El Forjista
El racismo sigue siendo un flagelo en todo el mundo se percibe claramente en las políticas antiinmigratorias implementadas por las potencias mundiales y lo vemos en la aparición en muchos países de grupos de supremacistas blancos y neonazis.
El siete veces campeón del mundo de Fórmula 1, el británico y afrodescendiente Lewis Hamilton declaró en 2020, conmovido por el asesinato de George Floyd por la policía en los Estados Unidos: “Todos los niños negros del mundo, en algún momento sufren racismo. Es un hecho”.
Aunque haya quienes lo nieguen en la Argentina también existe el racismo, a pesar que nuestra oligarquía y sus intelectuales quisieron imponer su idea del crisol de razas, esa falsa teoría comenzó a instalarse después de haber aniquilado a gran parte de los pueblos originarios, hacer desaparecer a los afrodescendientes y llevar a cabo una guerra contra el gauchaje bajo la excusa que representaban la “barbarie” idea utilizada para justificar su aniquilación.
Como vimos, primero se produjo la desaparición física de los afroargentinos y luego se los desplazó de nuestra historia, creando la aparente ilusión de que nunca existieron, sin embargo ellos construyeron la patria con su trabajo que siempre fue excesivo y con su lucha en las guerras de la independencia y otros muchos conflictos del siglo XIX donde fueron ubicados en los puestos más riesgosos.
Como nación fuimos injustos con ellos no supimos o no quisimos darles el lugar que merecían y que con su esfuerzo superior a los de los demás contribuyeron a este presente nacional.
Hubo muchos sacrificados como Cabral o Falucho, que no quedaron registrados por quienes escribieron los libros de historia, porque se privilegió mostrar un país con apariencia europea y libre de cualquier contaminación oscura.
No obstante ello, muchos de los argentinos llevamos en nuestra sangre esa descendencia aunque la piel no sea tan oscura como aquellos que arribaron desde África, por algún antepasado con origen en aquellas lejanas tierras atravesando el Atlántico donde fueron cazados por quienes que se dedicaron al comercio más cruel que la humanidad conoció.
No es verdad que se presencia no haya perdurado, aún sin saberlo, tal vez muchos de aquellos “cabecitas negras” reivindicados por Eva Perón y odiados por las clases privilegiadas llevan esa descendencia, incluso muchos de los que hoy tienen una piel blanquísima puede ser que buceando muy lejos en sus antecedentes familiares encuentren algún indicio que indique que tuvieron un antepasado con ese origen.
Tal vez alguna pista en esa búsqueda se pueda encontrar en quienes de repente y sin entender por qué se sienten atraídos por un candombe o incluso por un lejano blues, o por no poder permanecer inmóviles al escuchar los tambores carnavalescos, en especial si ellos retumban en San Telmo o Montevideo.
O posiblemente muchas veces no puedan explicar una reacción que surge desde las entrañas al presenciar una injusticia, incluso una que no nos perjudica personalmente y que sucede sin reparar en el perjuicio que nuestra respuesta pueda provocarnos.
Estas reacciones impensadas, imprevistas, pueden ser un síntoma claro que dentro nuestro están presente esos antecedentes de una raza que nos llevan a actuar de tal forma.
También puede ocurrir que no entendamos de donde sale la fuerza para afrontar momentos y circunstancias difíciles, y la explicación pueda estar en que devenimos de una raza que supo soportar los tratos más crueles pero que nunca se dio por rendida.
Pero aún cuando por las venas no corra esa sangre originaria de África es importante que sepamos y reconozcamos que esa raza maltratada como pocas, hizo un enorme esfuerzo para que hoy tengamos esta nación que con sus buenas y sus malas es donde desarrollamos nuestras esperanzas que no son muy diferentes a aquellas que ellos soñaron de conseguir la libertad y vivir con dignidad.
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