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El Forjista

Lo que aprendimos de Jauretche

 

La cultura de un pueblo

 

No obstante haber militado en el Partido Conservador, desde chico Jauretche se sintió identificado con la gente humilde, en particular con aquella peonada que conoció en Lincoln y que eran los descendientes de aquel gauchaje del siglo XIX que fue derrotado y perseguido por los unitarios que respondían a los intereses de la oligarquía del puerto de Buenos Aires. Esos peones que habitaban los ranchos de los suburbios de los pueblos y ciudades tenían un conocimiento profundo de su entorno sirviéndose de los elementos que el medio le ofrecía. Ahí donde algunos habitantes de las ciudades veían atraso, Jauretche consideraba que la cultura adoptaba su verdadero sentido.

En ese contexto explicaba: “Eso es la ‘cultura’ y no a la inversa. Nuestros civilizadores han creído que esa ‘cultura’ elaborada por el dominio del medio era barbarie congénita. Los cambios de condiciones hubieran permitido elaborar otra sin la negación  a que se recurrió de lo propio, por el simple aprendizaje de las nuevas técnicas. Así ocurrió, al fin, pero después para sacrificar varias generaciones en el supuesto de su incapacidad, atribuyendo a trabas congénitas o defectos de educación, lo que era hijo de las condiciones preexistentes y necesarias”.

Ese denostado peón de campo sabía construir su rancho sin postes, con las paredes de paja, era muy diestro en el dominio del caballo, soportaba estoicamente la intemperie y sabía utilizar los recursos que la Pampa le ofrecía, utilizando el conocimiento de las estrellas y los vientos como de los pastos y las aguadas, capaz en el uso del lazo y el cuchillo, sin ese personaje el gringo que llegó al país hubiese tenido serias dificultades.

Sarmiento y Alberdi establecieron parámetros racistas elaborando una escala humana que colocaba en lo  más alto a los rubios de ojos azules que desarrollarían nuestro país por su supuesta superioridad.  Eran los ingleses a quienes colocaban en ese estrato elevado, pero no fue de esa nacionalidad la inmigración que llegó a nuestras costas, sólo unos pocos gerentes y funcionarios de las empresas inglesas que se radicaron por aquí.

“La inmigración vino a satisfacer las exigencias del complejo de inferioridad racial que padeció aquella generación de hispano-americanos avergonzados de su origen y que se liberaban del mismo calificando al resto de connacionales como víctimas de taras congénitas que las hacían inadecuados para la civilización; la promovieron a pesar de sus reticencias en cuanto a los meridionales de Europa, porque su brazo y su técnica les eran imprescindible para ese progreso soñado, y en función de ese progreso previeron un crecimiento de población por la continuidad de la ola inmigratoria y el crecimiento vegetativo de los hijos del país nuevo”.

Por el contrario rescataba la obra de Ricardo Rojas, “La restauración nacionalista”, por este libro al autor se le cerraron las puertas de La Prensa  y La Nación y los puestos académicos. Rojas denunció el peligro de extranjerización cuando Italia buscaba instalarse en el país mediante escuelas confesionales, cuando la Iglesia argentina tenía pocos curas nacionales predominando los españoles e italianos, una escuela conformada en esa condiciones podía responder a instrucciones externas influidas por sus respectivos gobiernos, en esas escuelas se modelarían los hijos de los inmigrantes manteniéndoles alejados del país.

Fue la Escuela Pública la que evitó ese peligro otorgándole un sentido nacional a los hijos de la inmigración, neutralizando también el peso de la escuela privada a la que accedían los hijos de las clases acomodadas donde aprendían modales, idiomas y algunos otros conocimientos que se consideraban de importancia exclusivamente para la gente de la alta sociedad.

Siendo pequeño, Jauretche supo disfrutar de la compañía de quienes habitaban los ranchos de los suburbios, quienes tenían lo que llamaba “sabiduría de los ignorantes”, que convertían cada paseo por los campos en una aventura  con el conocimiento de los lugares de puesta y empolle de los pichones, de los animales que se esconden en cada cueva y las particularidades geográficas de cada sitio. Nada de esto se aprendía en la escuela.

Puso en evidencia que en nuestra educación se enfatizaba el conocimiento de ríos como el Nilo y el Danubio pero no se informaba en lo más mínimo sobre el río Salado o las lagunas que se encontraban en las cercanías del colegio.

Las cigüeñas y los zorros que veía en el campo no eran dignas de ser estudiados en la escuela, eran cigüeñas de segunda que no merecían atención, ni siquiera se hablaba de las razas vacunas, eso sí se conocía a un extraño animal como el ornitorringo o se enternecían con la foto de un oso panda.
Siempre supo valorar ese conocimiento que tenían los paisanos que no era la que se adquiría en la escuela: “Sin embargo, esta sabiduría de los primitivos es más difícil de aprender que la nuestra. Muchas veces se ha dicho que de un gaucho se puede hacer en poco tiempo un tractorista, pero en ningún tiempo se puede hacer de un tractorista un gaucho”.

Ya en su infancia notó esa diferenciación que se realizaba en dos grupos sociales claramente separados: los paisanos y “los otros”, su familia pertenecía a “los otros”  grupo que conformaban las personas que eran consideradas “importantes” en el pueblo, y también aquellos que podían considerarse de una modesta clase media conformada por el panadero, el maestro, el almacenero, etc. La diferencia se hacía patente en la vestimenta donde los paisanos usaban la bombacha gauchesca y percal su mujer.

Nos decía que en su época de infancia las clases sociales eran más bien definidas por la situación cultural más que por la posición económica, pero en esa clasificación había un prejuicio racista en donde la discriminación partía de un componente congénito, no importaba que el paisano fuera a la escuela y supiera leer, nunca llegaría a ser “culto”, en cambio una persona de ciudad que usara pantalones, por más que fuera analfabeto podía disimular su cultura. Los dos estilos de vida, el de ciudad y el rural era el que determinaba el estrato.

“Resumiendo, la sociedad tal como de chico la veía en el pueblo estaba constituida por dos capas en cuya calificación cultural era fácil percibir la influencia de Civilización y Barbarie: el paisanaje de la orillas y del campo era algo así como un lamentable remanente de la Argentina bárbara y su pobreza el producto de una incapacidad congénita”.

Pero esta definición que podía parecer una cuestión antigua, alejada de nuestra realidad actual, no lo era tanto. Jauretche nos hablaba de la concepción de la fórmula sarmientina “Civilización o Barbarie” que se aplicaba en su niñez y que correspondía a una época preindustrial de la Argentina, luego de la industrialización del peronismo sería aplicada para asociar la “barbarie” con los obreros y “cabecitas negras” en general, y más recientemente para denostar a desocupados y piqueteros.

Jauretche consideraba que en él había triunfado la cultura paisana, lo cual lo enorgullecía por eso decía sobre su propia cultura “que seguramente será poca, pero buena, porque está hecha a base de sentido común y contacto con la realidad”.

Esa formación de la que bebió en la escuela primaria  hacía que en general los niños adquirieran dos culturas, una asociada al guardapolvo escolar y con el mundo de los adultos, la otra en cambio debía permanecer escondida y veía la luz sólo en contadas oportunidades.

Precisamente en esa contradicción que vivía en su infancia estaba presente el conflicto del país: “Por un lado, el que mira el país desde afuera y según convenciones que ya le vienen establecidas desde lo que llama civilización , y que no comprende que esta es sólo la irradiación del pensamiento rector de los grandes centros elaborados al margen – y muchas veces en contra  de nuestra realidad; del otro, la posibilidad de partir desde nosotros mismos, según somos, para adquirir lo que es verdaderamente universal después de una filtración a través de lo propio. Esla diferencia que hay entre adoptar y adaptarse”.

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