El Forjista
El historiador Jorge Abelardo Ramos describió a Monteagudo de la siguiente manera: “Era Monteagudo una de las grandes figuras de nuestra revolución. Orador del partido morenista de Buenos Aires, ministro de San Martín en Lima, compañero de Bolívar luego, era un hijo genuino de Chuquisaca, formado en las disciplinas del siglo revolucionario. Había concebido un Plan de Federación general de los Estados hispanoamericanos, que era la idea central de los patriotas del continente. Difamado y perseguido por Pueyrredón, el logista pro inglés enemigo de Artigas, Monteagudo llevará consigo todo el fuego de aquellas jornadas y suscitará en los localistas de todas partes una aversión semejante a la que había despertado en Buenos Aires, cuna clásica del localismo exportador”.
Estando en su exilio en Quito Monteagudo escribió: “Yo no renuncio a la esperanza de servir a mi país, que es toda la extensión de América”.
Desde Quito se dedicó a defenderse de las acusaciones que terminaron con su derrocamiento y destierro, justificando las decisiones que había adoptado como ministro en julio de 1821 cuando el ejercito libertador ingresó a Lima, siendo designado ministro de Guerra y Marina hasta el 1° de enero de 1822 y luego nombrado ministro de Estado y Relaciones Exteriores, era una pieza clave y hombre de confianza de San Martín.
Así explicaba la importancia de la reunión entre San Martín y Bolívar que tuvo en él a uno de los gestores: “El general San Martín, salió a principios de julio para Guayaquil: él había empeñado su palabra al Libertador de Colombia, que vendría a tener con él una entrevista, luego que se aproximase al sur. Yo tomé un grande empeño en este negocio y me lisonjeo de ello, porque el resultado nada prueba contra mis miras; esperaba que la entrevista de dos jefes a quienes acompañaba el esplendor de sus victorias y seguía el voto de los hombres más célebres en la revolución, sellaría la independencia del continente y aproximaría la época de la paz interior: ambos podían extender su influjo a una gran distancia de la equinoccial, uniformar la opinión del Norte y del Mediodía y no dejar a los españoles más asilo que la tumba o el océano. Por mi parte yo quedé lleno de estas esperanzas y a esto aludí, cuando dije en mi exposición del 15 de julio, que nos hallábamos en la víspera de grandes acontecimientos políticos y militares”.
Pasando luego a precisar las medidas que se organizaron en su contra aprovechando la lejanía del Libertador: “Apenas salió de Lima el general San Martín, se empezaron a notar los síntomas precursores de un trastorno: yo estoy persuadido hasta la evidencia, que pudo evitarse; pero no podría demostrarlo, sin faltar a la promesa que he hecho de prescindir enteramente de los que contribuyeron a mi separación. Ha habido un empeño en atribuirme la dirección casi exclusiva de la administración del Perú: yo no aprecio la intención de mis enemigos, aunque en realidad ellos me han hecho un cumplimiento que no merezco. Mi influjo naturalmente se extendía más, porque el doble ministerio que tenía a mi cargo, abrazaba mayor número de negocios. Este exceso relativo de poder, debía ser en cualquier trastorno el primer objeto de ataque. El 25 de julio se presentaron los combatientes; yo renuncié por decoro antes de ser depuesto; bien conocía el teatro en que estaba y la impaciencia con que algunos de los espectadores deseaban figurar en él. A los tres días recibí un pliego del Supremo Delegado en que ordenaba que saliese para embarcarme en el Callao, porque así convenía. Pasé desde luego a bordo de la corbeta de guerra limeña, que tenía orden de conducirme al istmo. Mi salida fue una señal de inteligencia para variar completamente el sistema administrativo del Perú: era de esperar que los reformadores acreditasen su misión, lisonjeando a la multitud.
Todo lo demás que sucedió sólo pudo tener un aire extraordinario para los que recién entraban en la revolución: el ceremonial que se observa, cuando cae un ministro en estos tiempos, es igual en todas partes”.
Cuando San Martín regresó de Guayaquil ya la maniobra estaba concluida, cuyo verdadero objetivo era minar la influencia de San Martín: “En el mes de septiembre regresó de Guayaquil a Lima el general San Martín y fue recibido con aclamaciones: pero esa ya no era sino una maniobra de la ingratitud que tomaba las apariencias del agradecimiento para obrar sin obstáculos. Mi nombre servía de velo a los ataques que se hacían al general San Martín: aun no era tiempo de que se pusieran en campaña contra él, como lo han hecho después. Conociendo la nueva situación de los negocios, él se apresuró a cumplir el voto más antiguo de su corazón, que era dejar el mando. Los jefes del ejército saben que cuando llegamos a Pisco, todos exigimos de él el sacrificio de ponerse a la cabeza de la administración, si ocupábamos a Lima, porque creímos que este era el medio de asegurar el éxito de las empresas militares: él se decidió a ello con repugnancia y siempre por un tiempo limitado. Luego que se reunió el Congreso dimitió solemnemente al mando, como lo había ofrecido tantas veces pública y privadamente. Un ambicioso no cumple sus promesas con esta fidelidad; pero el general San Martín volviendo a la clase de un simple particular, juzgó que recibía el más alto premio a su servicio. Poco después se despidió del pueblo y se embarcó para Chile; el día que abandonó las playas del Perú ganaron los enemigos una victoria memorable: sus trofeos quedaron esparcidos en todo el territorio y por desgracia ya han empezado a recogerlos. Esto estaba en el orden de los acontecimientos políticos a los ojos del vulgo, ellos se suceden unos a otros; pero ‘todos se encadenan a los del hombre que piensa’( Burke)”.
Y deja en claro los ataques destinados a San Martín que era el verdadero adversario que la oligarquía peruana pretendía alejar del país: “Yo no puedo calcular el peso de las circunstancias que precipitaron la idea del general San Martín; sin embargo, pienso que no pudo ser superior a las calumnias de la ingratitud y que habiendo perdido la confianza que antes tenía en muchos de los que figuraban en aquel teatro, creyó que no podía continuar en él sin degradarse a negociar con las nuevas pasiones e intereses que se habían formado en su ausencia. Así fue que no tardaron mucho tiempo en quitarse la máscara, los que sólo creen que hay libertad de imprenta cuando pueden ejercer la detracción. El general San Martín, héroe de Chacabuco y Maipú, el que aun fue héroe emprendiendo libertar al Perú con un pequeño número de Bravos, el que sin ceñir su frente de nuevos laureles manchados en sangre, triunfó de innumerables obstáculos por medio de la prudencia, el que salvó a Lima de las catástrofes que todos presagiaban a sus habitantes para la hora en que los antiguos resentimientos se diesen la señal de alarma, él alzó de la miseria con sus propias manos a muchos de los que hoy son sus enemigos; él mismo ha sido insultado en algunos periódicos de aquella capital con impunidad y escándalo de su honrado vecindario. Pero sus brillantes servicios a la causa de América desde el año XII y los que ha hecho al Perú, abriéndole la puerta para que entre a su destino, son una propiedad de la historia a la cual nada puede defraudarse”.
Monteagudo expulsado del Perú se refugió en Quito, regresó a Lima con Bolívar del que también se convirtió en un hombre de suma confianza, en esa ciudad fue asesinado el 25 de enero de 1825 por la noche cuando caminaba solitario por una calle, sus asesinos materiales fueron descubiertos, pero nunca quedó claro quiénes fueron los instigadores.
Luego que el libertador dejó Perú, el país se sumerge en una lucha de facciones que también influyen en los resultados militares, el general Alvarado sufre dos derrotas que le permiten al general realista Cantérac retomar el dominio de la ciudad de Lima, sin embargo no puede retener la posición y decide retirarse a las sierras, la clase dominante se divide en dos corrientes una nombra presidente a Riva-Agüero que se instala en Trujillo al norte de Lima, y la otra elige al marqués de Torre-Tagle.
En esas circunstancias llega Sucre y luego lo hace Bolívar el 1° de septiembre de 1823, en esos momentos 100.000 franceses invaden España para derrocar al gobierno constitucional y reponer a Fernando VII, esto provoca una división en las tropas españolas en América encabezado por De la Serna que estaba a cargo de la fracción liberal en tanto que Olañeta representaba al ejército absolutista.
En febrero de 1824 se produce la sublevación de la guarnición de la fortaleza del Callao producida por tropas argentinas y chilenas que lo hacen por el atraso de los sueldos y el hambre que los acosaba, pero cometen la traición de liberar a los españoles y ondear la bandera de Fernando VII y las fuerzas realistas comenzaron su avance sobre Lima.
En esa sublevación surge por la pluma de Mitre la figura del afrodescendiente Falucho que se negó a sumarse e la rebelión y por eso fue asesinado, aunque varios historiadores pusieron en duda la existencia de Falucho sospechando que fuera otro invento de Bartolomé Mitre, lo que seguramente nunca ocurrió fue que el ejecutado en el momento de morir haya gritado ¡Viva Buenos Aires! Provincia que era gobernada por Mitre cuando hizo conocer al mártir afrodescendiente.
El Congreso peruano se reúne acuciado por la difícil situación y convoca a Bolívar al que nombra con plenos poderes mientras suspende la Constitución, el presidente peruano Torre-Tagle junto a muchos otros funcionarios y militares se pasaron al bando español, a la vez que publicaba un manifiesto en el que insultaba a Bolívar.
Bolívar asumió el mando, nombró a Sucre general en jefe del Ejército, expropió las propiedades de quienes se habían pasado al enemigo, estableció nuevos impuestos y abolió la mita y los repartimientos de indios, abolió el trabajo gratuito de los indios para servir a la curia y funcionarios, ordenó la entrega de una parcela de tierra a cada indio, otorgó pensiones a los descendientes de la nobleza incaica y protegió a los hijos de Pumacahua, cacique que había adherido a la causa patriota.
José Antonio de Sucre de 29 años enfrentó al ejército español en las montañas de Ayacucho, las fuerzas patriotas sumaban 5780 hombres y los realistas al mando de De la Serna 9310, la victoria fue completa, De La Serna cayó prisionero con todos sus generales, además de 600 oficiales y 2000 hombres de tropa, casi dos mil muertos hubo en la batalla.
Este trascendental combate se desarrolló el 9 de diciembre de 1824 y significó el final del dominio español en la América del Sur.