El Forjista

 MANUEL UGARTE
PRECURSOR DEL NACIONALISMO POPULAR

por Juan Carlos Lara

Capítulo 2- “LA RESTAURACION NACIONALISTA”.

El libro de Ricardo Rojas había nacido como una misión burocrática encomendada por el gobierno nacional con el fin de “estudiar el régimen de la educación histórica en las escuelas europeas”.

“Cumplí el encargo – dice Rojas en el prólogo a la segunda edición [9] -, regresé a mi país, presenté el informe, y, bajo el título de ‘La restauración nacionalista’, dicho informe, impreso oficialmente, fue repartido gratis a los maestros y publicistas de la República”.

El calor oficial, que jamás acompañó la vida ni la obra de Ugarte, parecía signar con su favor aquel libro de Rojas, seguramente el más importante de los muchos que escribiera, y el cual, ya desde el título, “por su tono alarmante, inactual y agresivo”, pretendía ser “un grito de escándalo” lanzado con audacia juvenil en plena plaza pública. Sin embargo, cuando apareció publicado [10], “un largo silencio sucedió a su aparición de un extremo al otro del país. Los principales diarios de Buenos Aires ni siquiera publicaron el habitual acuse de recibo. Las más altas personalidades de la política y las letras guardaron también un prudente mutismo” [11].

Era lógico, ya que además de rebelarse contra una educación cosmopolita y alejada de las tradiciones nacionales, Rojas estampaba en su libro frases y pasajes de penetrante contenido nacional, a contramano de la mentalidad de factoría que había presidido hasta entonces el accionar político y económico de la “plutocracia grotesca”, como llamaba Rojas a la elite dominante.

No era poca cosa sostener en la Argentina ultraliberal de 1909 que el Estado, “en nuestra sociedad anárquica y egoísta ha tenido la iniciativa de casi todos los progresos” [12], o afirmar, en abierta fractura con la política educativa de la época, enciclopédica e irremediablemente europeísta, que “el momento aconseja con urgencia imprimir a nuestra educación un carácter nacionalista por medio de la Historia y las humanidades ” [13] y que “el fin de la Historia en la enseñanza es el patriotismo” [14].

Resultan también notables algunas apreciaciones como ésta, que tan ajustadamente le sigue cuadrando a no pocos cultores de nuestras evanescentes letras actuales: “la literatura no es vano ejercicio, sino esfuerzo trascendental ligado a la existencia misma de la nación” [15], o esta otra, de relevante valor epistemológico: “un hecho histórico americano cambia mirado desde Europa; así el hecho histórico europeo, cambia mirado desde América, cuando se le mira con los ojos americanos, y no con lentes de doctor alemán o gafas de político francés ” [16].

El mismo Rojas adopta por momentos esa perspectiva y, al observar la historia argentina “con ojos americanos”, constata: “la montonera no fue sino el ejército de la independencia luchando en el interior, y casi todos los caudillos que la capitaneaban habían hecho su aprendizaje en la guerra contra los realistas. Había más afinidades entre Rosas y su pampa o entre Facundo y su montaña, que entre el señor Rivadavia o el señor García y el país que querían gobernar. La Barbarie, siendo gaucha, y puesto que iba a caballo, era más argentina, era más nuestra. Ella no había pensado en entregar la soberanía del país a una dinastía europea. Por lo contrario, la defendió” [17].

¿Cómo no se iban a unir en contra del joven intelectual santiagueño [18] “La Vanguardia, marxista; La Protesta, ácrata, y El Pueblo, católico”, además de “La Prensa” y “La Nación”, si Rojas lanzaba estos mandobles contra los dogmas historiográficos del mitrismo, al tiempo que cargaba contra la falta de “espíritu nacional” de la clase dirigente y de sus aliados de la prensa periódica, cuyo propósito “de granjería y de cosmopolitismo” los obligaba a poner “un cuidado excesivo en el mantenimiento de la paz exterior y del orden interno, aun a costa de los principios más altos, para salvar los dividendos de capitalistas británicos, o evitar la censura quimérica de una Europa que nos ignora ”? [19]

Lamentablemente, esa llamativa unanimidad en la crítica y en el silenciamiento, hicieron mella en el espíritu combativo del joven Rojas, quien años después, al prologar una segunda edición de su libro, confiesa que ya no comulga con muchos de los dichos “de simple valor polémico” de éste y se preocupa por dejar sentado que el texto de 1909 había sido mal comprendido por la mayor parte de sus críticos e incluso por algunos de sus más exacerbados partidarios.

Ya para entonces, 1922, la vida pública de Rojas, como crudamente señala Norberto Galasso, se había convertido “en una permanente transacción con los grandes poderes de la factoría, como recurso para permanecer en la vidriera de la fama” [20].

Si el confesado propósito de “La Restauración…” había sido “obligar a las gentes a que revisaran el ideario ya envejecido de Sarmiento y de Alberdi”, lo que él mismo hará en otro libro rescatable, “Blasón de Plata”, de 1910; el sentido posterior de su obra y de su trayectoria (rupturista durante las dos guerras, radical luego de caído Yrigoyen, alvearista y notorio enemigo del peronismo más tarde) muestran con toda nitidez la claudicación y renuncia flagrante de aquellos ideales de juventud.

Sólo como hipótesis planteamos la posibilidad de que esa claudicación ya estuviera prefigurada en el texto de 1909 y en el recóndito elitismo de su pensamiento político coetáneo.

Son pocos los pasajes de “La Restauración…” en los que Rojas menciona al pueblo, criollo o inmigrado, pero cuando lo hace, invariablemente, utiliza expresiones como “turba ignara”, “huestes descalzas” u “hordas cosmopolitas”.

Paradójicamente, esa lejanía de lo popular lo aproxima al “ideario envejecido” del Alberdi de “Las Bases” y el Sarmiento de “Civilización y Barbarie”, ante los que él pretendía reaccionar. Y más aún, lo acerca al Echeverría del “Dogma Socialista”, quien luego de largas tiradas destinadas a ensalzar los principios revolucionarios de 1789 –libertad, igualdad, fraternidad- terminaba aseverando que “el sufragio universal es absurdo”, pues la democracia “no es el despotismo absoluto de las masas, ni de las mayorías; es el régimen de la razón” y, por lo tanto, “sólo es llamada a ejercerla la parte sensata y racional de la comunidad social ” [21].

Del mismo modo opinaba Rojas, quien, con casi idénticos argumentos, participa del debate abierto en 1911 en referencia a la reforma electoral llevada adelante por el presidente Roque Sáenz Peña.

Respondiendo a una encuesta del diario “La Nación” –a cuya redacción, por otra parte, pertenecía- Rojas discurre en dos extensos artículos sobre las condiciones geográficas, sociales, históricas y jurídicas en las que debería asentarse el nuevo sistema electoral argentino, y concluye aconsejando la calificación del voto, pues, “¿cómo han de decidir de los destinos públicos los analfabetos, los incapaces, los inconscientes?” [22].

Como si el problema del sufragio fuera una cuestión de mayor o menor ilustración y no de concretos intereses en pugna, Rojas aboga por una “oligarquía de maestros” que “antes de llegar a la verdadera democracia” deberá modelar la cultura ciudadana “de un pueblo heterogéneo, escéptico, ignorante y sensual”. Así, afirma Rojas, el progreso cultural del país, permitirá el aumento del grupo de electores selectos en condiciones de ejercer el derecho de votar. Por otra parte, ¿por qué alarmarse si se le niega “a un analfabeto huarpe, quichua o guaraní, morador de un rancho solitario, el derecho de elegir diputados y electores de presidente”, si al fin de cuentas, “la constitución no se opone al voto calificado” y “la igualdad y la libertad verdaderas no podrán serlo sino más tarde, cuando la humanidad redimida de las fuerzas cósmicas emprendan su ultimo esfuerzo de redención sobre la tierra ”? [23].

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