El Forjista
Quiero manifestar —primeramente— a la comunidad universitaria de la provincia de Concepción nuestro pesar por el fallecimiento de la señora Esther Barañao de Molina que fuera la esposa y compañera del hombre que pusiera con su capacidad y esfuerzo el primer ladrillo de esta Universidad.
Comunidad universitaria, estimados amigos Edgardo Enríquez y Galo Gómez, compañero y joven amigo Manuel Rodríguez, presidente de la Federación de Estudiantes; autoridades civiles, militares, de carabineros y eclesiásticas: Ha sido para mí al igual que para los que integran mi reducida comitiva —el señor Edecán Aéreo Roberto Sánchez— extraordinariamente significativo el estar con ustedes en este día. Gracias a la invitación de las autoridades de esta Universidad y los estudiantes, he tenido la oportunidad de visitar y estar presente en la inauguración de importantísimos adelantos materiales que significan un aporte excepcional al trabajo que ampliamente ha expandido este centro universitario.
Estar en la biblioteca, poder uno mismo comprender y aquilatar con la distancia, la diferencia material de los que estudiáramos hace tanto tiempo, y los que estudian hoy. Pensar en lo que encierra de conocimientos, técnica y ciencia esa biblioteca puesta al servicio de ustedes y de la comunidad. Caminar algunos trancos, penetrar a un conjunto de aulas que permitirán aprender y enseñar.
Llegar hasta un nuevo hogar universitario, contribuir, afianzar la primera piedra de otro hogar que llevará el nombre de un compañero y amigo mío, ministro de la Vivienda, obrero, caído como combatiente en la lucha por dar techo y abrigo a nuestros compatriotas, es algo que me toca muy íntimamente y que agradezco.
Estar, después, aquí para escuchar, no una cuenta pero sí una síntesis apretada hecha por el rector y que le permite a uno medir íntegramente el desarrollo de esta universidad tan importante en la vida de Chile. Percatarse del contenido democrático que encierran los planteamientos de las autoridades. Deducir, con claridad, de las propias palabras del rector que ésta es una universidad comprometida con el proceso revolucionaria de cambios que nuestro país vive. Escuchar a mi joven compañero incursionar con conocimiento en la fría maraña de la teoría para buscar desde el ángulo de sus convicciones el planteamiento que limpiamente expone sobre el proceso revolucionario chileno. Éstos son hechos que para mí tienen una grande y profunda significación y más lo tiene como lo dijera el propio rector y lo afirmara Manuel Rodríguez, esta bullente asamblea. Yo pensaba desde que entré aquí: ¿En cuántos países del mundo podrá darse un espectáculo como éste? Frente a las autoridades de Gobierno, frente a las autoridades universitarias, una comunidad estudiantil bullente, que sabe de las ideas y que las discute, que bebe de los principios, las doctrinas y las teorías revolucionarias que analiza. Una juventud que en sus propios gritos expresa antagonismo, pero que en su acción —estoy seguro— afianzará la unidad de la juventud al servicio de Chile y de su pueblo.
Escuchamos la orquesta de la universidad y al conjunto local «Grisú», trayéndonos la capacidad creadora de los trabajadores y diciéndonos en los versos lo duro que es el pique de la mina, lo oscuro que es el carbón, pero cómo lo enciende el hombre que tiene conciencia revolucionaria para señalar el camino de la rebeldía justa de los pueblos. Ya estuve el año pasado y aunque no me inviten, volveré el próximo. Eso tiene un doble alcance, una noticia que espero sea grata para ustedes y una notificación para los otros que quisieran que no pudiera venir.
Pues bien, venir a esta asamblea es algo que para mí tiene un contenido vivificante, tonificante. Me hace olvidar un poco la brega, a veces pequeña o mediana, y a veces grande allá en la capital, y me gusta este ambiente, donde sé que de antemano, y quizás en justa proporción que me van a tocar unos cuantos silbidos y unos cuantos aplausos. Voy a tomar una frase de un viejo político del siglo pasado. También sirven esas frases: «Acostumbrado a navegar en el proceloso mar de la política, no me causan entusiasmo los aplausos de mis partidarios ni las rechiflas de mis adversarios».
Claro que yo pienso que ustedes no van a ser tan generosos y no hacer rechiflas, porque entonces ya la cosa es excederse un poco.
Bien decía Manuel Rodríguez, que estoy aquí como el compañero Presidente de la República. Traía veintiséis páginas y media a doble espacio, pero me las voy a echar al bolsillo y voy a conversar con ustedes en voz alta.
Porque creo que es indispensable que los hombres de Gobierno, los jefes sindicales, los dirigentes políticos de máxima responsabilidad busquen el diálogo y el contacto con la juventud. Deben hacerlo, porque indiscutiblemente son los jóvenes los que siempre tendrán la responsabilidad efectiva del futuro. Son los jóvenes, por el hecho de ser jóvenes, los que deben ser más permeables a las corrientes renovadoras, al pensamiento creador, a la voluntad de acción constructiva y revolucionaria. Debemos buscar, cada vez que sea posible —y siempre lo será— el diálogo abierto con la juventud porque sin ella, sin su participación, sin su apoyo no se comprende un proceso revolucionario ni puede uno imaginarse que pueda tener contenido y proyección esta labor revolucionaria. Sobre todo en países como los nuestros, países que han vivido y viven la dependencia económica, cultural y tecnológica, son los sectores juveniles los que tienen esta gran obligación, y en Chile la cumplen. Fundamentalmente, lo hacen en esta universidad los que comprenden el privilegio que significa ser universitario, porque a pesar de las cifras que señalan con tanta claridad cómo se ha expandido esta universidad y cómo ha cambiado en un porcentaje muy alto el contenido socioeconómico del alumnado, todavía, y por algún tiempo más, no podrán entrar a las universidades todos los jóvenes que desearan hacerlo. Éste es un hecho que acontece en escala mundial y con mayor razón en un país como el nuestro, con un Gobierno que tiene tan sólo 17 meses de fragosa vida.
Ser estudiante de está universidad, que tiene un acento regional, que debe conservar, pero que la amplía mucho más allá de las fronteras de esta provincia para proyectarlas en el ámbito nacional, ser estudiante en este plantel, son las condiciones materiales excepcionales, para el estudio, la meditación, la cultura y el deporte. Ser estudiante de una universidad que tiene una tradición como ésta, y que la acreciente, es un privilegio que obliga, que compromete, que debe llevar a los jóvenes que están en ella y que pasan por ella, a empaparse de la responsabilidad que asumen frente a la realidad de su patria para que con el esfuerzo de ustedes, podamos ir rompiendo el retraso, la incultura, la enfermedad, la miseria moral y la miseria fisiológica que azota y golpea y marca a miles de nuestros compatriotas. Ser estudiante universitario en un mundo que cruje en sus viejas estructuras, tener la información internacional al segundo y poder estudiar y documentarse —no tan sólo si es obligación básica hacerlo—, en la disciplina que se ha buscado como carrera, en la ciencia o en el arte, si no además, tener la visión más amplia y entender que un profesional, que un técnico, que un científico, tiene que estar entroncado con los procesos esenciales de su patria y de su pueblo. Ustedes, estimados compañeros jóvenes de la Universidad de Concepción, no se dan cuenta, seguramente, de qué manera y cómo el mundo cruje en sus viejas estructuras, cómo las fuerzas renovadoras y revolucionarias tienen el empuje que las hace invencibles.
Aquí se ha recordado —y con razón— como símbolo de ese heroísmo, la lucha increíble de un pueblo dramáticamente heroico.
Para mí es extraordinariamente satisfactorio, como Presidente de Chile, reafirmar en esta multitudinaria asamblea que vibra y palpita con la batalla de los pueblos de los distintos continentes, que el Gobierno Popular que presido, ha resuelto tener relaciones a nivel de embajada con la República Popular de Vietnam, con Corea del Norte y reconocer a Bangla Desh.
Mientras hablaba de Vietnam, Manuel Rodríguez, yo me recordaba que hace dos años y meses estuve en Hanoi, donde tuve el privilegio de conversar con ese anciano venerable que era Ho Chi Minh.(*) Nunca me olvidaré de su figura, nunca dejaré de recordar la transparencia de su mirada y, al mismo tiempo, la bondad de sus palabras. A1 saludarnos —yo iba con el compañero Eduardo Paredes nos dijo: «Gracias por venir de tan lejos, con tanto sacrificio, a traernos el apoyo moral de su pueblo».
Y en nuestra conversación, que fue relativamente larga, ya que estaba enfermo y seriamente enfermo, creo haber sido el último político de cierto nivel que conversó con él. ¡Ésa es la verdad! (he dicho: político de cierto nivel, por lo tanto, no hay necesidad de reírse). Estaba muy enfermo y falleció a los 25 días que estuve en Vietnam. La conversación que tuvimos con Ho Chi Minh, versó, fundamentalmente, sobre la juventud. Tenía una libretita increíble, por lo vieja, en cuyas páginas centrales, con la letra temblorosa de un anciano, estaban anotadas las cifras que él nos explicó, eran las cifras de los alumnos que en los últimos cinco años habían sido alumnos distinguidos. Ho Chi Minh nos dijo que él les enviaba siempre a esos alumnos unas cuantas líneas. Yo pensaba, y pienso, ¡qué gran estímulo, qué extraordinaria recompensa debe haber sido para aquellos jóvenes que recibieron esas temblorosas líneas de Ho Chi Minh!
El padre de Vietnam, el hijo y el padre de la revolución, el escritor, el estadista, el liberador de su pueblo. Ese hombre que había alcanzado por su vida ejemplar el reconocimiento y el respeto, no sólo del pueblo vietnamita sino de todos los pueblos del mundo, tenía como preocupación esencial mandarles a los jóvenes una felicitación y vivía preocupado, de cómo ellos cumplían su tarea.
¡Qué buena lección para mí! Yo no la he olvidado, y por eso siempre, al recordar lo que me enseñara así, en minutos Ho Chi Minh, siempre he dicho, no citándolo, que para mí la juventud que tiene el privilegio como ustedes de pasar por el aula de la Universidad de Concepción, o ser universitario en cualesquiera de las universidades chilenas, tiene la obligación fundamental de entender que es universitario porque millones de chilenos, con su trabajo anónimo, ignorado, miles de obreros, campesinos y empleados, con su esfuerzo, crean las condiciones materiales para que se levanten estas universidades. No deben dejar de recordar que la inmensa mayoría de ellos nunca pudo pasar por una universidad, nunca va a poder pasar todavía por una universidad.
Del proceso de transformación que vive Chile, pienso que nadie podrá negar que es un proceso de cambios profundos, un proceso revolucionario, que se hace dentro de nuestra realidad, nuestras características, nuestra historia y nuestra tradición. Porque no hay recetas internacionales que puedan aplicarse, literalmente en cada pueblo, en cada país o en cada nación, ya que cada uno tiene sus peculiares características. Es la obligación de los dirigentes políticos discernir lo que enseña la teoría, porque no hay acción revolucionaria sin teoría revolucionaria, pero tamizar los basamentos ideológicos para aplicarlos a esa realidad y proceder consecuencialmente con ellos. Es una obligación de todos, jóvenes y adultos que se dicen revolucionarios, pensar que las revoluciones no se han producido en la humanidad todos los días, y que la lucha de los pueblos ha sido brutalmente sacrificada, que millones de hombres han perdido su existencia, para hacer posible la presencia nuestra, en el mundo contemporáneo que abre nuevos horizontes al destino de la humanidad. Cada vez que hablo con los jóvenes, golpeo su responsabilidad para instarlos a que sean esencialmente capaces y técnicos en la materia que han elegido, y que proyecten, con la convicción de su pasión juvenil, la acción que emprenderán mañana cuando actúen como profesionales y técnicos en una nueva sociedad que tanto los necesita y tanto reclama de ellos.
¿Cuál es la realidad de nuestro país, que tampoco deben olvidarla y desconocerla aun aquellos que ingresan por primera vez a las aulas de la Universidad de Concepción? País dependiente, uno de los países catalogados como en vías de desarrollo; esta expresión implica cesantía, hambre, falta de viviendas, de salud, carencia de perspectivas de educación, ausencia de cultura.
País en vías de desarrollo, que en lo político, en este continente, alcanza una evolución superior a otros pueblos, pero que en la realidad económica y social, marca también los grandes déficits que caracterizan a todos nuestros pueblos del continente latinoamericano.
No ha habido ningún Gobierno en este continente que haya sido capaz de superar los grandes déficit de la vivienda, de la salud, de la alimentación, del trabajo y de la cultura, cualesquiera que hayan sido los regímenes que hayan tenido, gobiernos democráticos los menos, seudodemocráticos algunos, más dictatoriales y represivos los otros.
Sin embargo, ningún Gobierno ha sido capaz de romper, sobre la base del viejo camino del capitalismo, los déficit que caracterizan y marcan esta realidad socioeconómica de nuestros países.
Tenemos que mirar más allá de nuestras fronteras, ver la realidad en otros países y en otros continentes, aprovechar su experiencia, y en el caso concreto de América Latina, mirar la experiencia vivida por el pueblo cubano.
Yo puedo hablar de ello, porque así como estuve en Vietnam, algo más de un mes, en muchas de sus provincias, así como vi lo que es capaz de hacer un pueblo de economía retrasada y agraria, sepan ustedes que en el mes y días que estuve en Vietnam, no vi nunca un tractor, ¡nunca un tractor! Sólo el arado de madera y el animal que lo arrastra. Una muchachita de unos 22 años nos atendía en el hotel, en Vietnam. Tres días estuvo sirviéndonos como una empleada cualquiera; los tres días siguientes no fue; regresó al cuarto día de ausencia. Le preguntamos si había estado enferma, dijo que no —hablaba un correcto francés—, que había ido a la Universidad. A la Universidad, ¿en dónde? En la montaña. ¿En qué aula? De coligue. ¿A qué distancia? A kilómetros y kilómetros. ¿Cómo llegaba? En bicicleta. Y esa muchacha, estudiante de 4 ° año de pedagogía, nos dijo que tres días trabajaba en el hotel, para atender a la gente que invita el pueblo vietnamita. Era joven, fina, atrayente —tengo derecho a tener buena vista detrás de los anteojos.
Pues bien, esa muchacha, joven, delicada y bella que no hizo ningún otro comentario, se retiró para ir a buscarnos el café. Cuando llegaba el intérprete, nosotros la elogiamos. Nos miró, se rió, y dijo: «¿No les contó nada más?». No. «Es subcomandante de un escuadrón de ametralladoras».
Pero es que ése es un pueblo que ha guerreado durante toda su vida, toda su historia. Son 4000 años que el pueblo vietnamita lleva luchando. Hay que ver allí una experiencia. ¿Cuál es la experiencia? Primero, cómo un pueblo es capaz de superar su pequeñez material, su pobreza, cuando tiene en las entrañas de su propia vida, la convicción de que su patria tiene que ser un pueblo independiente y soberano.
La lección, también, que extraemos, es de la solidaridad internacional revolucionaria que se ha hecho presente, y muy generosamente, como debía serlo, en Vietnam. Este pueblo ha alcanzado por el enfrentamiento de su vida ese nivel que hace fundamental y esencial la unidad en la batalla por la liberación de su patria. Proyectamos esa experiencia a Cuba y vemos la lucha del pueblo cubano, vemos la acción contrarrevolucionaria de algunos cubanos, y el apoyo a esa contrarrevolución, desde afuera.
Miramos a un mundo que cruje y se derrumba frente al fracaso del más poderoso país del capitalismo, que tiene la más fuerte maquinaria bélica del mundo, pero que no ha podido derrotar a ese pueblo que sabía, sentía, tenía un profundo y acendrado sentido patriótico y nacional.
Muchas veces, yo también pongo pasión para criticar a algunos revolucionarios que no sienten el contenido de nuestra propia historia, que no le dan los valores reales que tienen a los hombres que en esos momentos realizaron la gran batalla de nuestra independencia, que no vibran con las gestas heroicas que nacieron de la pujanza del pueblo, a través de O’Higgins, los Carrera y Manuel Rodríguez, guerrilleros del pueblo que han esculpido el perfil nacional que desde entonces tenemos.
No son revolucionarios los que no tienen el valor moral de reconocer la acción de otros que les permitieron hoy vivir en un país donde estamos conquistando el camino al socialismo.
Son seudorrevolucionarios aquellos que creen que con ellos comenzó la historia revolucionaria.
La experiencia de Cuba, la propia experiencia del país continente en el mundo, que es la República Popular China, señala procesos diferentes en su contenido, en su realización, en las etapas sucesivas que han tenido que recorrer. La larga marcha no se ha hecho en Cuba y no podía hacerse aún, desde el punto de vista material.
Cuando señalamos ejemplos que tienen la fuerza de los hechos históricos vividos, lo hacemos como una manera didáctica de señalarle a la juventud, sobre todo, las características distintas que tienen que tener los procesos de cambio, en las diferentes latitudes en que ellos se producen ose gestan.
En el caso concreto de nuestro país, este Gobierno, el compañero Presidente que les habla, tiene la tranquilidad de conciencia de haber cumplido hasta ahora sin vacilaciones de ninguna especie con el compromiso, que ante el pueblo y, por lo tanto, también, ante la juventud —porque no hay querella de generaciones— adquiriera de realizar estrictamente el programa de liberación nacional. He tenido la honradez de decir que nosotros no somos un Gobierno socialista; somos un Gobierno de transición, que abre el camino, que inició la construcción socialista. Los jóvenes tienen que darse cuenta que en ningún país revolucionario del mundo, en condiciones muy diferentes a las nuestras, donde todo el poder estuvo, desde el comienzo, en las manos de los gobernantes revolucionarios, se ha podido construir el socialismo, sino después de largos años de esfuerzo y sacrificio.
Las generaciones que construyen la nueva sociedad tienen que entender —y los jóvenes con mayor razón, porque ustedes van a ser quienes se beneficiarán auténticamente, en una sociedad distinta—, que la construcción socialista obliga a un sacrificio que a veces tiene que ser heroico. Tienen que darse cuenta, en el terreno de las cosas que golpean muchas veces a la gente. Pongo como ejemplo el problema de los abastecimientos: ¡cómo no va a interesar que la juventud de esta universidad entienda que en todo proceso revolucionario, tiene que producirse el hecho, que también ha apuntado en Chile y que puede apuntar más fuertemente! ¿Por qué razón? Porque la economía de nuestros países ha sido una economía con un desarrollo parcial, destinada a satisfacer las necesidades de los grupos pudientes y privilegiados. No una economía para las masas y para el pueblo, sino una economía racionalizada en su producción, se podría decir, para mantener los precios y tener buenas utilidades sobre la base de un control parcial de la producción, manteniendo una capacidad ociosa. Un Gobierno como el nuestro, que irrumpe, para romper la dependencia económica, tiene que estrellarse contra las fuerzas poderosas del capital foráneo, dueño de nuestras riquezas, y las represalias que ellos toman por haber nacionalizado esas riquezas. Un Gobierno como el nuestro que tiene que enfrentarse con los grupos que tradicionalmente y por más de 150 años gobernaron este país, dueños de los centros vitales del poder y de la riqueza. Un Gobierno que tiene que enfrentar en el campo la presencia retrasada del latifundio. Un Gobierno que tiene la experiencia dura de lo que es el arma poderosa del poder crediticio. Un Gobierno como el nuestro que por la definición y el contenido de sus convicciones programáticas tiene que interesarse por las grandes masas, y sus primeras medidas son abrir las fuentes de trabajo para 250 000 chilenos que estaban cesantes. Un Gobierno que redistribuye el ingreso, para elevar las condiciones materiales de existencia de millones de chilenos en actividad y al mismo tiempo para elevarlas, con mayor obligación, para las ancianas y los ancianos que tenían pensiones miserables, enfrenta un proceso que la juventud debe entender.
Mayor demanda, imposibilidad de satisfacerla. Un poder de compra interno desatado que no puede ser satisfecho, aun colocando en marcha el sector ocioso de las industrias y las empresas.
De igual manera que los jóvenes que estudian carreras en la Facultad de Medicina tienen que darse cuenta que es imposible otorgar medicina aún en este país. Pasará mucho tiempo, si acaso las universidades y el Gobierno no se ponen de acuerdo en un plan que acelere, drásticamente, la posibilidad de ampliar las carreras, fundamentalmente la médica. Miles de chilenos no podrán aún tener el cuidado de su salud, técnicamente eficiente.
Aquí en Chile faltan 4000 médicos, aquí en Chile faltan 1500 ó 2 000 enfermeras universitarias y otras tantas matronas, eso, fuera de los hospitales y las postas, de los consultorios, etc.
Este ejemplo, tan sencillo y tan claro, pueden ustedes proyectarlo en todas las actividades nacionales y entender, entonces, las causas que generan estas reacciones que se explotan contra el Gobierno.
Un joven universitario de derecha, de centro o de izquierda, tiene la obligación de estudiar. No vengo aquí a pedir que todos piensen como nosotros, pero los que no piensen como nosotros tienen que tener como argumento ideas, y cifras, para poder criticarnos.
Sacar al país del marasmo económico, romper las barreras imperialistas, levantar las flameantes banderas de la dignidad, tienen todavía un valor mucho más alto que el valor material de poder entregar determinados alimentos o inclusive poder tener atención médica.
Sin costo social, sin sacrificio de vidas, sin haber suprimido la libertad, en una licencia de información de prensa, con el respeto a todas las ideas, los principios y las doctrinas, con un irrestricto respeto a todas las creencias, hemos avanzado en un proceso revolucionario que, mal que pese a algunos, significa un paso adelante en la historia no sólo de Chile, sino de los países revolucionarios del mundo.
En los regímenes capitalistas también ha habido etapas de falta de abastecimiento de algunos artículos. ¿Cómo se soluciona este problema? Alzando los precios, pero automáticamente, quedaban al margen de poder adquirir esos productos millones de chilenos. Era un problema coyuntural. El problema nuestro es mucho más grave. Es un problema estructural.
Necesitamos que la gente se capacite y que beba la doctrina revolucionaria, porque sin ella —como decía hace un instante— o hay acción revolucionaria. Pero que la adapte a la realidad, que la coloque frente a los hechos diarios de nuestra vida.
Cuesta muy poco leerse el Manifiesto Comunista. Es más duro leerse El Capital y entenderlo. Pero, ni basta leer EL Capital —y son pocos los que lo han leído— ni basta haberse leído unos cuantos libros para pensar que se tiene el bagaje suficiente para poder orientar y definir una táctica o una estrategia.
¿Qué le pasa a este país, jóvenes estudiantes, qué le pasaba a este país? País que importaba en alimentos tan sólo 190 millones de dólares al año, es incapaz de producir para las necesidades esenciales, en todos los rubros de la actividad por la propia concepción del régimen y del sistema; país endeudado como ningún otro país en el mundo —excepto Israel que es un país en guerra—, país con 4226 millones de dólares en deuda. Compañeras y compañeros jóvenes: tuvimos que ir a renegociar la deuda. Primero, por haber nacionalizado el cobre, se nos cortaron las líneas de crédito a corto plazo. Quizás algún joven dirá: ¿Qué importancia tiene? ¡Profundo error! Necesitamos comprar miles de cosas que Chile no produce, entre otras —óiganlo bien— los repuestos para la minería pesada, que son, en el caso del cobre, 150 000 repuestos, que tenían un solo origen. Un mismo país ha sido siempre el abastecedor de esos repuestos, porque toda la instalación destinada a producir la riqueza minera también tiene un mismo origen y las compañías eran de ciudadanos de ese país. Por lo tanto, de acuerdo con su concepción, defienden los intereses de sus connacionales, se toman medidas diferentes, según sea la capacidad de resistencia del país.
En Chile, por su historia, por su tradición, por su cultura, no van a desembarcar fuerzas adversarias armadas; pero en Chile se han tomado antes, durante y después de nuestra llegada al Gobierno medidas que los jóvenes no pueden desconocer.
Siempre lo dije en la campaña presidencial: «Va a ser difícil que ganemos la elección. Va a ser más difícil que alcancemos el Gobierno. Va a ser mucho más difícil que realicemos el programa». Que fue difícil que ganáramos en la elección, ustedes lo saben. Que llegáramos al Gobierno le costó la vida al comandante en jefe del Ejército. También, a algunos jóvenes que gritan reclamando un fusil yo les digo, con respeto, pero con claridad: Hay un Gobierno Popular en Chile, porque hay un pueblo consciente, porque hay un pueblo con tradición de lucha, porque hay un pueblo que vivió Ranquil, San Gregorio, La Coruña, porque vivió «José María Caro», El Salvador o Pampa Irigoin, porque hay Fuerzas Armadas y de Carabineros que son profesionales. Lo que no ocurre en muchos países del mundo, lo que no ocurre en pocos países de este continente, que sólo ocurre —y hay que tener el orgullo de reconocerlo— en nuestro propio país, Fuerzas Armadas y de Carabineros profesionales que acatan la voluntad del pueblo, expresada en las urnas. Por eso, como gobernante he dicho y lo sostengo, que ellas serán las únicas Fuerzas Armadas de nuestra patria.
La historia es muy distinta en cada país y en cada etapa del proceso. Tampoco dejo de pensar en la frase, después de un denso razonamiento, del joven compañero Manuel Rodríguez.
Coincido en el pensamiento de muchos compañeros jóvenes, en que la historia nos enseña que las fuerzas heridas en sus intereses, despojadas de sus privilegios, no se resignan y ellas son las que desatan la violencia. Lo importante es hacer entender eso a la inmensa mayoría de los chilenos. El poder de la prensa y de la información de los otros hace creer que la violencia es el único camino nuestro.
Lo dije al pueblo, con honradez, lo dije como candidato y lo digo como Presidente: No queremos la violencia, no necesitamos la violencia. Aquellos que exhiben en la prensa que es posible que en este país hubiera una guerra civil o aquellos que lo hablan, son unos irresponsables y unos cobardes. La guerra civil es algo demasiado duro, demasiado profundo, marca demasiado a un pueblo, cierra las expectativas de convivencia durante largos años, destroza la economía de un país. Nosotros somos los poderosos y los fuertes, porque tenemos la fuerza de millones de personas: obreros, campesinos y empleados. Somos la fuerza del trabajo y la producción, somos la fuerza capaz de hacer que todos los días la usina, la empresa, la escuela, el taller y la universidad, caminen. Pero, al mismo tiempo, somos la fuerza capaz de paralizar este país y hacernos respetar. Somos la fuerza, que tiene la seguridad y la certeza que, siendo más poderosa, sólo la usará para responder a la agresión y a la fuerza de los otros.
Lo dije y lo vuelvo a repetir: sólo a la contrarrevolución que use la fuerza, usaremos nosotros la fuerza revolucionaria del pueblo.
A veces vacilan nuestros partidarios, sin embargo, avanzamos seguros, apoyados en la fuerza creadora de los trabajadores. Para avanzar con más firmeza, tenemos que incorporar fundamental y conscientemente a miles de chilenos.
La historia también lo enseña; los campesinos han sido en muchas partes un factor limitante por su sentido de la propiedad.
A ellos hay que demostrarles en los hechos, que la tierra, si no va a ser trabajada individualmente por ellos, como cooperativa va a significar más para ellos mismos. No hay que desconocer que en todos los procesos revolucionarios, junto al proletariado, han estado sectores de la burguesía, y guste o no les guste a muchos, socialmente, los líderes han salido de esos sectores. La actividad de miles y miles de chilenos que representan la pequeña industria, el comercio, la artesanía o la pequeña propiedad agraria, es indispensable también para el proceso revolucionario.
¿A alguien se le ocurriría que en un país con cesantía, que no tiene los medios de producción suficientes, que tiene las dificultades inherentes a una etapa en que sólo parcialmente se ha construido el área social de la economía, fuéramos, por ejemplo, a suprimir a los comerciantes detallistas, fuéramos a suprimir a los taxistas y autobuseros, fuéramos a suprimir a cientos y miles de pequeños artesanos? Sería absurdo compañeros jóvenes, sería una torpeza política, un error político. No lo han hecho países que tienen años y años de socialismo. Yo los he visitado y por eso les puedo afirmar tan rotundamente esta realidad.
Ello nos lleva a mirar con claridad cuáles son las etapas que tenemos que recorrer. En el caso concreto de Chile, me inquieta profundamente el hecho de que la mujer no haya entendido que ella será la beneficiada en forma más extraordinaria, con el proceso de cambios revolucionarios de Chile. Una nueva moral, una nueva relación en el trato humano entre el hombre y la mujer, una concepción del respeto a la compañera. Se abren nuevas expectativas para ella. Una igualdad jurídica acentúa su derecho a una igualdad económica en igual trabajo, dándole la consideración que tiene en su noble y elevada concepción de madre. Todos estos aspectos, en el proceso egoísta del capitalismo, son mucho más claros y mucho más duros. Sin embargo, la mujer no los mira con esa claridad y teme; teme a la revolución.
Es gran tarea, es una enorme tarea la de atraerla conscientemente, para que ella entienda que su propio futuro está precisamente en esos derechos que se le negaron y que nosotros no le vamos a regalar, porque ella los ha conquistado por el hecho de ser mujer y que va a construir junto al hombre, una sociedad distinta.
¿Y la juventud y los jóvenes? ¿Por qué yo he dicho que el año 1972 debe ser el año de la mujer y de los jóvenes chilenos? Porque no hay revolución sin la presencia de la mujer coadyuvando a este proceso de cambios y llevando su dulzura y su firmeza, su decisión y su capacidad creadora, como ya la han visto ustedes en el tierno ejemplo de esa muchachita de Vietnam, estudiante, bella, grácil y guerrillera. La mujer siempre responde a las necesidades del proceso social cuanto ella participa conscientemente. ¿Y la juventud? Éste es el año de la juventud, es el año de ustedes. Me congratulo de planteamientos teóricos como los que ha hecho el compañero, pero en un sentido de hombre más viejo, me habría gustado que su concepción teórica hubiera concretado en problemas que la juventud chilena reclama.
¿Qué vamos a hacer por la juventud obrera? ¿Qué vamos a hacer por la juventud campesina? ¿Qué vamos a hacer por ustedes en cuanto a becas, hogares? ¿Qué vamos a hacer por el deporte? ¿Qué vamos a hacer por los estudiantes de los sectores medios? ¿Qué representa el porcentaje todavía alto de muchachos de la clase elevada que entran en las universidades, y los que quedan al margen? ¿Cuál es el problema esencial de un país en donde hay subalimentados?
¡Cuánta es la necesidad de arrancar a la juventud de la frustración, del vicio, para que se entregue con pasión siquiera, aunque no sean nuestras ideas, a la defensa de sus ideas! ¡Cuánto hay que trazarse por delante! ¡Cuánto de valor tiene que darse al trabajo voluntario, porque es necesario en los países como el nuestro y en los que hicieron su proceso revolucionario! ¡Cuánto vamos a precisar lo que tiene que ser en el caso de la mujer, una carta de compromisos que no sólo satisfaga los anhelos justos de las mujeres de la UP, sino de la mujer chilena, cualesquiera que sea o no sea su ideología!
De la misma manera que debemos tener conciencia en la carta de la juventud chilena, ésta debe saber por qué metas combate, por qué metas lucha. Piensen ustedes la diferencia que hay en la tarea que tiene un joven campesino de hoy y la que tendrá mañana, en un país que no tiene tractores, en que la mecanización del campo es un embrión, en un país que tiene un porcentaje muy bajo de abono. Ahí tendremos que capacitar al campesino de mañana, para una concepción distinta de lo que es la tierra y su producción. En un país donde no hay agroindustrias, tenemos que decirle al campesino porqué y para qué se pueden hoy deshidratar los alimentos y las frutas, y se pueden preservar por muchos años la fruta sin necesidad, inclusive, de tenerla en frigorífico. Es decir, la técnica, el conocimiento, es algo que tenemos que incorporar a la juventud, cualquiera que sea su nivel, más bajo, por cierto, a la juventud campesina, que nunca supo nada sino de la experiencia que tanto enseña, pero que tendrá que saber los métodos diferentes.
De igual manera, no es posible que la juventud chilena, aun teniendo metas claras, no participe y se integre al proceso revolucionario, asumiendo plenamente su responsabilidad.
He llamado a la juventud, y ayer, por vez primera en la historia de Chile, ha habido un consejo de gabinete presidido por el compañero Presidente para recibir a los jóvenes, oír sus puntos de vista y contraer con ellos un compromiso: viejos, gobernantes y jóvenes hacer juntos en Chile, el 14 de este mes, el Día del Trabajo Voluntario, con una conciencia distinta, un valor diferente y una proyección mucho más amplia; y el 23 de junio, firmar ante la conciencia de la patria la gran Carta de los Derechos y de los Deberes de la Juventud, derechos y deberes que cada joven debe aprender, así como aprende a rezar o así como aprende los cantos revolucionarios. Derechos y deberes que tienen que metérselos en el corazón y en la conciencia, porque no se trata sólo de que van a tener ustedes derechos, tendrán deberes, y en un proceso revolucionario sólo se conquistan los derechos cuando se ha tenido el coraje de cumplir con los deberes, camaradas.
Compañeros jóvenes de Concepción, compañeros estudiantes universitarios, les agradezco el estímulo que ustedes me entregan con su inquietud, con su fervor, con su propia expresión. Le agradezco, estimado amigo rector, esta invitación. Me alegro de haber hablado con ustedes, y con la franqueza con que es mi obligación hacerlo.
No me olvidaré de ustedes y, seguramente, no esperaré el próximo año. Siempre Concepción, su bullente acero, el calor de su carbón, la esperanza triste de sus campesinos, la energía creadora de su juventud, me atrae. Volveré a esta provincia, para olvidarme un poco de la pequeñez de los que en el centro del país no tienen la visión de la historia y pretenden contener, con sus dedos débiles, las mareas que avanzan, y que no pueden detenerse ni con leyes represivas ni con amenazas fascistas.
Jóvenes de Concepción: ¡a estudiar, a prepararse, a ser buenos técnicos, a estudiar doctrina revolucionaria, a tamizar en las ideas y los principios generales, para hacer con ellos una receta justa frente a nuestra propia realidad! ¡A hacer de ustedes una bullente y permanente asamblea de las ideas, al margen de la violencia! ¡Nunca rechazar al adversario, por el solo delito de pensar distinto! ¡A hacer de la juventud un pivote de la unidad! ¡Aquí hay sectores ampliamente revolucionarios que pueden discrepar, pero que nunca pueden olvidar que el enemigo no está ahí, ni está aquí, el enemigo ustedes saben dónde está, desde afuera y desde adentro del país!
(*) Primer ministro y Presidente de la República Democrática de Vietnam (Vietnam del Norte), encabezó la resistencia de su país a la invasión de los Estados Unidos, falleció el 2 de septiembre de 1969 sin poder ver la unificación de su nación en 1976.