El Forjista
La inexistencia de una industria española, por la despreocupación de sus reyes y nobles, convirtiendo a la península en una simple intermediaria con sus colonias. Aquellas naciones que se desarrollaron industrialmente proveyeron las manufacturas que España conducía a América y las que consumía internamente. Los españoles extraían metales preciosos en las minas americanas y compraban con ellos los productos que necesitaba.
Inglaterra en primer término, Francia y Holanda, fueron por vías indirectas las proveedoras de la América hispánica, aunque el control del comercio estuviera en manos españolas, nunca se pudo evitar plenamente el contrabando ejercido fundamentalmente por los ingleses.
Durante
largos años la ruta habitual entre España y América fue Cádiz y Portobelo,
en este puerto se cargaban los minerales que interesaban a la Corona y se descargaban las manufacturas que se distribuían
por todo el continente. A Buenos Aires los productos importados llegaban
desde Perú luego de recorrer miles de kilómetros y con precios sumamente
abultados.
Este
sistema comercial monopólico beneficiaba a una cuantas familias españolas
en cuyas manos se concentraba el comercio de Cádiz, pero también repartía
cuantiosas ganancias a los comerciantes americanos, que eran en su gran
mayoría españoles autorizados a realizar ese comercio.
Que
la potencia dominante no fuera dueña de una industria de consideración,
permitió a las colonias desarrollar determinados rubros como artesanías,
pequeños talleres y ganadería. Vale decir que por un lado el monopolio,
y por el otro, la despreocupación industrial española, permitieron a
las colonias desarrollar una economía, aunque a niveles muy bajos.
Debe
tenerse en cuenta que el principal interés español era el de extraer
minerales, por lo que a la Corona le resultaba, hasta cierto punto,
indiferente que los súbditos americanos desarrollaran artesanías. Distinta
era la posición inglesa, que en tanto potencia industrial, intentó destruir
cualquier foco que pudiera significar competencia.
La
ganadería y la agricultura solamente alcanzaban niveles de subsistencia
o de un reducido intercambio entre las diferentes zonas que constituyeron
más tarde el virreinato. Tan sólo el cuero fue un producto de exportación,
cuantitativamente importante hacia fines del siglo XVIII.
La
producción de mulas en el Litoral y los paños de Tucumán con destino
a Potosí tuvieron cierta prosperidad. El comercio de mulas permitió
la creación de algunas fortunas. La cría se realizaba en el Litoral,
la invernada en Córdoba y la venta en el gran mercado de Salta.
En
el noroeste se producía caña de azúcar, algodón, tabaco y arroz. También
se desarrollaron artesanías para la producción de paños de algodón,
carretas, muebles y la transformación de productos como el cuero y el
sebo. Muchas de estas producciones eran extraídas de las grandes fincas
de propiedad de españoles con mano de obra indígena sometida al trabajo
servil. Esta era la región que mayor desarrollo había obtenido por estar
vinculada a la minería del Alto Perú.
En
la zona de Cuyo la principal
actividad estaba dada por la producción de la vid y la ganadería. Existían
además algunas artesanías textiles y comerciaba con el litoral y el
Alto Perú; vino, alcoholes y frutas secas.
tenía en la ganadería la actividad que le producía los mayores
réditos, particularmente los animales de carga con destino a las minas
de Potosí. Las artesanías existían tan sólo como actividad de subsistencia.
En
tanto en el Paraguay, hasta la expulsión de los jesuitas en 1753, había
150.000 indios aproximadamente trabajando en la ganadería y la agricultura
para el consumo interno de las misiones y exportaba a otras regiones
la yerba mate.
El
Alto Perú basaba su economía en la explotación del Cerro de Potosí,
en otras partes se producía aguardientes como en Montegua y artículos
textiles en Cochabamba.
La
mayor parte de la producción del interior era para el consumo propio,
existiendo un cierto intercambio entre las regiones. Estas estaban separadas
por distancias que hacían dificultoso el comercio, a esto se agregaba
la precariedad de los medios de transporte.
Durante
buena parte del período colonial la zona litoraleña fue la más débil
en lo relacionado a la economía
y a la vez, la más despoblada. La ausencia de minerales, principal interés
español, y la imposibilidad de dominar a los indígenas como en otras
zonas, determinó que durante mucho tiempo, España no pusiera la vista
en esta región.
Las
disputas entre España e Inglaterra abarcaron casi todo el siglo XVIII,
como consecuencia de la expansión británica en la búsqueda de nuevos
mercados para su floreciente industria. América fue escenario de esos
enfrentamientos entre ambas potencias.
Portugal
sumisa a los dictados de Inglaterra, actuó permanentemente como ariete
de la política británica para introducirse en los dominios españoles.
El 1680 los portugueses se establecieron en la Colonia de Sacramento
con el objetivo de introducir mercancías de contrabando en las colonias
hispánicas, pese a que las fuerzas españolas lograron reconquistar la
ciudad, por algunos tratados España cedió a Portugal el dominio de Colonia.
El
incremento del contrabando perjudicó a las artesanías del interior,
algunos telares de Tucumán sufrieron las consecuencias, ante la falta
de compradores por la competencia de los productos importados a menor
precio.
En
1713 por la paz de Utrech se permitió a Inglaterra establecer asientos
para vender esclavos en algunos puertos americanos, entre ellos Buenos
Aires, de esta forma los comerciantes ingleses obtuvieron una forma
de introducir todo tipo de productos. España capitulaba ante su enemigo,
el que año tras año ganaba nuevos mercados y mayor influencia, a costa
de la propia España.
Entre
1561 y 1739 el comercio entre España y América se realizaba exclusivamente
a través del Caribe. Lugar en que la península centraba su interés comercial.
En el Río de la Plata no existían saldos exportables de consideración,
lo cuál ubicó a Buenos Aires al margen de la ruta comercial. El aislamiento
de la ciudad de reforzó con la instalación de la aduana seca de Córdoba
en 1622.
La
vida en Buenos Aires era difícil para la mayoría de sus habitantes,
para mitigar los problemas económicos de la ciudad, la Corona española
permitió una o dos veces al año la salida de navíos de permiso para
comerciar con los puertos brasileros. Pero en Buenos Aires, comerciantes
y funcionarios participaban del comercio ilegal. Las dificultades para
ejercer el contralor y la osadía inglesa, convirtieron a la ciudad en
un lugar donde el contrabando era un lugar común.
En
la ciudad y en general en todo el litoral la utilización de la hacienda
cimarrona tuvo solamente niveles de subsistencia. El cuero y el sebo
eran exportados pero la carne solamente se consumía internamente. Sólo
los cueros alcanzaron importancia comercial hacia mediados del siglo
XVII. Se otorgaban licencias para vaquear, consistentes en permisos
para cazar ganado cimarrón, se salía en partidas organizadas para matar
el ganado en el lugar donde se encontraba y extraerle el cuero y el
sebo, el resto se desperdiciaba.
El
1609 se abrió en Buenos Aires el primer registro de accioneros, es decir
de gente autorizada a vaquear, se inscribieron en la oportunidad cuarenta
vecinos. Con los permisos empezaron las disputas por la apropiación
de las tierras que comenzaron a ser reclamadas por supuestos propietarios
con títulos de dudosa autenticidad.
Hacia
fines del siglo XVIII creció la importancia política y económica de
Buenos Aires y con ello el poder de la clase comercial porteña que logró
amasar fortunas de consideración.
Durante
el siglo XVIII la mayor parte de la región pampeana estaba en poder
del indio, solo el 10 % del territorio de la provincia de Buenos Aires
estaba integrado al sistema colonial, esto da una idea de las dificultades
de la época para establecer una estancia.
Las
vaquerías se autorizaban cuando llegaba un barco de España con permiso
para llevarse los productos de la ganadería, los ingleses se entendían
directamente con los gauchos o los contrabandistas. Los gauchos acopiadores
de cueros mataban al ganado en los campos y los vendían a los contrabandistas.
Muchas veces las autoridades estaban implicadas en estas maniobras.
En
1625 la exportación de cueros alcanzó la considerable cifra de 27.000
unidades. A ambas márgenes del Plata, el cuero se convirtió en la principal
actividad económica.
En
1695 se trasladó la aduana de Córdoba a Jujuy, y en 1721 se autorizó
el tráfico regular de buques de registro entre España y Buenos Aires.
En esta ciudad se abrieron varias tiendas de registros que ofrecían
artículos europeos, estos registreros estaban autorizados a conducir
de regreso frutos del país, así fue creciendo la fortuna y el poder
de esta clase comercial cuya influencia perduró más allá de 1810.