trabajadores y a la clase media, lo mismo que los partidos socialdemócratas europeos.
El hecho central que señala el autor es que quienes sostienen la eficacia del mérito mientras crece la desigualdad producto del neoliberalismo, lo que en realidad están diciendo es que los ganadores de esas políticas tienen lo que se merecen de igual forma que los perdedores.
Eso provoca que los perdedores que son la inmensa mayoría acumulen resentimiento y odio, que en el caso de los Estados Unidos vieron en Trump la forma de ir contra las elites que los habían marginado, Trump aprovechó esa ola de soberbia de los ganadores y resentimiento de los perdedores, llenando la política de violencia xenófoba y racista.
En Estados Unidos una cuestión esencial para muchos jóvenes es el ingreso a la Universidad ya que de eso depende su futuro laboral, especialmente si pueden ingresar a una de las universidades de elite conocidas como la Ivy League que agrupa a las ocho universidades más prestigiosas, actualmente ingresar a esas universidades es casi la única posibilidad de ascenso social en el país del norte.
Hace unos años estalló un escándalo porque muchas de las familias privilegiadas llegaron a pagar sobornos a profesores o recurrieron a exámenes falsificados o a acreditaciones deportivas falsas para conseguir que sus hijos pudieran ingresar a las universidades de elite.
Pero aún sin hacer trampas las familias acomodadas pueden hacer donaciones a las universidades que le permitan a sus hijos ingresar o inscribirlos en cursos preparatorios para los exámenes de ingreso, o contratar profesores que los entrenen en los deportes que también son considerados para el ingreso.
Además está la cuestión de la matrícula que es abultada, aunque existen becas, todo está preparado para que las familias pudientes tengan mayores facilidades.
La familia de los jóvenes que ingresan a las universidades hacen un esfuerzo tal que aquellos que logran entrar se sienten merecedores del prestigio que su título universitario le otorga.
Los que defienden la meritocracia ocultan deliberadamente que alienta la soberbia en los ganadores y provoca la humillación y el resentimiento entre quienes pierden, la idea que el sistema premia el talento y el esfuerzo, lleva a los ganadores a sentirse merecedores del premio.
Pero además los ganadores suelen olvidarse en el camino toda la ayuda que recibieron para llegar al lugar anhelado o simplemente que contaron con una importante cuota de suerte para ubicarse en los lugares más destacados, muchos de ellos llegan a mirar con desprecio a sus competidores que quedaron en el camino por carecer de las aptitudes que el mercado privilegia.
Si alguien pierde el trabajo o no gana lo suficiente para llevar una vida digna, es además indignante que le digan que todo es culpa de su falta de talento o de no haberse esforzado lo suficiente.
En los Estados Unidos muchos predicadores de ultra derecha adoptaron posiciones propias de fundamentalistas de la meritocracia llegando al extremo de considerar castigos divinos a los huracanes, enfermedades y otras desgracias.
El predicador Franklin Graham consideró que el huracán Katrina fue el castigo divino a Nueva Orleans por la perversión sexual de los carnavales, en tanto que el telepredicador Pat Robertson consideró el terremoto en Haití de 2009 ocurrió como represalia a los esclavos haitianos que declararon la independencia de Francia en 1804, mientras que Jerry Falwell afirmó que los atentados terroristas de 2001 fueron el castigo a los pecados de Estados Unidos por aquellos que estaban a favor del aborto.
Pero así como existe la teoría del castigo también existe la rama del cristianismo conservador estadounidense que promueve la teología de la prosperidad, con la concepción que Dios premia la fe dándole riquezas, el predicador Joel Osteen llegó a afirmar que “Jesús murió para que nosotros podamos vivir en la abundancia”.
Así es como la meritocracia da para todo, cuando en 2009 se debatía el Obamacare, John Mackey dueño de una cadena de supermercados escribió un artículo donde negaba el derecho a la salud porque según él era una responsabilidad individual y que la buena salud era un mérito y la mala salud culpa de uno mismo, quienes se enferman sólo podían culparse a sí mismos y no estar esperando ayuda del prójimo.
El proyecto globalizador y neoliberal luego de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética llevó a la crisis financiera de 2008 que tiempo después provocaron proyectos racistas y xenófobos como los de Trump y una ultraderecha que aparece peligrosamente en todos los países.
Después de gobiernos neoliberales vinieron liberales de centro que promovieron que la educación debía ser la herramienta igualadora con la promesa que quienes trabajaran duro podían ascender socialmente hasta el grado que su ambición le permitiera.
Mientras Reagan y Thatcher cuestionaban el Estado de Bienestar y el Estado sólo debía ayudar a quienes sufrieran penurias que no fueran de su responsabilidad, eso fue tomado también por políticos como Clinton que defendía la idea que el Estado debía discriminar a quienes había que ayudar y a quienes no, terminando con la mala costumbre de esperar del Estado algo, a cambio de nada.
Tony Blair planteaba algo similar, el llamado “nuevo laborismo” estaba comprometido con la meritocracia porque las personas debían ascender por su talento y no por donde hubieran nacido, cada uno debía cuidar de sí mismo y asumir las consecuencias de no hacerlo.
El sociólogo y miembro del laborismo británico Michael Young en un libro de 1958 cuestionaba la meritocracia porque sostenía que eso fomentaría la soberbia entre los vencedores y la humillación de los perdedores.
Cuando Blair hizo la defensa de la meritocracia Young que tenía 85 años le respondió: “Yo preveía que a esta altura de la historia, la sociedad menospreciaría a los pobres y los desfavorecidos, y compruebo que, por desgracia, así es … Realmente es muy duro que a una persona se la considere desprovista de mérito alguna en una sociedad en la que a este se le da tanto valor. A ninguna clase marginada se la había dejado nunca tan desnuda moralmente”
Y seguía diciendo: “Si los meritócratas creen, como en cada mayor número se sienten animados a creer, que su progreso se basa en sus méritos, pueden tener la sensación de que se merecen todo lo que reciban” de ahí “que la desigualdad se haya ido volviendo más dolorosa año tras año, y ello sin que se haya oído queja alguna de boca de los líderes del partido que, en tiempos, abogara tan incisiva y característicamente por una mayor igualdad” y terminaba pidiendo que Blair eliminara la palabra meritocracia de su vocabulario
Barack Obama fue un entusiasta defensor del sueño americano por el cual si trabajas duro y te esfuerzas conseguirás lo que te propones, convirtiéndose en uno de los mayores defensores de la meritocracia.
Obama dijo en 2012: “Este es un país donde, tengas el aspecto que tengas o vengas de donde vengas, si estás dispuesto a estudiar y esforzarte, puedes llegar todo lo lejos que tu talento te lleve. Puedes triunfar si pones empeño en ello”
Sandel señala la tiranía del mérito porque ante las crecientes condiciones de desigualdad y la ausencia de movilidad social ascendente, machacar con el mensaje de que somos responsables de nuestro destino, que somos merecedores de lo que nos pasa, es una muestra absoluta de desprecio por la solidaridad provocando una honda desmoralización entre las personas marginadas por el sistema neoliberal.
Insistir en que el título universitario es la principal y tal vez la única vía para el ascenso social provoca un prejuicio contra la dignidad de trabajo y quienes no tuvieron las condiciones propicias para concurrir a una universidad.
Cuando más se insiste en la necesidad de esforzarnos para obtener algún logro es cuando más predomina y se incrementa la desigualdad social, por eso la meritocracia muchas veces es un recurso de las elites para ocultar la desigualdad reinante. El mérito busca la movilidad social pero no la igualdad, por eso el ideal del mérito es la justificación para la desigualdad.
Lo que más suele cuestionarse es cómo se lleva a la practica la meritocracia porque los ricos y poderosos manipulan el sistema para continuar con sus privilegios, lo mismo ocurre con la elite universitaria que intenta que sus hijos sean admitidos en esas universidades.
Pero Sandel va más allá cuando afirma que aún cuando todo fuera absolutamente transparente el ideal meritocrático es defectuoso porque se lo ve desde una óptica individualista que no tiene en cuenta a aquellos que quedan al margen, además tiende a crear soberbia y ansiedad entre los ganadores y humillación y resentimiento para los perdedores provocando “actitudes corrosivas para el bien común”
Si uno nace con un talento en un país donde se los reconoce como Lebron James o Lionel Messi, son afortunados, los demás por más que nos esforcemos y practiquemos muchas horas todos los días, nunca llegaremos a ese nivel, ellos deberían ser agradecidos a Dios o a la suerte, mostrando que las diferencias de talento son arbitrarias y llegan sin que se haya hecho nada para merecerlas.
John Rawls filósofo y político estadounidense escribió en 1971 el libro “Teoría de la Justicia”, ahí decía: “Aquellos que han sido favorecidos por la naturaleza, quienes quiera que sean, pueden obtener provecho de su buena suerte solo en la medida en que mejoren la situación de los no favorecidos”, la sociedad debería estar organizada “de modo tal que estas contingencias funcionen en favor de los menos afortunados”
Y más adelante señalaba: “Igualmente problemático es que merezcamos el carácter superior que nos permite hacer el esfuerzo por cultivar nuestras capacidades, ya que tal carácter depende, en buena parte, de condiciones familiares y sociales afortunadas en la niñez, por las cuales nadie puede atribuirse mérito alguno. La noción de mérito no puede aplicarse aquí.” Rawls propiciaba un sistema impositivo que sirviera para redistribuir la riqueza.
Cuando se establece que los ricos están en deuda con una sociedad que le ha permitido su éxito corresponde que repartan algo de lo obtenido, fundamentalmente a través del pago de impuestos
Si se reconoce que el éxito se debe a la suerte y a la sociedad que le permitió triunfar, es posible que estén dispuestos a ayudar a otros no tan afortunados, cosa que no es muy común en la actualidad en Argentina, cuando vimos a magnates que no quisieron pagar el impuesto a las grandes fortunas durante la pandemia.
Nos dice Sandel que terminar con la tiranía del mérito no significa que deje de ser un factor para seleccionar personas para un trabajo, de lo que se trata es de modificar la idea que tenemos del éxito en la vida y sobre todo la falsa creencia que los que están en la cima lo están por su exclusivo esfuerzo.
La idea que somos responsables de nuestro destino y merecemos lo que tenemos se contrapone con la noción que la suerte escapa de nuestro control, por lo que estamos en deuda con la gracia de Dios y porque el azar nos ha favorecido, mientras el mérito termina siendo un tirano que es mezquino con los perdedores.
La meritocracia ha mellado la dignidad del trabajo cuando le dicen que está menos valorado en el mercado que el trabajo de los profesionales, que representa una contribución menor al bien común, otorgando al mercado la medida para determinar la contribución a la sociedad
La pérdida de empleo y la desigualdad creciente ha dado nacimiento a un término que empezó a hacerse conocido como muerte por desesperación utilizado por los economistas Anne Case y Angus Deaton que realizaron una investigación que los llevó a la siguiente conclusión: “La brecha existente entre quienes poseen un título universitario y quienes carece de él afecta no sólo a la muerte, sino también a la calidad de vida; quienes no han estudiado una carrera están experimentando aumentos de sus niveles de dolor, mala salud y enfermedad mental grave, y descenso de su capacidad para trabajar y hacer vida social. La brecha también se está ensanchando en los capítulos de los ingresos, la estabilidad familiar y la vida comunitaria”
Se llama muerte por desesperación a las producidas por suicidios, sobredosis de drogas y enfermedades hepáticas producto de la adicción al alcohol.
Estas muertes son más frecuentes entre personas blancas de mediana edad comprendidas entre los 45 y 54 años, estas muertes se triplicaron en 1997 y 2017, en 2014 por primera vez estas muertes superaron en cantidad a las producidas por enfermedades cardíacas, gran parte de los fallecidos eran personas sin carrera universitaria y se corresponden al crecimiento de la pobreza, en aquellos lugares donde estas muertes eran mayores, Trump consiguió mejores resultados.
El autor nos dice que es imprescindible restituir la dignidad del trabajador reconociendo que el papel de productores significa que colaboran sustancialmente al bien común y se ganen el reconocimiento por esa tarea, debemos reconocer que el papel más importante en la economía no es el de consumidores sino el de productores, porque muestra nuestras aptitudes para producir bienes que satisfacen las necesidades de nuestros prójimos y esa función debería motivar estima social.
Hay una necesidad humana de sentirnos útiles entre quienes compartimos la vida en común, la dignidad del trabajo consiste en ejercer nuestras capacidades, resulta un error concebir el consumo como el único objetivo de la actividad económica.
Es en la actualidad una vergüenza las enormes ganancias que obtienen los que especulan financieramente mientras quienes producen bienes y servicios son menospreciados.
Sería fundamental establecer un sistema fiscal que desaliente la especulación y se proponga gravar la riqueza y las transacciones financieras. El magnate Warren Buffet ha señalado, para mostrar la injusticia del sistema impositivo estadounidense, que paga menos impuestos que su secretaria.
Concentrar todo el esfuerzo de un gobierno exclusivamente en el ascenso social no contribuye a generar lazos sociales y vínculos cívicos indispensables en una democracia, además de mejorar las condiciones para el ascenso social también debe incorporar a aquellos que quedan al margen para sumarlos a un proyecto común.
En la actualidad la igualdad de oportunidades es escasa, son muy pocos los espacios donde se reúnen personas de distintas raza, clase y religión, cuatro décadas de neoliberalismo han provocado una desigualdad muy pronunciada, los adinerados y los pobres rara vez se encuentran a lo largo del día, viven, compran y se divierten en lugares diferentes y los hijos van a escuelas diferentes.
La democracia necesita que ciudadanos de los diferentes orígenes se encuentren en espacios comunes para discutir sobre el bien común y aprender a tolerar las diferencias, la idea de que las personas se merecen su riqueza hace de la solidaridad un proyecto inviable.
Una democracia verdadera no puede prescindir de la solidaridad, sin la cual sólo es disfrutable para una minoría que mira a los demás ciudadanos con un dejo de desprecio.