El Forjista
Capítulo 23 - Enfrentando a la oligarquía
En septiembre de 1947 ante una concentración que festejaba la promulgación de la ley que permitía votar y ser elegidas a las mujeres, Eva disparó sus habituales cuestionamientos a la oligarquía: “Tenemos, hermanas mías, una alta misión que cumplir en los años que se avecinan. Luchar por la paz. Pero la lucha por la paz es también una guerra. Una guerra declarada y sin cuartel contra los privilegios de los parásitos que pretenden volver a negociar nuestro patrimonio de argentinos. Una guerra sin cuartel contra los que avergonzaron, en un pasado próximo, nuestra condición nacional”.
También denunciaba los mecanismos utilizados por las clases privilegiadas para horadar el poder de los gobiernos populares, en un mensaje de fin de año decía: “¡Desechad la voz solapada de los derrotistas y de los desplazados; el nuestro es un mensaje optimista y ardoroso, que no se nutre en el odio, ni en la envidia, ni en la tristemente actual ‘estrategia de la mentira’!”. Muy similar a lo que debieron soportar luego otros gobiernos democráticos que no se sometieron a los reclamos de las corporaciones.
En septiembre de 1948 hubo un fallido atentado contra la vida del general Perón, Eva dijo palabras que extraídas del contexto dan la impresión de una Eva crispada, palabra abusada por los escribas de la oligarquía, pero deben entenderse por la salvaje oposición de ciertos grupos que habían renunciado a los métodos de la Constitución para sustituir al peronismo.
El 24 de septiembre de 1948 Eva realizaba la siguiente advertencia: “Pero sepan también que si ellos no obedecen a la consigna de los argentinos, que es la de luchar por una Argentina libre, justa y soberana, el pueblo puede tomarse algún día la justicia por sus manos. Pueden estar seguros, descamisados de mi patria, que así como yo no le regateo horas al trabajo para tratar de hacer un poco más de bien y llevar un poco más de felicidad a los humildes de mi patria, voy a estar a la cabeza de ustedes si fuera necesario en ese día”.
Seis días después de visita en Rosario continuó con el tema del atentado que había tenido por objetivo al presidente de la república: “Pero el pueblo trabajador se está cansando: el pueblo humilde está cansado. Basta de bravatas y de amenazas. No vaya a ser que nos enojemos y nos tomemos la justicia por nuestras propias manos. Entonces, ya será tarde para lamentaciones; entonces van a conocer lo que es un pueblo de paz y de concordia y lo que es un pueblo que lucha por una mística y por un ideal”.
Eva tenía muy claro que debía hacerse si alguien intentaba atentar nuevamente contra la vida de Perón o pretendía su derrocamiento: “Y si el General Perón algún día estuviera en peligro, cada argentino saldrá a pelear y morir si fuera necesario para ahogar ese peligro. Pero no debemos ir a la lucha de masas en este momento hasta que se dé la orden, pero cada descamisado, a cualquiera que hable mal de Perón, debe reaccionar y accionar con la hombría y la energía que le dicten sus convicciones y sus ideales de justicia”.
El 5 de noviembre de 1948 desde Tucumán advertía que la oligarquía no había sido derrotada como algunos creían: “Descamisados: la oligarquía no está muerta; la oligarquía espera para dar su zarpazo traicionero, porque no le perdonará jamás al general Perón que haya hecho un gobierno eminentemente popular y, sobre todo, para los trabajadores de la patria. Por eso, el deber de la clase obrera es el de seguir apoyando al General Perón. Para ello, nada mejor que cumplir su lema de producir, producir y producir, porque produciendo podrá triunfar en todos los ámbitos la obra del General Perón”.
El 17 de octubre de 1950 en el acto de Plazo de Mayo volvía una vez más a denunciar el papel de la clase parasitaria: “Ayer, en el concierto de los pueblos de América, el nuestro vegetaba en una economía semicolonial, sin esperanzas de redención para los productores. Si lanzamos una mirada retrospectiva sobre el campo argentino, nos encontramos con las murallas de los trusts y de los monopolios, transformando en una condena a trabajos forzados las tareas agropecuarias del pueblo trabajador. Allí, bajo el dominio de hierro de la oligarquía terrateniente y de los monopolistas, los trabajadores del agro estaban atados a la coyunda del semifeudalismo más cínico y más expoliador, sumergidos por la doble acción de la más absoluta incapacidad económica y de la más terminante negación social. Sus derechos se regulaban por la voluntad y el capricho de las policías bravas, la prepotencia y la violencia de los propietarios y de las sociedades anónimas, que habían transformado los fértiles campos argentinos en un infierno de vergüenza y de miserias para los trabajadores de la tierra”.
Ni aún el espíritu navideño le hacían olvidar quienes eran los enemigos del pueblo argentino así es como el 24 de diciembre de 1950 declaraba: “No puede haber amor donde hay explotadores y explotados, donde hay oligarquías dominantes llenas de privilegios y pueblos desposeídos y miserables, porque nunca los explotadores pudieron ser ni sentirse hermanos de sus explotados y ninguna oligarquía pudo darse con ningún pueblo el abrazo sincero de la fraternidad. El día del amor y de la paz llegará cuando la justicia barra de la faz de la tierra a la raza de los explotadores y de los privilegiados y se cumplan inexorablemente las realidades del antiguo mensaje de Belén, renovado en los ideales del justicialismo peronista: que haya una sola clase de hombres; los que trabajan,; que sean todos para uno y uno para todos; que no exista ningún otro privilegio que el de los niños; que nadie se sienta más de los que es ni menos de los que debe ser; que los gobiernos de las naciones hagan lo que los pueblos quieren; que cada día los pobres sean menos pobres y que todos seamos artífices del destino común”.
En “La razón de mi vida” sentenció que “Con sangre o sin sangre la raza de los oligarcas explotadores del hombre morirá sin duda en este siglo…”.
Precisamente por su inclaudicable lucha contra los privilegios llegó a tener plena consciencia que: “…hoy tengo el honor de ostentar las dos condecoraciones más grandes a que puede aspirar una mujer del pueblo: el amor de los humildes y el odio de los oligarcas”.
Trastocar las jerarquías y los valores imperantes en una sociedad como lo hizo esta mujer no fue gratuito, las clases dominantes le hicieron pagar el precio en forma de las más exaltadas injurias que continuaron aún después de su muerte.