El Forjista

Biografía del general San Martín

 

Capítulo 25 - El retorno fallido

 

Rivadavia renunció en 1827 siendo elegido interinamente en su reemplazo Vicente López y Planes, varios pensaron en San Martín para comandar la guerra, Guido le escribió: “Si creyese que usted había abandonado esa filosofía estoica que lo alejó del teatro de la fama, le diría que la fortuna le dará a usted un nuevo camino para aumentar sus glorias tomando a su cargo la guerra contra el imperio del Brasil…. La opinión pública marcaba a usted como el único capaz de llevar con suceso las armas al corazón del imperio. Éste era y es también el voto de nuestros militares”.

En diciembre de 1827 le escribe a Vicente López: “Ofrezco mis servicios en la injusta aunque impolítica guerra en que se halla empeñada nuestra patria”.

En tanto le comentaba a O’Higgins su intención de regresar a la Patria más aun cuando había caído su viejo enemigo Rivadavia: “Ya habrá usted sabido la renuncia de Rivadavia: su administración ha sido desastrosa y sólo ha contribuido a dividir los ánimos. Él me ha hecho una guerra de zapa sin otro objeto que minar mi opinión, suponiendo que mi viaje a Europa no ha tenido otro objeto que el de establecer gobierno en América; yo he despreciado tanto sus groseras imposturas, como su innoble persona. Con un hombre como éste al frente de la administración, no creí necesario ofrecer mis servicios en la actual guerra contra el Brasil, por el convencimiento en que estaba de que hubieran sido despreciados, con el cambio de administración he creído mi deber el hacerlo en la clase que el gobierno de Buenos Aires tenga a bien emplearme: si son admitidos, me embarcaré sin pérdida de tiempo, lo que avisaré a usted”.

El libertador chileno responde sin ocultar su desprecio por Rivadavia: “Un enemigo tan feroz de los patriotas como don Bernardino Rivadavia estaba deparado, por arcanos más oscuros que el carbón, para humillarlos y para la degradación en que su desastrosa administración ha dejado a un pueblo generoso que fue la admiración y la baliza de las repúblicas de la América del Sud.”.

Aunque nadie se dignó responder al ofrecimiento patriótico de San Martín igual procedió a emprender el regreso, sobre el cual tenía sentadas grandes expectativas, deseando que ese regreso fuera definitivo, su primera intención fue hacerlo acompañado de Merceditas, previamente quiso pasar por Francia, problemas de artritis lo motivaron a visitar las termas de Aquisgrán, luego visitó Paris y varias ciudades francesas regresando luego a la capital francesa.

Después volvió a visitar las termas acompañado por Merceditas, pero decidió regresar al país sin su hija, en la exclusiva compañía de su criado Eusebio Soto, su amigo Miller le compró los pasajes en Londres a nombre de José Matorras, el apellido de su madre, para evitar la vigilancia policial tanto española como francesa.

El 21 de noviembre de 1828 junto a su acompañante viajaron de Bruselas a Londres, de allí seis horas a Canterbury para visitar al general Miller y su familia, luego de unos días en la casa de esa familia, siguieron a Falmouth para embarcarse rumbo al Río de la Plata en el barco Countess of Chichester.

Cuando el barco hizo escala en Río de Janeiro 15 de enero de 1829 se enteró que quien había sido un subordinado suyo Juan Lavalle quien derrocado y mandado a fusilar al gobernador Manuel Dorrego reiniciando la guerra civil.

Cuando arribó a Buenos Aires había decidido no desembarcar, a los pocos días un artículo de Florencio Varela publicado en el diario rivadaviano El Pampero el 12 de febrero de 1829 comenzaba una campaña de desprestigio: “En esta clase reputamos el arribo inesperado a estas playas del general San Martín, sobre lo que diremos, a más de lo expuesto por nuestro coescritor El Tiempo, que este general ha venido a su país a los cinco años, pero después que ha sabido que se han hechos las paces con el emperador de Brasil”.

Y otro diario decía: “… tampoco puede consentirse que en vista de la conducta que ha observado el general San Martín al llegar a Buenos Aires después de una larga ausencia, se pueda juzgar a la distancia de un modo desfavorable respecto del país y del gobierno”.

Y el ministro Díaz Vélez decía: “Aquí no hay partidos si no se quiere ennoblecer con este nombre a las chusmas y las hordas salvajes”.

Precisamente los que habían capitulado ante Brasil y que permitieron la “independencia” de la Banda Oriental, quienes no contestaron el ofrecimiento del Libertador a su ofrecimiento de luchar nuevamente por la Patria, esa canalla oligárquica tenía la hipocresía de acusarlo de haber rehuido el combate al mayor héroe militar de nuestra historia, lo que nunca le perdonaron los entreguistas porteños fue haberse rehusado a usar su espada contra compatriotas.

Quedó esperando que el buque partiera hacia Montevideo, sus amigos el coronel Manuel de Olazábal y el sargento mayor Pedro Álvarez de Condarco llegaron hasta el barco a visitarlo, él  les dijo: “Yo supe en Río de Janeiro sobre la revolución encabezada por Lavalle y en Montevideo el fusilamiento de Dorrego. Entonces me decidí a venir hasta balizas, permanecer en el paquete, y por nada desembarcar atendiendo desde aquí algunos asuntos que tenía que arreglar, y regresar a Europa. Mi sable no se desenvainará jamás en guerras civiles”.

Le envía una carta a José Miguel Díaz Vélez, ministro de Gobierno de Lavalle pidiéndole los pasaportes para él y Eusebio Soto, el 6 de febrero de 1829 donde le dice: “Así es que en vista del estado en que se encuentra nuestro país y por otra parte no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión, he resuelto para conseguir este objeto pasar a Montevideo, desde cuyo punto dirigiré mis votos por el pronto restablecimiento de la concordia”.

Los pasaportes le fueron entregados, al trascender la noticia que no iba a desembarcar y seguiría su viaje hacia Montevideo la siempre antinacional prensa de Buenos Aires instrumentó una furiosa campaña de difamación contra el Libertador, ellos creían ser los dueños de país y no estaban dispuesto a aceptar que nadie los despreciara aun si se tratara de un Libertador de América, lo que buscaron desesperadamente nobles europeos para coronar porque consideraban que los americanos no se podían gobernar a sí mismos, la emprendieron contra él.

El 12 de febrero aniversario de la batalla de Chacabuco el diario El Tiempo publicaba una carta sin nombres firmada por “unos argentinos” que decía: “También es raro que cuando estábamos para alcanzar la dicha, de que permanecieseis entre nosotros hayáis encontrado el país indigno de habitarlo y regreséis sin verlo...¿Adónde iríamos huyendo de nuestra patria que la ignominia y el desdoro que publicásemos de ella no nos cortejasen también? ¿Cómo partir de las riberas del Río de la Plata gritando a todo el mundo que no hay en sus márgenes un solo punto habitable? Confesamos que esta resolución es imposible para nosotros. Los que dejáis en el país, de cuyo estado parecéis asustado y temeroso, olvidándose de su propia flaqueza por acordarse solo de la dignidad de la patria, creed, que antes de imitar vuestro ejemplo preferirían con orgullo perecer en la tormenta por no defraudarla voluntariamente en uno solo de sus hijos de cualquiera capacidad, cualquier talento que pudieses echar manos en las necesidades de su situación”.

Pero no todo estaba podrido en Buenos Aires, aunque fueran minoría, un grupo de ciudadanos publicó una carta en adhesión a San Martín contestaron el 14 de febrero en La Gaceta Mercantil: “El general San Martin tiene derechos especiales para que la historia le designe largas páginas y ellas sirvan de modelo para las generaciones venideras…”.

En cuanto al anonimato de los que lo habían atacado decían: “olvidando todas las consideraciones y lo que es más, la celebridad del día en que tuvo su origen la república chilena por la batalla de Chacabuco, rompan los diques de la moderación y arrojen el viento de sus tenaces pasiones sobre la sombra de un hombre cuyo rango y opinión está suficientemente justificado ante el mundo todo. Para llenar este deber su barómetro serán los hechos y decididos servicios de este general para llevar la libertad en triunfo hasta el Pichincha, su política liberal y filosofía para guardar un silencio sepulcral en medio de los combates de sus enemigos, garantido de su conciencia justificada…”.

En Montevideo fue recibido por el jefe del nuevo país el general Rondeau quien le ofreció alojarse en su residencia, agradeció pero prefirió alquilar una habitación en una posada, luego ante la insistencia de varios amigos se mudó a una finca, tuvo la posibilidad de cenar con su cuñado Manuel Escalada.

Junto a Eusebio recorría la ciudad y visitó al coronel Eugenio Garzón ministro de Guerra del Uruguay, también concurrió a las sesiones de la Asamblea Legislativa a la que fue invitado cuando se debatía la Constitución.

En carta a O´Higgins el 13 de abril de 1829 le contó que Lavalle envió a dos representantes para ofrecerle el mando de la provincia, ofrecimiento que rechazó: “El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejército y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir, por mi parte y por la de los demás gobernadores, a los autores del movimiento del 1° de diciembre; pero usted conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos. Por otra parte, los autores del movimiento del 1° son Rivadavia y sus satélites, a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de la América, con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado”.

El 1° de diciembre al que se refiere el Libertador fue el día en que se consumó el golpe de Estado contra Dorrego que unos días después fue ejecutado luego que los poderosos mercaderes de la Ciudad de Buenos Aires incitaran a Lavalle a cometer tamaña aberración criminal.

El día que partía del Río de la Plata le escribió al oriental Fructuoso Rivera: “Dos son las principales causas que me han decidido a privarme del consuelo de por ahora estar en mi patria: la primera, no mandar, la segunda, la convicción de no poder habitar mi país, como particular, en tiempos de convulsión, sin mezclarme en convulsiones…”

Al referirse a su país le expresa: “Si este cree, algún día, que como soldado le puedo ser útil en una guerra extranjera (nunca contra mis compatriotas), yo le serviré con la lealtad que siempre lo he hecho”.

El 3 de abril de 1829 le envía una carta a Tomás Guido desde Montevideo: “El estado de mis intereses, es decir la depresión del papel moneda en Buenos Aires no me permitían vivir por más tiempo en Europa; con los réditos de mi finca… me resolví a regresar al país con el objeto de pasar en Mendoza los dos años que juzgaba necesarios para la conclusión de la educación de mi hija y a agitar por la mayor inmediación el cobro no del todo, pero si de alguna parte de mi pensión del Perú, pues yo no contaba ni podía contar con sueldo alguno de mi país…”.

“Todos estos planes han sido frustrados por las ocurrencias del día…la situación de nuestro país es tal, que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de apoyarse sobre una fracción o renunciar al mando; esto último es lo que hago. Muchos años hace que usted me conoce con inmediación, y le consta que nunca he suscrito a ningún partido, y que mis operaciones y resultados de estas, han sido hijas de mi escasa razón y del consejo amistoso de mis amigos…”.

“Es preciso convenir que mi presencia en el país en estas circunstancias, lejos de ser útil no haría otra cosa que ser embarazosa, para los unos y objeto de continua desconfianza para los otros, de esperanzas que deben ser frustradas; para mí, de disgustos continuados”.

Tomás de Iriarte lo acompañó hasta el barco el día que partía hacia el exilio definitivo: “Balcarce, Martínez y yo habíamos, colectiva e individualmente, hecho los mayores esfuerzos para que el general San Martín esperase el término de la guerra, cuyo fin y resultado se veía ya próximo, para pasar a Buenos Aires a ponerse al frente de los negocios públicos. Pero San Martín nos opuso constantemente la más incontrastable resistencia: nos dijo que deseaba vivir y morir en el país, porque encontraba un gran vacío en Europa, que le repugnaban las costumbres de etiqueta, los hábitos que estaba en oposición con su carácter franco de soldado, pero que había resuelto expatriarse y no volver al país, mientras asomase la guerra civil y la anarquía”.

El 1° de diciembre de 1819 comenzó a sesionar la Legislatura que designó gobernador de Buenos Aires y capitán general de la provincia a Juan Manuel de Rosas, una multitud se congregó en las cercanías del Fuerte para celebrar el acontecimiento.

El general Guido, amigo de San Martín fue elegido ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, el general Balcarce de Guerra y el agente inglés y uno de los principales responsables de la perdida de territorio nacional Manuel García en Hacienda.

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