El Forjista
Cátulo Castillo, al igual que Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo, es identificado como autor de grandes tangos pero existe un profundo silencio, que lejos está de ser inocente, sobre otros aspectos de lo que fue una vida muy activa y plena de creatividad.
Para combatir este ocultamiento resulta significativa la aparición de este libro de Juan Carlos Jara, que en un tono ameno y con gran cantidad de información nos ilustra sobre uno de los más brillantes autores y compositores de la música de Buenos Aires.
Cátulo Castillo fue autor de muchos de los tangos que hoy se consideran auténticos clásicos de nuestra música como “Tinta Roja”, “María”, “Caserón de Tejas”, “El último café”, “La última curda”, “Mensaje”, entre muchos otros.
Pero la vida de Castillo lejos estaba de circunscribirse a esa actividad, fue músico que había aprendido el piano y el violín, y además durante 25 años fue profesor en el Conservatorio Municipal de Música.
También actuó en el sindicalismo como dirigente de SADAIC ocupando la presidencia ante la muerte de Homero Manzi y luego fue elegido en ese puesto por sus compañeros.
Durante los gobiernos de Perón ocupó la presidencia de la Comisión Nacional de Cultura, desde la cual tuvo la osadía de llevar el tango con la orquesta de Anibal Troilo y el sainete “El conventillo de la Paloma”, nada menos que al Teatro Colón. Valiéndole la crítica de quienes consideraban que ese ámbito estaba vedado para lo que consideraban “expresiones menores” de la música.
Además fue escritor de la novela “Amalio Reyes un hombre” que tiempo después fue llevado al cine y de un libro sobre su admirado Carlos Gardel, escribió artículos y cuentos en el diario La Prensa cuando éste se encontraba en poder de la CGT.
El libro de Jara también es un homenaje al padre de Cátulo, José González Castillo olvidado dramaturgo de ideas anarquistas, y que puso letras a los primeros tangos compuestos por Cátulo.
En su casa del barrio de Boedo respiró ese ambiente de poesías y bohemia, recibiendo nada menos que la visita del poeta Rubén Darío cuando este estuvo en el país y además concurrían habitualmente varios de los payadores más reconocidos.
Carlos Gardel grabó una buena cantidad de sus tangos, pero además trabajando mancomunadamente con Cátulo Castillo realizaron su carrera los mejores músicos y autores de varias generaciones: amigo de Homero Manzi y Sebastián Piana, también frecuentó a Discépolo, el bandoneonista Pedro Maffia, Mariano Mores, Hector Stamponi, Anibal Troilo, Julio De Caro, y muchos otros.
Durante el gobierno peronista al que adhirió, compuso la música del “Canto al Trabajo” y la letra de la Marcha del Gremio de Luz y Fuerza que decía: “derrocada será la oligarquía y los hombres felices vivirán”.
Derrotado el peronismo sufrió de una injusta persecución, perdió todos los trabajos, incluso el de profesor en el Conservatorio Municipal y debió vivir simplemente de las clases de piano de su esposa.
Pero nunca dejó de crear, si bien a partir de esta época comenzaron sus canciones más tristes como “La última curda” y “Desencuentro”, que como bien lo indica Jara se vinculan al difícil momento que padecían muchos argentinos, además de las penurias propias de quién se consideraba injustamente perseguido.
El libro contiene otros aspectos remarcables, donde el autor nos conduce a interpretaciones originales, a veces muy diferentes a las habitualmente escuchadas hasta el momento.
Dentro de esto contexto se inscribe la interpretación del tango “Mensaje”, a la que Cátulo Castillo le puso letra sobre música de Discépolo luego de su muerte.
O la visión contraria a la que generalmente se sustenta sobre la escasez de intelectuales, en cantidad y calidad, que adhirieron al peronismo.
O su explicación sobre el porqué durante finales del 40 y comienzos del 50 las letras de tango se hicieron mucho menos concretas, esquivando abordar temas políticos y sociales.
Este toque de originalidad nos muestra esa tarea importante que aún queda por hacer a los trabajadores de la cultura para no caer en las habituales muletillas donde nos intenta encasillar el aparato cultural oligárquico.
Precisamente sobre este aparato cultural dirá Cátulo Castillo en carta a Norberto Galasso: “Los monstruos sagrados del entreguismo y la pacatería literaria, desde la pedantería de Jorge Luis a las actitudes de Mitre o de Sarmiento tienen la vía libre en la vereda de enfrente pero no en la suya, que en definitiva, es la nuestra”
Ardua
sigue siendo la tarea, de quienes como Juan Carlos Jara, investigan sobre
nuestro pasado en la saludable, y hasta diríamos ecológica actividad, de
limpiar la contaminación oligárquica que distorsionan nuestra historia que
no han dudado en silenciar a creadores de la valía de Cátulo Castillo.