El Forjista
Equivocadamente
se ha señalado que la política económica de la Primera Junta era de
corte liberal. Nos oponemos a rotular las políticas de acuerdo a los
modelos europeos o norteamericanos pues en muy poco se asemejan a las
realidades latinoamericanas. La estrategia de la Junta, y en especial
la del partido morenista, estaba regida por el un patriotismo pragmático
que podía recurrir a ideas externas en tanto fueran útiles a las necesidades
nacionales. En lo económico, el gobierno desplegó una política acorde
a la realidad del momento con importantes rasgos proteccionistas, contrarios
a la rigurosidad liberal.
Los
historiadores liberales han cantado loas a Mariano Moreno pues entendieron
que su actuación en el gobierno se basó en la
Representación de los Hacendados, así lo expresó Levene cuando
afirmaba: “Moreno, una vez en el gobierno, comenzó a aplicar sin reservas
los principios económicos que había sostenido en la Representación de
los Hacendados y Labradores no adoptados en el decreto de
comercio con los ingleses del 6 de noviembre de 1809. Así, el
5 de junio se establece una nueva escala de derechos de exportación
de frutos del país, disminuyéndolos en más de un cien por ciento, mencionándose
en los considerandos ‘las restricciones y trabas’ del Reglamento del
6 de noviembre”.
El
liberalismo oculta o desconoce la existencia del Plan de Operaciones,
proyecto de gobierno que nada tenía de librecambista. Al levantar la
Representación y ocultar el Plan de Operaciones, evidencian una necesidad
de amoldar a los próceres a sus propias ideas. Olvidan que la Representación
fue escrita con el objetivo de repudiar el accionar de los comerciantes
porteños, principales beneficiarios del sistema colonial, por lo cuál,
Moreno estaba muy lejos de instrumentar medidas que favorecieran a esos
mismos intereses que había fustigado en el escrito.
Por
otra parte, algunos historiadores revisionistas, intentaron convertir
al secretario de la Junta en el chivo expiatorio de los males que el
país sufrió más tarde cuando fue atado a la telaraña económica tendida
por el imperio inglés. Aclaremos sin embargo, que historiadores como
Palacio, Puiggrós, Ramos, Galazo o Scenna, enrolados en distintas vertientes
del revisionismo, no dudaron ubicar a Moreno en el lugar histórico del
que se hizo merecedor por su patriotismo revolucionario que inició el
camino de nuestra independencia.
Las
medidas de gobierno que sirvieron para justificar las acusaciones o
los elogios aquí señalados, estuvieron centrados fundamentalmente en
dos decretos que la Junta dictó poco tiempo después de asumir.
El
5 de junio se redujeron a la mitad los derechos de exportación de algunas
materias primas que eran de gran importancia para la economía de la
época. El cuero, el sebo y otros productos de la ganadería resultaron
beneficiados por la resolución. Esta medida tendía a favorecer la exportación,
favoreciendo a los hacendados que Moreno había defendido un año antes.
No puede considerarse que esta medida, que impulsaba las exportaciones,
pudiese ser rotulada de carácter eminentemente liberal, porque otros
gobiernos de diferentes ideologías recurrieron a resoluciones similares,
ya sea bajando impuestos o subvencionando las exportaciones.
La
otra decisión económica que suscitó grandes polémicas fue la del 14
de julio, por la cual se permitió la extracción de metálico previo pago
de los derechos correspondientes. La decisión permitía que los comerciantes
extranjeros pudieran cobrar en oro y plata. Irazusta señaló que estos
dos decretos fueron los responsables de arruinar el comercio local.
A
pesar de estos dos decretos, la Junta continuó con varias de las restricciones
al comercio que ya eran aplicadas por los españoles, así fue como no
se bajaron los derechos de importación, factor fundamental para proteger
al artesanado de las provincias. Los comerciantes ingleses elevaron
un memorial a la Junta marcándole lo excesivo que a sus entender eran
los derechos de aduana que debían abonar.
El
Triunvirato fue el que derogó la obligación de consignar las importaciones
a comerciantes locales y permitió a los extranjeros vender al menudeo
y al por mayor, estos demuestra que en los aspectos claves, las decisiones
del primer gobierno patrio se dirigían a proteger la actividad interna,
más que a permitir la libre competencia extranjera con las pequeñas
artesanías e industrias locales.
Recién
en 1812 se suprimió el monopolio estatal sobre el tabaco y en 1811 cuando
los ingleses residentes en Buenos Aires se agruparon en un club al cuál
los nativos no tenía acceso, como ocurría en la India. Todas estas actitudes
adoptadas luego de la renuncia de Moreno, muestran a las claras la falta
de responsabilidad de Moreno en la pérdida del rumbo nacional y el acercamiento
hacia la Gran Bretaña.
El
17 de octubre de 1810 se dictó el
decreto que obligaba a los prestamistas a recibir el trigo al
precio de plaza, tratando poner fin a la usura con un artículo de primera
necesidad que en esos momentos escaseaba, estas como otras decisiones
de la Junta harían poner el grito en el cielo a los actuales defensores
de la “libre empresa”.
La
Junta dispuso la constitución
de un fondo permanente para auxiliar a la industria minera el 26 de
octubre y otro para fomentar la creación de montes con fecha 17 de noviembre.
A instancias de Moreno se mostró preocupación por abrir los puertos
de Maldonado y Río Negro en el mes de julio y el de Ensenada en octubre.
Cuando se habilitó el puerto de Ensenada, Moreno adoptó una auténtica medida revolucionaria para evitar que se especulara con las tierras cercanas a ese puerto, que con la inauguración aumentarían considerablemente su valor. Fijaba límites para los terrenos y a los propietarios que superaran esas dimensiones se los obligaba a vender a cualquier comprador que lo solicitara, el precio no lo podía fijar el vendedor sino un perito, el comprador a su vez estaba obligado a construir un edificio en el plazo de dos meses.
Otro
aspecto que preocupó a Moreno fue el del contrabando, actividad que
negaba a fisco recursos importantes y que sólo producía beneficios a
un puñado de comerciantes. El nuevo gobierno persiguió el tráfico ilegal
como pocas administraciones españolas lo había hecho.
El
12 de julio su pluma volvió a correr para atacar el contrabando y a
quienes se enriquecían con él: “El contrabando, ese vicio destructor
de los estados, se ejercía en esta ciudad con todo descaro, que parecía
haber perdido ya toda deformidad”.
Y más adelante apuntaba: “¡Con qué rubor debe recordarse la memoria de esos gobiernos, a cuya presencia brilló el lujo criminal de hombres que no conocían más ingresos que los del contrabando que protegían! Odio eterno a esos hombres mercenarios que insensibles al honor, y al bien general del estado han arruinado el comercio, corrompido las costumbres y sofocado las semillas de nuestra felicidad”.
A
renglón seguido se refería al comercio con los ingleses: ”...se veía
arrastrado al contrabando; porque por las vías legítimas no podía sostener
la concurrencia, con el que las había burlado anteriormente, el pago
de derechos, subiría el precio de los efectos, y al mismo tiempo que
imposibilitaba sus ventas, las desacreditaba
con el principal de los hombres, por los mayores gastos que debía
cargar a sus negociaciones, no quedándoles elección entre imitar al
vil contrabandista o ser triste espectador de las ventajas que por mil
caminos disfrutaba aquél impunemente”.
Pero
así como justificaba a los comerciantes ingleses no dudó en tomar las
medidas pertinentes para concluir con la actividad clandestina de estos
mercaderes. Informaba Moreno en la Gaceta
que el gobierno al tomar conocimiento que el barco inglés Jane
contenía contrabando a bordo, realizó el examen del mismo
y al comprobarse el delito se decomisó la mercadería que no había
pagado derechos de aduana. En otro caso similar, el de la goleta Juliet,
que al ser intimada intentó resistirse a su registro, Moreno se expidió
en forma rotunda: “Un pueblo lleno de entusiasmo y celosos de sus derechos
no puede mirar con indiferencia aquél movimiento que a primera vista
se presentó con todos lo caracteres de un atentado público”.
Más
allá de los términos indulgentes con que se refirió a los ingleses,
debe destacarse la firme actitud de la Junta, que en estos casos actuó
con mayor decisión que los gobiernos coloniales.
Moreno
se mostraba preocupado por la situación del erario público, cuyos fondos
eran imprescindibles para solventar los gastos de las campañas militares,
paralelamente criticaba las medias de libre comercio adoptadas un tiempo
antes por el virrey, pues habían sido burladas por los comerciantes,
consecuencia de lo cual no habían tenido los beneficios esperados. Decía
al respecto: ”... y la aniquilación del erario, que después de un año
de Comercio Libre no ha podido reparar los apuros que motivaron su establecimiento”.
Finalizaba
el escrito del 12 de julio, reafirmando la voluntad del gobierno de
no permitir que sus leyes fueran infringidas, así tuvieran que entrar
en colisión con la mayor potencia marítima:
“La Junta ha resuelto curar en su raíz todos estos males; el
comerciante honrado no será confundido con el contrabandista; éste será
perseguido con igual energía que protegido aquél; y por pronta providencia
ha mandado la Junta que la firma de este consignatario no se reciba
en la Aduana, no en el Real Consulado, para ninguna consignación ni
negocio extranjero, esperando el último resultado del proceso, para
hacer entender al comerciante inglés que el violador de las leyes del
país no ha de recibir en él la generosa acogida que con tan buena voluntad
se dispensa a los honrados comerciantes y vasallos de la nación inglesa”.
Ni
anglófilo, ni liberal, un político patriota que advertía a los comerciantes
británicos que no estaban dispuestos a someterse a las leyes del país.
O se avenían a pagar los derechos de aduana o les serían aplicadas las
medidas que la Junta determinara. Así actúa un gobierno soberano que
no está dispuesto a permitir maniobras de mercaderes con ambiciones
desmedidas.
La preocupación de Moreno por establecer relaciones comerciales libres con los ingleses no estaba determinada por una supuesta ideología liberal, sino para fortalecer las arcas del estado y en última instancia para pertrechar a un ejército que se disponía a llevar la buena nueva a todos los rincones del continente.