El Forjista
Los afrodescendientes han desaparecido en la Argentina y no es sólo que hoy en día no se los vea en la calle, salvo aquellos que llegaron de Senegal en tiempos más o menos recientes, tampoco en nuestra historia hay demasiadas menciones a ellos a pesar que en algún momento fueron numerosos en varias ciudades de nuestro país.
Lucharon por nuestra independencia y sin embargo no tenemos héroes destacados por los historiadores y próceres de ese origen, salvo el caso de Falucho y del Sargento Cabral, aunque en el primero de los casos es posible que se haya tratado de un invento de Bartolomé Mitre para llevar agua para su molino liberal.
No hay nada de casual en este ocultamiento, nuestros gobernantes y algunos intelectuales quisieron tener un país a imitación de Europa, blanquísimo, sin indígenas y afros que la oscurecieran, pero tampoco quisieron tener gauchos porque la mezcla de razas lastimaba sus ideales que tenían un alto componente racista.
El historiador Alejandro Frigerio señala: “La existencia de un número importante o visible de negros –así como el reconocimiento de que tuvieron un rol de una determinada importancia en nuestra cultura o nuestra historia– va absolutamente en contra de la narrativa dominante de nuestra historia y en contra de nuestro sentido común. Además, y principalmente, porque ser “negro” es considerado una condición negativa.”
Muchos de nuestros más desatacados políticos e intelectuales han dado indubitables muestras de un racismo apenas disimulado, Juan Bautista Alberdi escribió “en América todo lo que no es europeo, es bárbaro; no hay más división que ésta: primero el indígena, es decir el salvaje; segundo, el europeo, es decir nosotros”. Los afros ni eran considerados, pero nos imaginamos de qué lado los colocaría Alberdi al no provenir de la adorada Europa.
Mucho más grave fue lo señalado por otro influyente intelectual como José Ingenieros que no dudó en hablar de razas superiores e inferiores incluso antes que Hitler escribiera Mi Lucha: “La historia no es un registro de la lucha de clases ni de la lucha institucional sino antes bien de la lucha racial. América latina es un claro ejemplo de este fenómeno ya que la raza blanca ha ocupado un área previamente dominada por miembros de una raza inferior.”
Sarmiento confesó sin ningún prurito que la introducción de europeos tenía la misión de reemplazar a los criollos que con su mezcla de razas no alcanzaban a llenar las expectativas de los gobernantes de un país al que detestaban por su composición racial, en una carta escribió: “Pudimos en tres años introducir 100 mil pobladores y ahogar en los pliegues de la industria a la chusma criolla, inepta, incivil y ruda que nos sale al paso a cada instante”.
Mientras que Sarmiento, tal vez el prócer más racista que impuso la historiografía liberal no dejó raza sin despreciar y se alegró porque ya casi no quedaran afrodescendientes: “Felizmente, las continuas guerras han exterminado ya a la parte masculina de esta población, que encontraba su patria y su manera de gobernar en el amo que servían”.
Aquí Sarmiento asociaba a los afros con el rosismo con el que, si simpatizaron fue porque encontraron un trato un poco, sólo un poco, más humanitario que los gobernantes anteriores, Rosas también fue propietario de esclavos.
Sarmiento celebró la conquista brutal de África por los países europeos para establecer colonias porque según él para el continente: “Ha llegado su hora de justicia, dignidad y reparación”.
Bartolomé Mitre fue otro de los que impuso la idea de raza superior vinculada a lo europeo: “De su fusión resultó un tipo original, en que la sangre europea ha prevalecido por su superioridad” porque la sociedad “ha asimilado las cualidades físicas y morales de la raza superior”.
A diferencia de los anteriores San Martín, si se mostró más respetuoso por los afrodescendientes y por eso trató de formar en su ejército de los Andes batallones fusionados de afros y criollos, pero la resistencia que encontró entre los criollos impidió que se concretara su idea.
En 1815 siendo gobernador de Cuyo dispuso la libertad de los esclavos de amos españoles entre 16 y 30 años, quedarían libre después de un año de terminada la guerra por la independencia, luego extendió la liberación de algunos con amos criollos a los que se les pagó indemnización.
Del glorioso ejército de los Andes 1500 eran afros, más de un tercio, ellos dieron su vida por la patria, pero la patria o mejor dicho quienes la gobernaron los olvidaron. Algunos estiman que poco menos del 10% regresaron con vida a las Provincias Unidas.
En la decisiva batalla de Maipú para la independencia de Chile, 400 afrodescendientes perdieron la vida, su indignación hizo que los sobrevivientes quisieran ejecutar a los españoles prisioneros, un testigo presencial señala que “Vi un negro viejo, realmente llorando de rabia cuando se apercibió que los oficiales protegían de su furor a los prisioneros”.
En la batalla de Chacabuco anterior a la de Maipú también la mayor cantidad de víctimas fueron afros, por eso cuando San Martín regresó a su patria luego de liberar a Chile, pasó por Chacabuco a rendir un homenaje a esos que habían perdido su vida en ese combate. Luego de esa batalla la recorrer el campo y ver los cuerpos que habían quedado sin vida se le escuchó al general decir ¡Pobres Negros!.
Cuando fuimos a la escuela primaria nos sentimos orgullosos cuando nos dijeron que la Asamblea del año XIII había decretado la libertad de vientres, es decir que los hijos de esclavos nacían libres, pero nunca nos leyeron la letra chica que decía que esos niños estaban obligados a trabajar para su patrón hasta los 20 años los varones y 16 las mujeres.
En realidad, a pesar de distintas leyes, la abolición definitiva de la esclavitud en nuestro país se concretó en 1861, cuando la provincia de Buenos Aires se sumó a la confederación después del triunfo de los unitarios en Pavón. La constitución de 1853 establecía esa abolición pero la provincia se escindió hasta la fecha mencionada.
Pero aún así los afrodescendientes tuvieron vedados su ingreso a algunos lugares públicos como bares y bailes, también sintieron la discriminación en la educación y no pudieron inscribirse en algunas escuelas debiendo crearse escuelas exclusivas para ellos.
Al finalizar el siglo XIX casi la comunidad afro había desaparecido, sin embargo según datos de la época colonial revelan lo siguiente: en el censo de 1778 se consigna que en el noroeste argentino, en la zona de Tucumán, el 42 % de la población era afrodescendiente; en Santiago del Estero la proporción era del 54 %; en Catamarca, para esa misma época el porcentaje era del 52 %; en Salta el 46 %; en Córdoba el 44 %; en Mendoza el 24 %; La Rioja el 20 %; en San Juan el 16 %; en Jujuy el 13 %; en San Luis el 9 %.
Estos ocupaban una parte importante de la fuerza laboral en casi todas las actividades productivas: ganadería, agricultura, carpintería, manifactura, panadería, artesanía, herrería, sastrería, zapatería, aguateros, changadores, entre otras.
Las mujeres usualmente asumían el trabajo de criadas, planchadoras, lavanderas, costureras y cocineras.
Si embargo se consideraba que para 1887 el porcentaje oficial de los afrodescendientes era apenas del 1,8 %. En tanto en la ciudad de Buenos Aires fue decreciendo de constituir un 30% en 1810, a un 26% en 1838 y a un 2% en 1887.