El Forjista

Discursos de Salvador Allende

En La Habana (13 de diciembre de 1972)

 

Pueblo de Cuba;   
Queridas compañeras y estimados compañeros de La Habana;   
Comandante y amigo, Primer Ministro de Cuba revolucionaria, Fidel Castro;    Compañeros y amigo, Presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós;   
Compañeras y compañeros dirigentes del Partido Comunista de Cuba;   
Invitados de otros países amigos que asisten a este multitudinario acto de masas;    Cubanos y chilenos:   
Levanto mi voz con profunda emoción en esta plaza donde tradicionalmente se reúne el pueblo para escuchar la palabra de Fidel y de los dirigentes de la revolución. Lo hago frente a la estatua de Martí, que cobra vida y presencia con el calor del pueblo; lo hago con el sentimiento agradecido, porque hace unos minutos el Gobierno Revolucionario de Cuba ha honrado a Chile en mi persona al darme la más alta distinción que pudiera recibir en mi vida de revolucionario, al entregarme la medalla de José Martí. Yo sé que ella pertenece al pueblo chileno, que siempre estuvo y estará junto al pueblo de Cuba y a su proceso revolucionario.   
Vine, por vez primera, en enero de 1959 y prácticamente todos los años, hasta 1968, concurrí a Cuba para estar junto a su pueblo y ver cómo se afianzaba su conciencia revolucionaria, cómo los conductores de la revolución y cómo Fidel Castro daban el ejemplo de una voluntad creadora para derrotar al imperialismo y hablar el lenguaje de solidaridad a través del mundo.   
Vine a Cuba y tuve la oportunidad y el privilegio, junto a estar al lado del guajiro, del estudiante y el soldado, de conocer a hombres que tuvieron y tienen influencia decisiva en el proceso revolucionario latinoamericano.   
Conversé con Camilo. Y más de una vez mis manos arrojaron al mar, en nombre de mi pueblo, las flores que se juntaban con las de ustedes para recordar al guerrillero desaparecido.   
Creo que tengo derecho, y me honro al hacerlo, a decir que fui amigo del comandante Ernesto Che Guevara. Y guardo un ejemplar de su libro Guerra de guerrillas, que me dedicara fraternalmente. Y con su espíritu amplio, me decía allí con su letra dibujada por la fraternidad: «A Salvador Allende, que por otros medios busca lo mismo. Afectuosamente, Che».   
Y en mi patria vivimos con inquietud las horas duras del guerrillero que entregara su vida por la emancipación de los pueblos latinoamericanos. Y como amigo, comprendiendo la magnitud de su sacrificio, cumplí el deber de acompañar a los que fueron sus compañeros en la lucha hasta Tahití, para que pudieran volver después a su patria.
He tratado a Raúl Castro, a los compañeros dirigentes; he conversado largas y largas horas con Dorticós y con Fidel.  
Por eso, Martí tenía razón cuando escribió:  “La América, al estremecerse al principio de siglo desde las entrañas hasta las cumbres, se hizo hombre, y fue Bolívar. No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre. A veces está el hombre listo y no lo está su pueblo. A veces está listo el pueblo y no aparece el hombre”.   
Aquí, en Cuba, apareció el hombre, síntesis del pueblo: ¡Fidel Castro!   
He vivido, junto a ustedes, acontecimientos que no podré olvidar: la hora del triunfo, en enero de 1959; llegué pocas horas después de Playa Girón, donde el pueblo cubano derrotara, aplastara, diera una lección de heroísmo al derrotar a los malos cubanos contrarrevolucionarios, agentes del imperialismo; estuve en esta misma plaza en 1962, cuando se hiciera la Segunda Declaración de La Habana. Y dijo Fidel:    «Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia… Porque esta gran humanidad ha dicho: ¡basta! y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia…».   
Por eso es que puedo decir más que otros que he visto desde sus horas iniciales el largo y duro y sacrificado camino que ha andado el pueblo de Cuba, venciendo el bloqueo económico, derrotando la insolencia imperialista, afianzando su conciencia revolucionaria y consolidando su conciencia política. Lo he visto haciendo producir la tierra, levantando escuelas, trazando caminos, atendiendo los enfermos, empujando su economía.   
Pero, por sobre los esfuerzos que implicaba luchar por una zafra más alta y mejor, por sobre el sacrificio está el ejemplo: el ejemplo de un pueblo que señala al mundo una nueva moral, que dice a América Latina que hay un lenguaje nuevo en la ética revolucionaria, que pueblo y dirigentes conjugan.   
Y Cuba enseña a América Latina y al mundo su clara concepción del internacionalismo proletario. Y porque hay esa nueva moral, porque hay esa nueva conciencia, porque está aquí latiendo la voluntad revolucionaria ejemplar de un pueblo, la delegación chilena y el compañero Presidente que les habla han podido sentir la emoción viril que hemos sentido cuando este pueblo acoge la generosa iniciativa de Fidel Castro para arrancarse un pedazo de pan y entregarlo a mi pueblo que lucha contra el imperialismo.   
¡Gracias. Simplemente, gracias, queridos compañeros! Se las doy en nombre de los niños de Chile, de sus mujeres, de sus ancianos.  Gracias, queridos compañeros.   
Pero la historia ya nos vinculó en los albores de nuestra lucha por la independencia. Y no lo traigo a colación por la generosa proposición de Fidel —que la ignoraba—. Lo digo porque es bueno entender que, antes que nosotros, otros hombres también sintieron la necesidad de ser solidarios. Cuando Cuba luchaba por su independencia, un chileno fue enviado por nuestro Gobierno para organizar un ejército que viniera a estar al lado de ustedes. Y yo leí a mi pueblo la proclama que Vicuña Mackenna entregara a conocimiento del mundo cuando llamaba a estar junto a los cubanos, al lado de ellos, en su lucha por su independencia.   
Y otro hombre nuestro, dirigente revolucionario en esa época, Guillermo Matta, le decía al país: «¿Por qué el Gobierno de Chile no diría que Céspedes y los revolucionarios de Cuba están haciendo lo que nuestros padres hicieron, y por cuyas acciones les decretamos f la inmortalidad y el bronce de nuestras estatuas?».   
Así comprendían los revolucionarios chilenos la lucha del pueblo cubano. Así señalaban la vida de los que dieron su vida por hacer independiente a Cuba.   
¡Por eso la historia de ayer viene hoy día a unirse con la actitud fraterna, solidaria, generosa, para señalar que ayer, hoy y siempre, Cuba y Chile marcharán unidos!   
Ya hace cerca de un año el pueblo de Cuba estuvo en Chile en la persona del comandante Fidel Castro y de una delegación que visitara nuestra patria. Allá Fidel, como era lógico imaginarse, recibió el embate insolente de los proimperialistas y los profascistas. Pero recibió el calor del minero con quien dialogó en la dura pampa del salitre o en las montañas cerca de Chuqui, recibió el afecto del campesino del valle central, y el ovejero de la estepa magallánica lo recibió a pesar del frío con el calor humano que entregara al hermano que llegaba desde esta tierra.   
Chile oyó su palabra: nos entregó su experiencia, nos habló con el lenguaje de la realidad, y fortaleció la fe de nuestro pueblo en sus propias fuerzas. Y al hablar de su pueblo y de ustedes, hizo entender a muchos que la revolución es sacrificio, generosidad, renunciamiento; que los revolucionarios tienen que sentir la necesidad de entregarse plenamente para afianzar la independencia de su patria, y trabajar para que las generaciones del futuro no sufran lo que hemos sufrido estas generaciones.   
Por eso la presencia de Fidel significó fortalecer la fe revolucionaria del pueblo chileno y la fe revolucionaria de los pueblos latinoamericanos.   
Y con esa sencillez del maestro, dijo en Chile: “Si me preguntan qué está ocurriendo en este país, sinceramente les diría que en Chile está ocurriendo un proceso revolucionario. Y nosotros incluso a nuestra revolución la hemos llamado un proceso. Un proceso todavía no es una revolución. Hay que estar claros. Un proceso es un camino, es una fase que se inicia.”   
El revolucionario, el orientador y guía de un pueblo que llevaba viviendo diez años tensos, sacrificados y duros, le decía a nuestro pueblo que todavía no alcanzaban a plenitud la revolución. Le enseñaba a nuestro pueblo a meditar lo que es el proceso revolucionario y lo que significa la revolución, para poner atajo a los que piensan que se construye el socialismo por decreto o para decirles también a los reacios que la revolución implica inquebrantable fe en las masas y en el pueblo.   
Por eso he recordado esas palabras de Fidel: porque fue una de las tantas caras lecciones, y realistas, que entregara a Chile en la etapa inicial de su proceso; de su proceso caracterizado por la voluntad de las masas de conquistar nuestra independencia económica.   
Para ello: erradicar el capital foráneo, recuperar las riquezas esenciales en manos del imperialismo, profundizar una reforma agraria, nacionalizar los monopolios en manos del capital extranjero y nacional, controlar el comercio de importación y exportación, nacionalizar los bancos, ¡y sobre todo incorporar a los trabajadores, al pueblo, a la clase obrera, a la dirección del proceso revolucionario, a la dirección del propio Estado chileno!    
Por eso, compañeros, Chile recibió a Fidel. La clase obrera, los trabajadores, la juventud y las mujeres del pueblo le dieron su afecto y su respeto.   
Y yo quiero expresarles a ustedes cómo la delegación que presido ha sentido el afecto de Cuba y de su pueblo por Chile y sus trabajadores.   
Al llegar en un día domingo, en la noche, cuando yo pensaba —y los compañeros también— que el cansancio de la espera había desilusionado a muchos, sentimos que las calles de La Habana tomaban luz de afecto y de cariño. Y la presencia multitudinaria en ellas señalaba la voluntad de ustedes de expresarnos su solidaridad frente al ataque y la agresión contra nuestra patria, Y al día siguiente, en camino a Varadero, en cada recodo estaba el pueblo: los muchachos, los niños, las madres, los trabajadores. Y ayer hemos sentido de cerca, en otro trozo de Cuba, la presencia del campesino. Y esta noche, como despedida, esta plaza repleta en una concentración multitudinaria difícil de superar viene a reafirmar su vocación latinoamericana; viene a decir que no soñamos cuando creemos que algún día será verdad la frase escrita allí: «¡Desde el río Bravo a la Patagonia, un solo pueblo: América Latina!».   
Queridos compañeros: cada país tiene su propia historia, su idiosincrasia, sus costumbres, ha vivido de manera diferente las distintas etapas de su proceso social.
Chile, el pueblo, las masas populares, de acuerdo con nuestra propia historia y realidad, han alcanzado el Gobierno para desde allí conquistar el poder.   
Es muy difícil, dentro de los marcos de una democracia burguesa, impulsar un auténtico proceso revolucionario. Pero hemos avanzado y lo seguiremos haciendo. Y lo hacemos cumpliendo con nuestra conciencia, con el programa que levantamos frente al pueblo, y con la decisión de los que están abriendo el camino a una nueva sociedad y que empiezan a destruir el carcomido régimen capitalista para edificar el socialismo.   
Por ello, también Fidel Castro en uno de sus discursos nos dijo: “Porque como hemos expresado en otras ocasiones, no son los revolucionarios los inventores de la violencia. Fue la sociedad de clases a lo largo de la historia la que creó, desarrolló e impuso su sistema, siempre mediante la represión y la violencia. Los inventores de la violencia fueron en todas las épocas los reaccionarios, los que impusieron a los pueblos la violencia fueron en toda época los reaccionarios”.   
En nuestro país hemos conquistado el Gobierno a través de la expresión de la voluntad mayoritaria. Hemos dicho que el pueblo no busca ni quiere la violencia. Hemos hecho entender —y el pueblo lo sabe— que la violencia está institucionalizada en el régimen capitalista, que golpea implacablemente a las masas populares. En mi patria no hemos usado la violencia, pero sentimos la violencia agresiva, del imperialismo que, como lo dijera Fidel, con nuevos métodos, más sutiles, pero directamente agresores, levanta un cerco para estrangular económicamente a nuestra patria.   
Sentimos la violencia que quisieron desatar —hasta llevarnos a una posible guerra civil— los bastardos intereses de las empresas transnacionales como la ITT, y llegaron en sus tenebrosas maquinaciones hasta a asesinar al comandante en jefe del Ejército, general René Schneider.   
Fue el pueblo, fue la clase obrera, fueron las masas populares chilenas las que se movilizaron para defender su victoria. No la victoria de un hombre: la victoria esperada de un pueblo. Fue la lealtad ejemplar de las Fuerzas Armadas de mi patria, fuerzas profesionales respetuosas de la voluntad popular, las que aplastaron a la insolencia imperialista y a la propia reacción chilena.   
Por eso —y como lo ha dicho Fidel— se lo hemos dicho muchas veces a nuestro pueblo: no queremos la violencia. Utilizamos el marco cerrado de una institucionalidad burguesa para defender el derecho de Chile a transformar las estructuras económicas y crear una nueva sociedad. Pero también les hemos advertido a los imperialistas —y por eso utilicé la tribuna de las Naciones Unidas, que es el foro internacional más importante— para señalar que no nos van a doblegar, que no nos van a impedir que construyamos por nuestra propia voluntad nuestro propio destino. Fui a acusar, ante la conciencia del mundo, las tenebrosas maquinaciones de las empresas transnacionales. Y he dicho allí y lo he dicho en Chile, que nosotros —que no queremos la violencia— a la contrarrevolución y a la violencia reaccionaria responderemos utilizando primero la ley, después utilizaremos la violencia revolucionaria.
Por eso cuando Chile, frente a una realidad impostergable, nacionalizó su riqueza fundamental, el cobre, se desató toda la campaña que ha golpeado a nuestro país desde fuera y desde dentro. Ya Fidel les dio algunas cifras, yo quiero que no olviden dos o tres más que les voy a entregar.   
Porque los pueblos como el nuestro son pueblos potencialmente ricos, que han vivido, como consecuencia de la dirección impuesta por los grupos privilegiados que han conquistado el poder sobre la base del dinero, hipotecando nuestro futuro. Somos pueblos que hemos vivido pidiendo prestado, y sin embargo somos exportadores de capitales.   
Y todos sabemos la relación dialéctica que hay entre el subdesarrollo y el imperialismo: existe el imperialismo porque existe el subdesarrollo, y está presente el subdesarrollo porque existe el imperialismo.   
En mi país, que tiene la más grande mina de tajo abierto de cobre del mundo —Chuquicamata—, que tiene la más grande mina de cobre que se trabaja en las profundidades de la tierra —El Teniente—, que tenemos las más grandes reservas de cobre del mundo, en mi país hace 42 ó 44 años, generosamente considerado, las empresas imperialistas invirtieron —si es que llegaron— una suma cercana a los dieciocho o veinte y tantos millones de dólares. Y han retirado —¡óiganlo bien, hermanos cubanos!—, han retirado de Chile 4200 millones de dólares en ese tiempo.    Nosotros no hemos confiscado —porque la Constitución política no lo permitía— las empresas, las hemos nacionalizado. Eso sí, históricamente reivindicamos el derecho a aceptar para ellas una utilidad del 12%, y descontamos de las potenciales indemnizaciones toda utilidad superior a esta cifra. Y como algunas empresas —¡óiganlo bien, compañeros cubanos!— llegaron a obtener el 21, el 30, el 77, el 210% de utilidades algunos años, descontando el excedente sobre el 12%, no recibieron indemnización. Pero nos hemos hecho cargo de las deudas de esas compañías, porque ellos no reinvirtieron utilidades sino que contrataron empréstitos y créditos para ampliar planes de producción que fracasaron. ¡Es el pueblo de Chile el que debe pagar 726 millones de dólares de los créditos de esas compañías! Así hemos procedido, dentro todavía de un criterio jurídico, modificando la Constitución que un Congreso —en que el Gobierno es una aplastante minoría— aprobó por unanimidad.   
Y, sin embargo, desconociendo las resoluciones internacionales, desconociendo la aplicación de las normas constitucionales de mi patria, desconociendo la soberanía de Chile, el fallo de nuestros propios tribunales, han intentado en los tribunales de otros países que se embargue nuestro cobre, o el valor de él, para crearnos dificultades comerciales.   
Por eso, ante la conciencia del mundo acusé también a la Kennecott, como acusara a la ITT, de tratar de agredir a Chile para barrenar las bases del Gobierno y recuperar sus privilegios.   
Cuando los pueblos sean Gobierno; cuando las masas populares —y no será tarde— adquieran la dimensión de su fuerza; cuando el campesino sepa que le entrega el pan, y el minero la riqueza; cuando la mujer de este continente se canse de llorar, reclamando alimento para sus hijos; cuando América sienta el llamado de la historia, entonces hablaremos el lenguaje común, y entonces estará presente en la plenitud de sus derechos el pueblo revolucionario que con el machete en la mano desbrozó la maleza imperialista para levantar la caña fresca y dulce de la amistad latinoamericana.   
¡Viva Cuba revolucionaria!    ¡Vivan los pueblos latinoamericanos!    ¡Vivan los jefes y el pueblo revolucionario!    ¡Gracias, compañero y amigo, comandante de la esperanza latinoamericana, Fidel Castro!

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